Año 1992. A las 14.45 de la tarde del 17 de marzo, un furgón cargado con explosivos, era conducido por un terrorista suicida que se inmoló estrellando su coche contra el frente del edificio de la Embajada de Israel en Buenos Aires y la sede del Consulado, al lado, en la calle Arroyo 910 / 916.
Los destrozos, el pánico y la inexperiencia para reaccionar contra el terrorismo fueron tales que no se sabía por dónde empezar. Montañas de escombros, piedras, humaredas de polvo, y montones de cuerpos sin vida. Si el blanco eran judíos, cayeron muchos más porque también perdieron la vida peatones, albañiles, conductores y algunos viejitos de un geriátrico que funcionaba enfrente de la Embajada de Israel.
Durante años se habló de 22 muertos y 242 heridos, luego de 29 fallecidos y finalmente, se volvió al primer número: 22 víctimas.
Hoy se cumplen 29 años de aquel atentado que marcó un triste hito en el país: el terrorismo internacional llegaba a la Argentina.
Cómo está la causa que investiga el atentado a la embajada de Israel
Dos años más tarde, el atentado del 18 de julio de 1994, con otro coche bomba, en la sede de la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) dejaba otras 85 víctimas que llorar. Dos caras de la misma moneda.
En ambos casos, era Carlos Menem (1989-1999) el presidente de la república. En algún momento, el ex presidente fue acusado de “desviar la causa” al pedirle a un juez que no siguiera la “pista siria”. No fue encontrado culpable.
Poco después del primer atentado, corrió la hipótesis de que el terrorismo de Medio Oriente había llegado a Buenos Aires para cobrarse los aportes de campaña que no habrían sido devueltos con la contraprestación pactada. O como declaró el mismo Menem, se habrían ofendido por su visita protocolar a Israel o por “el envío de las naves argentinas al Golfo con motivo de la invasión [estadounidense] de Irak a Kuwait», en 1991.
Sin culpables
Ninguno de los dos actos terroristas encontró culpables directos, a excepción de la sospecha que recayó sobre Imad Fayez Moughnieh, Jefe de Seguridad Especial del grupo libanés Hezbollah, a quien los servicios de inteligencia israelí “identificaron” en 2008 como partícipe en ambos hechos. El sospechoso, que también era buscado por Estados Unidos, moriría el 12 de febrero de 2008 en Siria, cuando explotó el coche en el que viajaba, al salir de un festejo en la Embajada de Irán, en Damasco. Argentina nunca lo había encontrado y en 2006 lo había declarado "rebelde".
Todo un símbolo, ya que de todo lo que se decía, año tras año, lo único que perduraba como hipótesis era que “detrás de Hezbollah actuaba Irán”.
El primero que apuntó contra Irán fue Manoucher Motamer, un ex diplomático de ese país, que también se creyó más tarde agente de la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos (CIA). Motamer había señalado que se buscaran los organizadores del atentado dentro de la Embajada de Irán en Buenos Aires.
Tanto Estados Unidos como Israel apostaron a esa tesis. Sin embargo, el "juicio por el atentado de la AMIA", que comenzó en Buenos Aires en septiembre de 2001, no apuntó a trazar la culpabilidad de Hezbollah o Irán, en ambos hechos sino a rastrear la "conexión local".
El fallo confirmó que el atentado a la sede diplomática israelí había sido cometido por la Jihad islámica, el brazo armado del Hezbollah, y que se materializó con explosivos puestos en una Ford F-100, comprada a un fotógrafo policial por un hombre que estaba documentado como el brasileño Ribeiro Da Luz. Ese documento resultó falso y nunca se supo quién se había inmolado en la camioneta.
Documento histórico: la cobertura del atentado a la Embajada de Israel
Tampoco pudo determinarse ni quién ni dónde se había guardado el coche del atentado, hasta utilizarlo el 17 de marzo de 1992.
Ese juicio dictó una orden de captura contra Imad Fayez Moughnieh, que, ya se dijo, encontraría su fin siete años más tarde, cuando la causa ya había sido declarada nula en 2004 y todos los imputados, absueltos.
“Se están pidiendo oficios a distintas partes del mundo para seguir una línea de investigación de la conexión internacional [del atentado] que se había dejado totalmente de lado. Pensamos que es ahí donde se podría encontrar algo”, afirmaba hace seis años Rita Janá, la abogada que representaba a un grupo de familiares y sobrevivientes del atentado. “Acá, durante 14 años, lo más fácil para borrar fue la conexión local, no la internacional. Por eso, no quedó nada.
Tuvieron tiempo suficiente para limpiar todo y hacerla desaparecer de la faz de la Tierra”, agregó entonces. Parece que el tiempo no hubiera pasado.
El sitio en donde funcionaba la embajada israelita se conservó como la Plaza de la Memoria, inaugurada en el 2000. Sólo quedó uno de los muros originales del edificio y una placa recuerda los nombres de todos los fallecidos, que reciben la sombra y cierta paz de una hilera perfumada de tilos.
Cada 17 de marzo a las 15 hs, junto a la sombra de los tilos, se recuerda a las víctimas del atentado que nunca encontraron el desahogo de la justicia.