envidias

El sentido de las cosas

El logo de Editorial Perfil Foto: Cedoc Perfil

Mientras mis dedos triscaban cual cabras de monte artríticas por las variadas páginas que ofrece la Enciclopedia Mundial de Internet llamada Wikipedia... Abro un paréntesis, una pequeña y necesaria digresión: los literatos afines a la consulta de medios virtuales deberían considerar que la rápida y al parecer plena respuesta que ofrece la IA es un texto conclusivo,  entrega una información que se presenta completa y suficiente, pero que no deriva –o linkea– hacia ninguna parte. Es como un libro sin anotaciones ni comentarios, sin notas al pie, sin comentarios inconclusos y sin referencias que seguir. En cambio, Wikipedia tiene coloridos señalamientos o puertas que se abren a otros mundos posibles. Wikipedia nace de la ilustración y fomenta la inquietud, mientras que la IA es la variable tecnológica de una pereza mental que te da menos de lo que te quita y que terminará por expulsarte de todo Paraíso. Sigo. Mientras andaba paveando por Wikipedia me encontré con una palabra que me encantó: “ecdótica”. Tan erótica. ¿Cómo resistirse a la tentación? He comprado libros porque sus títulos eran o incluían palabras como “monadología” y “paralogismos”, con ansias de saber qué mundos se me presentarían, aunque en general terminaba arañando un simulacro de saber en la lectura del prólogo, o más atraído por la biografía del autor que por sus ideas.

Desde pequeño, en mi sistema de disfrute personal logré reunir la progresión y la demora, una especie de “El acercamiento a Almotásim” (véase Borges), no solo literario sino también gastronómico, y durante décadas supo ser sentimental. El caso es que si, por ejemplo, se trataba o se trata de comer un postre, mi ataque a la fortaleza de su delicia comenzaba por las partes apriorísticamente definidas como menos tentadoras, y dejaba, con el espectáculo del tiempo a mi favor, el placer supremo de la frutillita coronando el final.  La comparación puede extenderse legítimamente al resto de las prácticas. El caso es que apenas me topé con “ecdótica”, la palabra brilló. Un faro en la oscuridad imaginaria de mi mente. Pocas veces me detengo en una palabra sola, porque el arte sucesivo y plebeyo y tumultuoso de la novela me ha sustraído un tanto a la consideración de ese esplendor solitario. Pero cuando una palabra brilla, uno reconoce de pronto que todo proviene de la poesía. Envidio a los poetas que en su saber hacer extraen esas gemas y encuentro la mayor de las diferencias a favor del novelista que es o al menos ha sido poeta, porque algo, ahí, esa diferencia se ve en sus obras, en su relación con las palabras: en su peso. Es claro que la extensión de la novela rehúsa esa contemplación extática o la acepta por tiempos muy acotados, salvo que un novelista, en un disparatado y extraordinario acceso de determinación, elija tallar una pieza de inusitado fulgor durante su vida entera. Y andá a saber cómo le sale. El camino del infierno, etc. No es mi caso, y el caso es que me detuve en “ecdótica” y traté de adivinar su significado sin apurarme a buscar la explicación. Lástima que se terminó el espacio de la columna, porque iba a contar algo muy lindo.