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El cepo internacional

Dólares. El Central y sus normas para acceder al dólar complican el crecimiento. Foto: Néstor Grassi

Era más fácil cuando el culpable de todos los males era una persona, una sigla o una ideología. Las tres letras con que el mal se hacía presente en los problemas económicos argentinos ahora vuelve a cobrar vida: FMI.

El Gobierno intenta avanzar hacia un acuerdo para el que el calendario le indica que tiene un plazo de tres semanas. Los periodistas habitualmente jugamos al límite del tiempo, pero nos dedicamos a otra cosa. Un acuerdo que se demoró mucho más de lo previsto y anunciado oficialmente (la última vez, en el mensaje grabado por el Presidente luego de la derrota electoral) exhibe un secreto a voces: que la coalición oficialista no logra alcanzar un consenso básico sobre la hoja de ruta que un acuerdo de esta naturaleza obligaría a tomar.

Es la rúbrica de que la época de vacas gordas terminó. Seguramente había finalizado mucho antes, pero la autopercepción de que las políticas aplicadas para el crecimiento de la economía a partir de 2003 era el modelo a seguir, sin mirar el contexto y los condicionantes, hizo tropezar a los sucesivos gobiernos con la misma piedra: confundir la recuperación con el desarrollo.

De lo que trascendió del eventual acuerdo a ser discutido por el Congreso hay tres elementos que erizan la piel de la tradición K en la política económica: el sendero fiscal hacia el déficit cero, la restricción a los subsidios a los servicios públicos y del transporte y cierto control sobre el rojo constante del sistema previsional.

Otros pedidos que sobrevendrán pronto también levantarían polvareda en el campamento oficial, como la reconfiguración del sistema tributario y una reforma integral del sistema previsional. Un punto de inflexión para la política económica establecida hace casi cuatro décadas y que fue generando estos agujeros negros por los que un equilibrio en las cuentas públicas se tornó insostenible. Pero eso llegará después, ahora la discusión es más simple, casi como una tregua: no pagar nada en los próximos dos años a cambio de reestructurar la deuda a diez años.

El desafío en el corto plazo es, justamente, no degradar más los puntos en los que los técnicos del Fondo ya pusieron el foco. Pero la mala noticia de esta semana es que la tendencia se confirmó: ahora costará bastante más esfuerzo que antes.

El conflicto en Ucrania golpea de lleno el mercado del petróleo y del gas. Rusia es una potencia energética y el megagasoducto con el que alimenta la tercera parte del consumo gasífero de la Unión Europea pasa por el territorio que defiende Ucrania.

Hasta el mes pasado, se calculaba que, con los cambios tibios en las tarifas acordadas, la cuenta arrojaba US$ 14 mil millones en subsidios para este año. Con la suba del gas de los últimos meses (60% para el gas natural licuado), la cuenta se multiplica antes del invierno. No solo porque ahora los tan mentados barcos gasíferos subastarán su servicio al mejor postor a una Europa que es una aspiradora de energía, sino también porque dispara los precios por diversas cláusulas gatillo de nuestros proveedores, como Bolivia.

Por lo tanto, solo mantener los precios del año pasado retocados suavemente insumirá, en dólares, entre 3.500 y 4 mil millones. Demasiado para una matriz energética que sufrió en la última década el abuso de las tarifas disociadas de los valores del mercado internacional.

Considerar la provisión eléctrica o de gas como un derecho adquirido debería conjugarse con su costo de oportunidad, que el primero en desconocerlo es el mismo Estado que, en sus tres niveles, carga de impuestos cada factura encareciendo artificialmente un precio que en todo el mundo ya está causando controversias.

Lo más probable es que se achique la brecha entre costos y precio del servicio, erosionando otro de los pilares del distribucionismo K: energía barata para el Conurbano, su bastión electoral. Además, eso empujará más la inflación, que se quiere amortiguar controlando los focos que la alimentan, como la emisión monetaria generada por el déficit fiscal.

El futuro ya no es lo que era. Ya no basta con señalar a los enemigos de siempre. Ahora es el “escenario” el que marca el paso de las reformas para realizar o quedar al costado del camino. En el corto plazo, simplemente una opción entre dos amenazas. Pero que implican, nuevamente, una oportunidad con otro horizonte.