El reposo de un guerrero
La anunciada muerte del líder uruguayo que enamoró al mundo ha conmovido a multitudes. En su país se lo llora como al anciano más sabio y querido del grupo. En el exterior se admiran sus virtudes tan escasas en la política y la sociedad contemporánea.
Ese hombre que ejerció con profunda convicción la austeridad republicana, que no se dejó tentar por ninguno de los oropeles que simbolizan el poder aun en las democracias del siglo XXI, deslumbró a la comunidad internacional cuando asumió a la presidencia de Uruguay y le hizo saber que la socialdemocracia había nacido a comienzos del siglo XX en este país sudamericano laico, igualitario, adelantado en el reconocimiento de derechos. Pero que vio derrumbada esa construcción por los autoritarismos que asolaron la región en la segunda mitad de siglo y de los que él fue víctima en esa “larga noche de doce años”, título de la película de Álvaro Bredhner.
Esa austeridad fue un elemento central de su cosmovisión. Una profunda construcción ideológica que cuestionaba el consumo de bienes, la prosperidad material como objetivo de la vida individual y colectiva y que era acompañada por un estilo de vida acorde con el pensamiento. La coherencia entre ideas, valores y conducta despertó la sorpresa y admiración de los que ya empezamos a extrañar su ausencia.
Mujica fue un guerrero hasta el final de su vida porque combatió contra la injusticia pero también se opuso a la corrección política, aun la practicada por algunos de sus correligionarios. Se rebeló contra los dogmas, sorprendió con expresiones singulares, con opiniones que descolocaban aun a sus adeptos. Pero no lo hacía como conducta extravagante sino con la certeza de que debía expresarse conforme a su convicción.
Fue un hombre sin resentimiento. Aludía a su prisión, a sus tormentos, sin odio ni rencor. Cultivó los modales democráticos con gestos sencillos y elocuentes que revelaban su respeto al disenso. Lo hizo como jefe de Estado pero también como ciudadano.
En sus años de gobierno (2010-2015) no solo se convirtió en el uruguayo más conocido en el mundo, sino que protagonizó un período de grandes avances en el reconocimiento de derechos (ley de matrimonio igualitario, ley de interrupción voluntaria del embarazo) y en la aplicación de políticas arriesgadas para combatir flagelos sociales contemporáneos (despenalización y regulación del consumo individual de marihuana) y trató de mediar por el entendimiento en una región sometida a duros enfrentamientos.
Su liderazgo traspuso fronteras geográficas e ideológicas. Su pensamiento expresado sin pretensión académica pero con profunda sabiduría cautivó más allá de las nacionalidades y de las adhesiones partidarias.
Tuvo una vida larga en un convulso período de la historia contemporánea. Lo atravesó con compromiso en todas sus instancias. No tuvo miedo al cambio porque interpretó a su tiempo y cultivó con igual intensidad su preocupación por los desposeídos.
En una época cargada de discursos pomposos con múltiples esdrújulas, fue conciso y contundente.
Al presentarse en Uruguay el libro Los indomables, de Pablo Cohen, larga conversación del autor con Lucía Topolansky y Pepe Mujica, la actriz Gabriela Iribarren eligió para terminar su intervención un poema de Amado Nervo, que creo muy apropiado para cerrar esta nota porque expresa lo que la conclusión de la vida de Mujica nos hace sospechar: “… Amé y fui amado. El sol acarició mi faz. Vida nada te debo. Vida estamos en paz”.
*Profesor de Derecho Constitucional.
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