COLUMNISTAS
Asuntos internos

Haciendo cosas con tijeras

Logo Perfil
. | Cedoc Perfil

Hay un breve texto que hasta donde sé permanece inédito de Louis-Ferdinand Céline y que acompañó, a manera de epílogo, la edición francesa número 100 o la 150, no me acuerdo, de Viaje al fin de la noche. Se trata de un texto titulado Qu’on s’explique y en él, efectivamente, Célice “explica” cuál es su trabajo. Pero eso carece de importancia. El texto de Céline es una respuesta a un lector del Viaje al fin de la noche que detalladamente cuenta cuál es su método de lectura. Este señor confiesa que lee mucho, siempre empuñando unas tijeras en la mano derecha, cercenando de lo que lee todo lo que le parece superfluo o que lisa y llanamente no le gusta. De este modo, hay libros que al final solo contienen dos o tres hojas apenas, y de ese modo el pequeño libro resultante siempre resulta excelso. Confiesa que del Viaje al fin de la noche  solo quedaron ilesas una decena de páginas, que de Baudelaire se salvaron unos doscientos versos, y que de Victor Hugo un poco menos; de Los caracteres de Jean de La Bruyère solo se salvó de las tijeras el capítulo sobre el corazón, y de todo Proust solamente la cena con la duquesa de Guermantes y la descripción de la mañana en París en La prisionera. Semejante modo de leer sorprendió a Céline –en realidad le seguiría sorprendiendo, en realidad sorprendería a cualquiera en cualquier época–, y si sorprende es justamente porque resulta tentador por lo justo. 

Tal vez fue la lectura de ese epílogo de Céline aludiendo a esa carta del lector hábil en el ejercicio del desmalezamiento literario que llevó en algún momento a Jean-Luc Godard a ejercer la misma costumbre, que siempre envidié y que sigo envidiando: llevarse de un libro solamente lo que vale la pena, y desembarazarse de todo el resto. Se trata de un ejercicio de higiene y terapéutica insuperable, porque evita muchas cosas incómodas, como atesorar libros que nunca más leeremos, ocupando espacio, etc., pero evita también una de las virtudes más ejemplares del libro, que consiste en su capacidad de reproducirse a placer, pasando de mano en mano.

Debe de ser por eso que Godard en un momento abandona esa costumbre para adoptar otra, que consiste en tomar nota de la frase o la página salvadora y regalar el libro a la primera persona que se tiene delante. O a falta de personas, arrojando el libro por la ventanilla del auto o el tren en marcha: si no cae en una zanja, alguien lo encontrará.

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

Pero reconozco que la intervención de las tijeras en la práctica de lectura es inquietante. Hay quienes subrayan, marcan, dibujan, doblan y pliegan las páginas, pero no es fácil encontrar a alguien que tijera en mano libere al libro leído de todo lo que sobra. Por ejemplo, de Tristes trópicos de Claude Lévi-Strauss recortar todo menos la descripción del atardecer a bordo del barco, en medio del Atlántico; de Flashfire de Richard Stark esa frase que Parker dice: “Todos están muertos, algunos todavía no lo saben”;  de Rayuela el capítulo 68, ese que empieza diciendo: “Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso”; de El libro de arena de Borges esas dos frases que dicen: “Todo su aspecto era de pobreza decente. Estaba de gris y traía una valija gris en la mano”... Bien mirado resultaría un ejercicio conmovedor, y reduciría considerablemente la cantidad de libros que tengo y que quisiera no tener.

Si un intelectual, según la arriesgada definición de George Steiner, es aquel que escribe cosas en los márgenes de un libro, el que echa mano a las tijeras ¿qué sería? A ese lector que salvaba diez páginas del Viaje al fin de la noche, Céline lo llama “crítico literario”. Como definición no está mal, después de todo.