aniversarios

El Aleph de cada uno

El logo de Editorial Perfil Foto: Cedoc Perfil

Estamos en el mes del aniversario de un cuento. Casi una cuña en la historia de la literatura argentina. El antes y el después de la primera letra, del primer paso, del punto donde confluyen todas las cosas. “El Aleph”, publicado por primera vez en la revista Sur, número 131, el mes de septiembre de 1945. Termina la guerra y aparece “El Aleph”. ¿Qué introduce el cuento en la historia? ¿Cómo la historia se introduce en el cuento? Es un relato acerca del tiempo. “El incesante y vasto universo ya se apartaba de ella (Beatriz, Beatrice)”.

¿Qué introduce el cuento en la historia? ¿Cómo la historia se introduce en el cuento?

Primer cambio de una serie infinita. De la refutación a la aceptación. Heráclito, Bergson, Borges. Es también una historia de amor, del protagonista por Beatriz Viterbo. ¿Es una historia de amor? ¿O del amor por lo que no pudo ser? ¿No se convierte en historia de amor cuando la muerte lo vuelve imposible? “Muerta, yo podía consagrarme a su memoria, sin esperanza, pero también sin humillación”. Es un cuento de humor y desprestigio: la rivalidad inútil –o patético duelo– entre Carlos Argentino Daneri, engolado, engreído sin “parangón”, autor del supuesto poema “La Tierra”, que todo lo engloba o diluye, y el protagonista, un aguzado perdedor, cuya dignidad reside en la detección del olvido. Es un cuento metafísico, por supuesto heredero de Macedonio, que alcanza el cenit del sótano; allí donde emplaza este artefacto literario de eclosión universal, el Aleph, enfrentándose con un problema irresoluble: “la enumeración, siquiera parcial, de un conjunto infinito”.

Y llegamos entonces a otra posibilidad del cuento. No me refiero a su cualidad de visionario, habitualmente festejada, el Aleph como metáfora del conocimiento absoluto, sino a su reverso sentimental; una respuesta personal a la infinitud y lo transitorio. Una enumeración individual –no en serie– de lo que en realidad nos nombra. La posibilidad de recaudar visiones a la manera de recuerdos portátiles aglutinados en un punto desde donde la vida humana emana su parcialidad. Cada cual puede tener su propio Aleph, su memoria agujereada de visiones. Y cotejar así la “plateada telaraña”, “el laberinto roto”, “un poniente en Querétaro” con los infinitos rincones de “La Tierra”. 

¡A festejar El Aleph!