OPINION

La industria del cambio

La necesidad del rigor y de alejarse de los prejuicios es un imperativo para el análisis de los movimientos de la sociedad.

Patricia Bulrich. Foto: Pablo Temes

Es un clásico interesante la obsesión ficcional que la intelectualidad de izquierda practica cada vez que busca arrojarse a la tarea de encontrar argumentos, que confirmen lo que piensa, en relación a los sectores vulnerables y el voto a expresiones que son descriptas como de derecha. En resumen, ellos serían los descriptores de un error. Lo pobres deberían votarlos a ellos, o a sus amigos candidatos, que serían los buenos, pero por problemas de consciencias no esclarecidas o engañadas, terminarían votando a sus propios destructores. La tarea de estos intelectuales esclarecidos sería relatar el problema, y colaborar en corregirlo. Sin embargo, una sola condición es requerida para que todo este entramado sea posible, y es el poder realizar este diagnóstico sobre la condición para ellos necesaria de no corroborar la información. Si vieran los datos disponibles, se darían cuenta que los pobres, en realidad, no votan como ellos creen, pero ese ejercicio parece tan decepcionante, que mejor no hacerlo, para garantizar, de ese modo, la sobrevivencia de la falsa consciencia, pero en ellos. 

Se pueden comparar elecciones para sostener la idea de este cuestionamiento. La elección que llevó de regreso a la presidencia de Brasil a Lula da Silva mostró zonas para él claramente diferenciadas de las de Jair Bolsonaro, especialmente desde el centro del país hacia la región Este, en donde los niveles de ingresos son menores a las de mayor voto para su rival. La elección que llevó en 2018 a la presidencia a López Obrador en México expuso una lógica territorial de voto similar, en tanto sus zonas más potentes fueron las de nivel socio económico más bajo, como son el caso del Sur de ese país, o algunos del Norte, mientras que el PAN, uno de sus rivales, lograba mejores de-sempeños en municipios con hogares de mejores ingresos en todo el centro del país. Argentina acaba de atravesar un nuevo proceso electoral que volvió a demostrar que los sectores de bajos ingresos, todavía en su mayoría, siguen prefiriendo las opciones peronistas, mientras que el partido de Milei se ha convertido, en consecuencia, en la réplica casi exacta de lo que supo ser Juntos por el Cambio en 2015 y 2017.

Para una parte importante de los análisis, los datos numéricos parecen temas de relevancia anecdótica o solo un entretenimiento pasajero la noche de la elección. La literatura historiográfica tampoco colabora en esta materia. Una producción muy relevante y de altísimo nivel ha generado contenido relativo a procesos electorales en los que sobran las descripciones sobre debates del modo de votar (secreto o en público), criterios de inclusión ciudadana o de exclusión, aumento de participación o limitación, rol de los partidos políticos, influencias ideológicas, actos públicos y el aumento de la complejidad sindical o de las movilizaciones populares, las definiciones de listas y liderazgos, y hasta sobre campañas electorales, para dejar al mismo tiempo en un sitio muy marginal o inexistente, el análisis de los resultados. Esta descompensación en los esfuerzos, en donde algo sobra, y lo otro falta enormemente, ha hecho escuela, y algunas de sus consecuencias se sienten hasta el día de hoy. La historiadora Paula Alonso es una interesante excepción (y no la única), pero resulta en un caso menos común.

En algún momento de su historia la sociología argentina estuvo dominada por preguntas numéricas bajo la influencia de Gino Germani y su larga lista de destacados alumnos. Su ascenso fue posible sobre la base de un cuestionamiento el denominado “ensayismo argentino” que analizaba, según él, la realidad social y los procesos electorales sobre criterios no científicos. De esto ha escrito extensamente Alejandro Blanco, tanto de su ascenso como de su marginación, y es probable que de esto último, la disciplina no se haya recuperado todavía. En una librería se puede comprar algo sobre “historia de las elecciones” con la garantía de su escasez, y en caso de existencia de algo similar a eso, con probable nulidad de tablas o valores. En cambio, es en sitios de compra y venta online en donde, si se sabe buscar, podría encontrar análisis antiguos en libros olvidados, para llegar a tablas o gráficos que muestren algo parecido a un análisis cuantitativo. El voto peronista de Mora y Araujo (1981) o Elecciones y partidos políticos en la Argentina de Darío Cantón (1973) son solo ejemplos sueltos de un esfuerzo editorial casi abandonado. Su reemplazo, es la industria editorial del supuesto voto de derecha, o lo que también puede ser descripto como el regreso del ensayismo, por otros medios.

Resultan interesantes las consecuencias de la proliferación de estos modos del describir dominantes. No solo se trata del convencimiento de analistas, sino de la influencia de estos analistas sobre quienes protagonizan los procesos electorales, ya que entre ambos garantizan un resultado interesante, que es asegurar el desconocimiento absoluto de las razones de su victoria o de su derrota. Hoy, los expertos en elecciones serían, supuestamente, los diseñadores de campañas electorales, cuya relación con los datos es aún más marginal que la de los historiadores. Congresos de su especialidad exponen casos de éxito sin lograr demostrar, aunque asegurando su influencia, qué demostraría efectivamente, que todo lo sucedido es gracias a ellos. La investigación privada, en muchos casos, ha reemplazado las preguntas de estudio, por las preguntas de difusión pública. No se trata de encontrar la respuesta a una problemática social, sino de encontrar el tema atractivo para que publiquen el resultado en algún medio masivo de comunicación. La política gira alrededor de todo esto, y lo consume diariamente.

La obsesión por la denominada “batalla cultural” se sostiene sobre supuestos de similares características, en tanto el voto no sería un problema numérico, influenciado por condicionamientos socio- demográficos, sino por una secuencia de reflexiones individuales posibles. Para Agustín Laje hay que entrar en la cabeza de cada uno, de cada individuo, para así generar el cambio, algo todavía por constituir. Para sus rivales, los que escriben que los pobres votan a la derecha, esto ya lo estaría logrando. Los resultados de septiembre en la Provincia de Buenos Aires le dieron la razón a unos; los de octubre a otros. Lo que une a ambos diagnósticos es la lejanía con el esfuerzo del análisis comparado de la elección, pero el no hacerlo, es lo que garantiza sus respectivas continuidades en roles protagónicos de referencia.

Todo esto olvida una vieja preocupación sociológica por la continuidad de la sociedad. Quienes observan el mundo de este modo asumen la chance inmediata de su mutación, como si el orden social y su complejidad no tuvieran ninguna estructura estable y sus componentes se sometieran como víctimas secuenciales a las influencias malignas de la comunicación política. Los resultados electorales, de una elección a la otra, suelen parecerse bastante, incluso cuando no parece ser el caso, y los comportamientos sociales básicos, más allá de las elecciones, cambian menos de lo que se cree, y la cultural, vieja preocupación de Parsons y otros, continúa cumpliendo un rol de unión de partes que no debería ser dejado de lado. El cambio, eso que siempre estaría pasando, es más bien una semántica sobre el cambio, una descripción en forma de entretenimiento y asombro, que nunca deja ver lo que sigue, por lo menos parecido, a un momento no muy lejano. Pero eso, no podría justificar tantos oficios, que mejor dejarlo de lado. Igualmente, ese sí es un cambio, una industria de la ficción, que hace de cuenta que ayuda a modificar, lo que siempre sigue igual.

*Sociólogo.