Adónde está la libertad
Que existe una conexión entre la libertad y la violencia lo sabemos, entre otras cosas, porque aquí el título de Libertador le fue otorgado a un hombre de guerra (y en varios otros países también). La violencia puede ser, y de hecho ha sido, un instrumento para alcanzar la libertad, ya que la libertad suele ser, y de hecho ha sido, un asunto por el que es preciso luchar. Tiene enemigos y son porfiados. Lo sabían y lo demostraron los libertarios por antonomasia, los fabulosos anarquistas de antaño, enemigos de los explotadores y sus aparatos de represión.
Es interesante cotejar qué pasa con todo eso actualmente, ya que libertad y libertario son palabras que se utilizan de un tiempo a esta parte con una sospechosa facilidad. Y la violencia se entremezcla a menudo con ese tan insistente empleo. No se trata, sin embargo, según creo, de aquel recurso a la violencia como instrumento para la libertad. La violencia aquí parece ser más bien el punto de partida y de llegada, el impulso y el propósito, la motivación y el fin. No hay otra cosa que el mero gusto de agredir, de agraviar, de hostigar, de hacer daño. No hay otra cosa que la turbia pasión de los sacados, el goce oscuro de los que se desencajan, la vocación desencontrada del matón o el patotero vil, más la miserable cobardía de los que azuzan desde atrás (desde atrás o desde atrás de un teclado).
La libertad, en tales casos, no es un medio ni es un fin, no es causa ni es instrumento; es apenas una coartada, una excusa imposible de creer.
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