Lo público

El streamer murió al amanecer

Raphaël Graven. Francés (46) conocido como Jean Pormanove. Foto: ig

El 19 de agosto a la madrugada murió el streamer francés Raphaël Graven, de 46 años, conocido por el seudónimo de Jean Pormanove, en el transcurso de una transmisión en directo que, en el momento del deceso, llevaba casi 300 horas de emisión ininterrumpida.

Graven, quien poseía una discapacidad, solía manifestar, entre golpe y golpe, que solo quería tener amigos y una novia, pero su vida estaba atada al streaming donde se sometía a todo tipo de degradaciones. La última prueba extrema, anterior a la emisión del desenlace fatal, fue una maratón en la que estuvo cien horas encadenado. 

Las transmisiones se realizaban a través de la plataforma australiana Kick, la cual, obviamente dio de baja el canal, pero lo hizo recién tres días después de la muerte de Graven y mantuvo abiertos la decena de días grabados en directo a disposición de todos los que visitaban el sitio. El periódico digital francés Mediapart hizo un visionado completo del material y dio cuenta del contenido de las imágenes. 

No bien comienza la emisión, narra Mediapart, uno de los dos acompañantes de Graven, mientras le propinan golpes y amenazas, anuncian diferentes retos, que incluyen peleas con otro participante, el cual también sufre una minusvalía y que, al alcanzar el umbral de los 4 mil euros de recaudación, Graven comenzará a limpiar el retrete cada vez que sea utilizado por uno de ellos. Según avanzan los días y las horas, le colocan una bolsa en la cabeza simulando ahogarlo, le pegan ininterrumpidamente e incluso lo sacan a la calle a mendigar, escribiéndole en el frente “PD” (acrónimo de pédé, expresión ofensiva que significa homosexual en francés). 

En los momentos finales, la madrugada del 19 de agosto, todos los participantes dormían; uno de ellos se despierta y llama a Graven. Al ver que no obtiene ninguna respuesta, le arroja una botella de agua que rebota en su cuerpo y, al intentar despertarlo sin conseguirlo, intuye el desenlace. A los pocos minutos interrumpen la transmisión. Concluían las 289 horas que fueron seguidas por una media de 30 mil espectadores en directo. Lokal, el medio, alojado en Kick, recaudaba un promedio de 2 mil euros por hora de los que entregaba a Groven 6 mil euros mensuales de honorarios. 

Una periodista de El País dijo no encontrar muy distintas estas imágenes de las que vimos hace veinte años en Abu Ghraib durante la guerra de Irak. Aunque, matiza, aquello fue una guerra. Ese matiz, que en su subjetividad exonera de culpa el sistema oficial de torturas, nos remite a aquel tiempo, en el que circulaban a modo de snuff movies las ejecuciones que perpetraban los yihadistas y que volcaban en la red para el consumo de los internautas. Los terroristas, convertidos en productores de películas, cuidaban los detalles y vestían a sus víctimas con mamelucos naranja al igual que los prisioneros de Abu Ghraib y Guantánamo (aún operativa, por cierto). 

La filósofa Michela Marzano reflexionaba en su ensayo La muerte como espectáculo, que el número de espectadores de aquellos videos (como hoy el de los programas violentos en streaming) crecía del mismo modo que la cantidad de personas que disminuyen la velocidad ante un accidente de coche para “ver” es mucho mayor del que se cree. 

En todos los medios franceses y en buena parte de los europeos, en estos días, se interrogan por la existencia de estos contenidos. Marzano aventura que en la esfera digital se ha perdido la conciencia de lo real y nos acostumbramos a todo, incluso a la muerte convertida en espectáculo como a la indiferencia que le sirve de cortejo.

*Escritor y periodista.