Hombre de dos mundos
Vian publicó cuatro novelas negras bajo el seudónimo Vernon Sullivan, un americano inexistente del que fingió ser el traductor.
Gracias a nuestra reciente libertad condicional, me siento a leer en la vereda del café de la esquina. No puedo evitar que la conversación de la mesa de atrás llegue a la mía. Dos hombres de mediana edad comentan la temporada de fútbol americano: la siguen apasionadamente y no se pierden los partidos que pasan cada noche. No sabía que el fútbol americano se podía ver por televisión, pero he conocido fanáticos argentinos del béisbol y de la NBA (me falta conocer a alguno del hockey sobre hielo).
La conversación se relaciona con el libro que estoy leyendo en el bar. Se llama No hay manera de escapar y es una novela inconclusa de Boris Vian, que el grupo Oulipo acaba de terminar en francés y Caja Negra de editar casi simultáneamente en castellano, tal vez porque Eduardo Berti es el traductor y también un integrante de Oulipo. Vian publicó cuatro novelas negras bajo el seudónimo Vernon Sullivan, un americano inexistente del que fingió ser el traductor a partir de un falso original inglés. Son novelas muy divertidas, truculentas, llenas de sexo, de violencia y de culpa, instaladas en unos Estados Unidos profundos e infernales. No hay manera de escapar no estaba destinada a ser parte de la misma serie, pero podría compartir esa descripción. Vian dejó escritos cuatro capítulos de la novela inconclusa que hablan de jazz, de cine y de fútbol americano. Vian era también un fanático y un conocedor del jazz, además de ser el contacto de Duke Ellington y de Miles Davis en la escena parisina. Mientras eso ocurría, los críticos franceses reverenciaban las películas de Hollywood y las llevaban a la cima de un nuevo panteón cinematográfico.
La pasión por los distintos géneros de la cultura norteamericana es una constante de casi todos los países pero en Francia, y particularmente en la posguerra, alcanzó dimensiones colosales, que no tienen una reciprocidad. A menos que se recurra al vino y a la filosofía, no hay nada de lo francés contemporáneo que apasione a los americanos (ni a los argentinos ni a los japoneses). Siempre pensé que había en esa música, en esas novelas y hasta en esos espectáculos deportivos una vitalidad y una frescura que los franceses envidiaron en paralelo con cierta vergüenza por haber sido ocupados durante la Segunda Guerra. Los americanos eran esos niños imperialistas pero libres cuya vitalidad inspiraba a todos, incluyendo a los intelectuales que no fueran sartreanos. Y eso es lo que se nota en los primeros capítulos que dejó Vian, donde un coronel vuelve de la Guerra de Corea con una mano artificial: me refiero al placer culpable pero vital, exuberante y frondoso de habitar ese país imaginado con una alegría que admite en su seno la violencia, la locura y la muerte.
Vian dijo alguna vez que cuando escribía en broma parecía sincero y cuando escribía en serio parecía que bromeaba. Desde esa contradicción buceó en una América que funciona como abismo y como espejo deformante de pasiones más tranquilas. Como las de los escritores de Oulipo, cuyos doce capítulos restantes (más varios apéndices) incluyen la erudición, los juegos de palabras y un humor paródico y zumbón. En cualquier caso, No hay manera de escapar es una buena novela policial. Tal vez le hubiera gustado a Alberto Laiseca, autor de La puerta del viento.
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