De tíos a sobrinos
Recordé, por razones más que obvias, aquella definición de Iuri Tinianov, la que plantea que la literatura no pasa de padres a hijos, sino de tíos a sobrinos. Tinianov era uno de los integrantes de esa corriente teórica conocida como formalismo ruso. Y hacia mediados de los años 20, en una apuesta crítica que buscaba conjugar especificidad e historicidad, pensaba detenidamente la cuestión de la “evolución literaria” (así la llamó).
La idea de Tinianov de que la herencia literaria va de tíos a sobrinos, y no de padres a hijos, fue retomada por Ricardo Piglia en Respiración artificial. Y apunta a una distinción conceptual decisiva entre un traspaso directo, de carácter fatalmente epigonal, y otro que en cambio no dejaría de involucrar cierto desvío, un movimiento en diagonal, y con eso una relación más activa y más creativa con el legado literario que alguien resuelve retomar. Ejemplos hay a montones, pero el de Borges con el Martín Fierro, Borges con El fin y con Biografía de Tadeo Isidoro Cruz, es uno de los más patentes de esta idea de que escribir es reescribir lo antes leído, es retomarlo y transformarlo. Pero hay otras, claro: desde Leónidas Lamborghini en pleno hasta Las aventuras de la China Iron, de Gabriela Cabezón Cámara, por ejemplo.
Es muy elocuente esa metáfora de Tinianov: de tíos a sobrinos, esa noción de un traspaso indirecto, más mediatizado. Hasta que, como a veces sucede, y cuando sucede el efecto es de vértigo, la metáfora, sin dejar de ser metáfora, encuentra una concreción literal. Y aparecen sobrinos que son sobrinos, sobrinos de veras y no una figuración de sobrinos. Que además remarcan muy fuertemente el trazo de lo indirecto, porque son hijos de un hermano ya muerto de una viuda recién muerta: es más larga la traslación, la línea hay que llevarla más lejos.
En el plano de lo meramente real, son asuntos de leguleyos, de artículos y de incisos, y de la fantasía de la univocidad verbal. Yo me quedo de este lado, del lado de la literatura, yo me quedo con Tinianov, me quedo con los formalistas rusos. Y solo espero que una dimensión no interfiera mayormente con la otra, que no trabe ni complique ni obstruya los juegos propios de la literatura.
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