El experimento nauseabundo: mileístas y cristinistas, socios en la Auditoría
La jura en ese organismo expuso un acuerdo impensado entre LLA y kirchneristas, dejó al PRO afuera y abrió la puerta a pactos mayores.
Fue un experimento, raro ensayo político que se considera nauseabundo en los países del subdesarrollo: durante la trasnoche de Diputados, esta semana juraron tres nuevos miembros de la Auditoría de la Nación que testifican un pacto entre el oficialismo mileísta y la oposición cristinista, antagonistas salvajes. Ambas fracciones dicen aborrecerse, proceden como enemigos, declaran una guerra si aparece una pestaña en el café y, sin embargo, se unieron para colocar a la mano derecha de Máximo Kirchner, Juan Ignacio Furlon, y a una embajadora de Santiago Caputo, Rita Mónica Almada. El tercer designado para la sociedad fue un delegado de gobernadores flexibles con las dos partes, Pamela Callietti. Con la ñata pegada contra el vidrio quedaron varios grupos: los más sorprendidos resultaron los del PRO, víctimas de una conjura explícita contra Mauricio Macri por parte de Javier Milei y Cristina Fernández de Kirchner.
Así lo imagina el ingeniero boquense, hoy concentrado en una venganza que le impone su tradición calabresa, aunque el estupor, la traición, parece algo ficticia: hace más de un mes que el PRO sabía de los coqueteos entre las partes mayoritarias de la Cámara y, nítidamente, en la mañana anterior al juramento trío por un puesto autárquico de ocho años, se escrituró el reparto entre enviados de Caputo el joven y Juan Manuel Olmos, un influyente del peronismo que atraviesa todas las aduanas sin presentar documentos. Tampoco hay que dejar afuera a Sergio Massa, siempre presente aunque no aparezca en los registros.
Un contubernio, declamaron enojados quienes recuerdan el gobierno de la Concordancia en tiempos de la llamada Década Infame. Anticipo tal vez de otra alianza por cuotas hacia el futuro. Es que la suma de cristinistas y mileístas supera los dos tercios y quizás se repita el último entendimiento para una tarea superior o de más jerarquía: la ampliación de la Corte Suprema a siete miembros y la ocupación de dos vacíos hoy imposibles de llenar, como se advirtió con las nominaciones de Ariel Lijo y del hoy colaborador del Ministerio de Justicia, García Mansilla. Es decir, cuatro nuevos cortesanos que modifiquen tal vez el equilibrio actual dominado por la pareja Rosatti-Rosenkrantz, con la compañía de Lorenzetti. Sería pasar de guapo del barrio a barrer la cocina en el boliche.
Lo de la jura en la Auditoría ha sido una puerta abierta a todo tipo de iniciativas, aun con la nariz tapada y en contra de un griterío mutuo de legisladores que suponen haber puesto de espaldas a enemigos más que rivales.
Así se vivieron las últimas sesiones del Senado y Diputados, con escasa elasticidad de muchos participantes: a Patricia Bullrich, cuando entra al cuerpo, le cuelgan el cartel “Hoy no se fía, mañana tampoco”, y hasta los senadores propios se molestan con su estilo y no se irritaron demasiado cuando se trabó la reforma laboral para el año próximo. Mientras, en la Cámara baja se introdujo en el Presupuesto aprobado un Capítulo Once –curioso, como el Chapter Eleven de USA referido a las quiebras– que era un coche bomba: no solo límites dinerarios para universidades y discapacitados; también albergaba un volumen de exenciones, subsidios y prebendas que pocos conocían, destinadas a distintas compañías. No pasó.
A ciertos empresarios se les amargó la noche y el oficialismo dejó de creer que jugaba mejor que Kasparov aunque no había ganado nunca un intercolegial de ajedrez. Sin embargo, hubo que atender dos datos posteriores que le restaron dramaticidad a los dos episodios: los mercados no repararon en el obstáculo del Capítulo Once, treparon bonos y acciones; la oposición sindical a la reforma expresó una mínima concentración en la plaza y los gremialistas parecen dispuestos a pegar solo con almohadones. Para un Milei que soñaba arrasar con todo lo que estaba en el tapete, fue una desilusión. Momentánea, eso sí: los últimos episodios en la calle y en la Bolsa le modificaron el ánimo.
Una batalla interna, sin embargo, no cesa de sacudir el árbol oficial a pesar de guarismos favorables en la geometría del triángulo de hierro. Venía golpeado Santiago Caputo, le aplicaron esteroides, pero en esta ocasión las flechas rozaron a Bullrich y a Karina Milei, madrina de Martín y Lule Menem. Lluvia ácida al principio por la memorable noche del fracaso legislativo y una reflexión cuyo autor se desconoce pero todo el mundo identifica: “Cuando nosotros teníamos la necesidad de negociar para sacar la ley Bases, éramos apenas cuarenta legisladores y salió más fácil que las milanesas con papas fritas; ahora que somos noventa, por mala praxis, el bebé salió con fórceps y alguna consecuencia desconocida”.
Penoso saldo: los retrasados del Gobierno solo avanzan y gozan si sus compañeros de escudería pierden velocidad o se estrellan. Por esa naturaleza animal, recogida en el cuento del escorpión y la rana, pagaron un alto precio distintas administraciones. Mientras se condensan estas situaciones en el Parlamento –en particular aprobar en el Senado el Presupuesto esta misma semana– se descubren, como en una bóveda egipcia, más tesoros referidos al mundo Tapia-Toviggino.
Falta que en la fantasía aparezcan ambos en las fotografías y videos del finado magnate Epstein que, en su isla del Caribe, se entretenía con famosos de toda índole (de Trump a Bill Gates, de Chomsky a los Rolling Stones) en la corrupción de menores, al parecer más pedófilos que los sacerdotes de todo el mundo. Un detalle: no se conocen argentinos que hayan pernoctado en esa isla, aunque en el Norte son reconocidos por la palabra “fiesta”. O, si se conocen, aún no han trascendido.
El conflicto con la AFA avanza públicamente desde la Casa Rosada y, con mayor sigilo, se observa el conflicto del jefe de Gobierno, Jorge Macri, con las disputas por los estadios porteños, por presiones inauditas de los grupos oferentes, sea para ganar licitaciones o para detener licitaciones. Al diario La Nación parece que le va mejor administrando estadios y compitiendo por nuevos espacios que ejerciendo el periodismo: peleó y ganó junto a Clarín por conquistar Costa Salguero. Fracasó el grupo IRSA, del influyente Elsztain. Otros conflictos se han desatado por la privatización del Luna Park, intereses varios, mientras Francisco de Narváez debe quejarse porque algunos competidores –junto a vecinos– le impiden una construcción en La Rural para albergar experiencias artísticas. Unos, misteriosamente, consiguen realizar sus obras contra la voluntad de los vecinos; otros, en cambio, deben someterse a la voluntad de los vecinos. Más bien extraño el fenómeno que judicialmente el jefe de Gobierno debe saber explicar. Como el aumento de impuestos.
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