OPINION

La interpretación de las masas

Desde el siglo XIX, la vida social dejó de responder a decisiones individuales y pasó a organizarse en dinámicas colectivas que desbordan toda planificación.

¡Primer trabajador! Foto: Pablo Temes

“En tiempos de fervor político cualquiera puede congregar de un día para otro 200 mil personas”.

Félix Luna, “El 45”.

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Probablemente, aquello que más asombro causó en el último cuarto del siglo XIX fue la explosión urbana y su consecuencia en los procesos agregados de interacción. Multitudes acumuladas en poco espacio, explosiones de consumo, viviendas hacinadas, transporte público repleto y migraciones aceleradas, ofrecían un menú simultáneo de problemas nuevos que atender para los gobiernos y sus intentos de diseño y moldeo de estos mismos procesos sociales. 

Entre todas las opciones de reflexión posibles, una se hacía más compleja en relación a que el individuo, pensado en la tradición de occidente como un ser racional, y razonado así solo un poco antes de todos estos problemas, parecía perderse como un “sí mismo” en el grupo social, y transitaba en ese contexto nuevo y caótico, a ser algo menos que un individuo, perdiéndose en un empuje colectivo que lo sobrecogía y llevaba a comportamientos e ideas que eran más producto de su entorno, que de un derrotero reflexivo solitario. A pesar de esto, de esta historia reciente, todavía se hace la pregunta de-sencajada y rara, por aquello que “la gente estaría pensando” (pensando como un acto individual y privado), y con siempre alguien disponible para salir a explicarlo en televisión, asumiendo que la opinión de las persona sería, igualmente, el resultado de un seguimiento particular.

La obsesión por la reacción colectiva es propia de este contexto inaugurado en el siglo XIX. La pregunta por los votantes como la llave que otorga la plaza del Gobierno o la oposición, las preferencias por marcas o productos que permiten la existencia o no de una empresa, o las modas de indumentaria que distinguen masivamente lo aceptable de lo no aceptable, son solo ejemplos de que hace tiempo la sociedad no puede pensarse como el resultado de actos individuales de reflexión y cálculo. Incluso, los llamados en redes sociales a encontrarse con uno mismo, a través de cuentas con muchos seguidores, son un fenómeno masivo que se repite en ejercicios de aparente búsqueda personal, tan exitosos y con tantas reproducciones, que no pueden evaluarse o describirse más que como una moda colectiva. Todos serían “individuos”, pero bajo un mismo mecanismo. Las redes sociales son también herederas de la masificación inaugurada en ese tiempo ya marcado, solo que dan respuesta de éxito o fracaso a mayor velocidad.

En demasiadas ocasiones el análisis político tiende a olvidar este proceso de producción social, ya que reemplaza la búsqueda de mecanismos comunes que den cuenta de patrones generales de conducta, por el rumor o el cuchicheo de lo contado entre personas en una reunión. De esa manera, por ejemplo, la suerte del gobierno de Milei sería el resultado, no de patrones generales de desempeño de la economía o de relaciones ya demostradas entre el nivel socio económico y el voto, sino de cómo Karina Milei se pelearía con Santiago Caputo. De este modo, toda la complejidad social quedaría reducida a tensiones personales para que el que las conociera fuera contratado para relatarlas en una reunión de empresarios, más preocupados por esas revelaciones, que por las características complejas de la sociedad en la que intentan llevar adelante sus negocios.

Las revelaciones de la historia son atractivas para demostrar que eso son solo anécdotas de un proceso mucho más amplio. Lennon le cantaba a su hijo que “la vida es lo que te sucede, mientras estás ocupado haciendo otros planes”, indicando el eje de eso que dice en la distancia que existe entre la supuesta planificación individual y lo que la sociedad produce más allá de las intenciones de cada persona. En el derrotero que lleva al 17 de octubre de 1945 Félix Luna va describiendo de manera notable reuniones y protagonistas, desde Perón y Farrell, hasta Amadeo Sabattini y el General Ávalos o Alfredo Palacios, para dejar en claro que nada de las reuniones o planificaciones que allí se describen, podrían haber explicado o previsto la insuperable manifestación popular. De un destino aparentemente sentenciado para Perón, se tornó en la fuerza política más exitosa y masiva, y Félix Luna da como nombre al capítulo que esto relata como “El huracán de la historia”, reconociendo en el proceso, algo que se impulsa por propia energía.

Para Milei podría indicarse a este año que ya finaliza como su huracán propio de historia. Ya había protagonizado el que lo llevó a la Presidencia, pero este de 2025 parecía, luego de septiembre en la Provincia de Buenos Aires, como su momento del fin. Los comportamientos privados de actores políticos se sucedían en consecuencia y por lo tanto, sabría el futuro, aquel que mejor supiera obtener los rumores de un destino ya observable por todos. Pero los resultados expresaron de nuevo la distancia que existe entre el comportamiento colectivo y la planificación individual. La era moderna, la que simbólicamente comienza con la Revolución Francesa, y otras tantas cosas, se caracteriza por esto mismo: la imprevisibilidad y lo improbable.

La colocación exagerada en el individuo, en su influencia, hace también exagerada la importancia por la idea del cambio. Las consultoras en comunicación u otras de tipos similares repiten en un patrón común que se vive “en un mundo en constante cambio”, y que por lo tanto ellos tendrían la solución y el modo de invitar a sus clientes a ser protagonistas en ese pandemónium de alteraciones. Pero lo especialmente olvidado tiene que ver con la continuidad, y esto parece importarle poco a las personas del presente. Los supuestos expertos en el voto a Milei relatan un cambio basado en lo que escuchan dicen las personas, pero sin prestar atención a si esas mismas personas votaban a Macri hace diez años con otros argumentos. Se estudia buscando el objeto de cambio, y solo eso, porque la realidad solo sería un derrotero de alteraciones.

Las inquietudes originarias de la sociología acompañaban las preocupaciones por lo masivo de estas ciudades con obsesiones conceptuales que daban cuenta de continuidades, más que de rupturas. A las versiones sociológicas primigenias argentinas les preocupaba justamente la masificación y la pérdida de la individualidad, como se puede leer a través de José Ingenieros o de Ramos Mejía. El interaccionismo simbólico reconocía los esfuerzos para relacionarse de las personas en procesos de interacción, en los que solo se podía recurrir a criterios sociales compartidos para poder llevarlos adelante, o la importancia de la moral en Durkheim y de la cultura en Parsons, y hasta de la ideología en el marxismo, son ejemplos de preocupaciones sociológicas que dejaban espacio para pensar en un tiempo que podía reconocerse no solo en la mutación, sino también en el seguimiento. Las primeras teorías del voto que se pueden leer a través de August Campbell en la década de 1960 hablan de continuidad, y no de ruptura, pero nada de esto parece relevante para los explicadores del presente.

Cursos y congresos, charlas de todo tipo, con oradores experimentados en sostener la importancia de la característica del vértigo contemporáneo, serán una y otra vez, sorprendidos por las masas, en un mecanismo social que seguirá existiendo por debajo de la superficie semántica dominante. Si nunca pasa lo que dicen, siempre hay una salida mediocre, una solución de contingencia, porque como ellos dicen, todo puede cambiar. Lo que no ven, el lugar oscuro e inobservable de ese relato, es que son ellos los que representan una continuidad en un ejercicio de descripción que nada dice de su objeto, pero demasiado de ellos mismos.

*Sociólogo.