Desde hace tiempo, los oceanógrafos vienen constatando que el Océano Atlántico se ensancha entre 2 y 4 centímetros por año, cada año.
Aunque el cambio climático y la dilatación de la temperatura del agua no son totalmente ajenos a este fenómeno, que sigue estudiándose, la revista Nature acaba de publicar un trabajo presentado por científicos de las Universidades de Southampton y Oxford que brinda otra explicación, bienvenida en la comunidad científica.
La doctora Kate Rychert y el doctor Nick Harmon, de la Universidad de Southampton, y el Profesor Mike Kendall, de la Universidad de Oxford, dirigieron el experimento que consistió en llevar hasta el lecho marino, 39 sismómetros distribuidos en dos buques de investigación, RV Langseth y RRV Discovery. Las imágenes son producto de dos experimentos: PI-LAB (Imágenes pasivas del límite de la litosfera-astenosfera) y EURO-LAB (Experimento para desenterrar el Límite reológico oceánico litosfera-astenosfera).
Los datos que obtuvieron constituyen las primeras imágenes de alta resolución y a gran escala del manto terrestre, el material que se encuentra entre la corteza de nuestro planeta y el núcleo. El primer diagnóstico del fenómeno del ensanchamiento atlántico podría rezar: “exceso de materia”.
La cordillera que subyace en el lecho marino del Atlántico tiene afloramientos que aumentan la distancia entre los tres continentes que miran hacia este inmenso mar
En efecto, el continente americano, Africa y Europa se encuentran separados entre sí por una cordillera sumergida bajo el agua, que se sepulta entre 1.000 y 3.000 metros por debajo de su piso y abarca, de este a oeste, unos 1.500 kilómetros. Se llama cordillera del Atlántico Medio y, como toda cordillera también tiene un valle.
Este volumen no es una masa inerte sino que también sigue los vaivenes del movimiento de las placas tectónicas.
Las imágenes que sacaron a la superficie los británicos muestran que en el manto hay un afloramiento, una cresta que viene desde abajo, que nace a profundidades que oscilan entre 410 y 600 kilómetros. Estos “chichones” podrían estar empujando las placas y así provocar que los continentes se separen aún más entre ellos.
“Los increíbles resultados arrojan nueva luz en nuestra comprensión de cómo el interior de la Tierra está conectado con la tectónica de placas, con observaciones nunca antes vistas", explica Matthew Agius, autor principal del estudio que difunde Nature, actualmente profesor en la Università degli studi Roma Tre.
"Esto tiene amplias implicaciones para nuestra comprensión de la evolución y habitabilidad de la Tierra. También demuestra lo crucial que es recopilar nuevos datos de los océanos. ¡Hay mucho más por explorar!", dijo a su turno Kate Rychert.
El profesor Mike Kendall, también partícipe del hallazgo, agregó: "Este trabajo es emocionante y refuta las suposiciones de larga data de que las dorsales oceánicas podrían desempeñar un papel pasivo en la tectónica de placas. Sugiere que, en lugares como el Atlántico Medio, las fuerzas en la cresta juegan un papel importante en la separación de las placas recién formadas".
Las crestas y alforamientos en la cordillera subatlántica demuestran que el fondo marino también es un actor en la actividad de las placas tectónicas
Dicho de otro modo, los resultados a la vista ayudan a comprender mejor la génesis de tsunamis, terremotos y erupciones volcánicas porque vinculan la actividad de las placas tectónicas con la cresta atlántica (dorsal mesoamericana) y los desastres naturales.
Sin embargo, las metáforas de Nick Hamon merecieron un aplauso: "Existe una distancia cada vez mayor entre América del Norte y Europa, y no es impulsada por diferencias políticas o filosóficas, ¡es causada por la convección del manto!"