La otra guerra
Para simplificar digamos que un genio es alguien que entiende el mundo por fuera de las convenciones de su época.
En Autobiografía de Alice B. Tokias, Gertrude Stein pone en boca de la narradora la afirmación de que había conocido a tres genios: Gertrude Stein, Pablo Picasso y Alfred North Whitehead. Pocas personas dicen de sí mismas que son geniales. Muchas menos tienen razón cuando lo dicen. Pero la genialidad de Stein es de esas evidencias que parten aguas entre los que pueden atribuirse alguna lucidez y los tontos sin remedio. ¿Por qué fue un genio Stein? Para simplificar digamos que un genio es alguien que entiende el mundo por fuera de las convenciones de su época y que plasma ese entendimiento en alguna disciplina artística o científica (no hay jerarquías en la materia contra lo que piensan los adoradores del microscopio, otra variante de los tontos) y es capaz de renovar su práctica. Como Stein es un genio, corresponde celebrar que la editorial Partícula (que en apenas un año de vida ya publicó a Mandelstam, a Savinio y a Svietáieva) haya dado a conocer en castellano un libro de Stein que lleva el título París Francia seguido de Raoul Dufy. Desde luego, se trata de un libro genial.
También es un libro muy particular e imprevisible, como todo lo que escribió Stein que, de paso, hoy tiene menos fama y difusión de la que merece. Durante la Segunda Guerra Mundial, Stein y su compañera Tolkias dejaron su célebre departamento en París y se instalaron con su perro Basket en Bilignin, un pequeño pueblo en los Alpes y estuvieron allí hasta la Liberación. El libro empieza como exploración del carácter francés, que para Stein gira en torno a la civilización, la lógica y la moda. Los franceses, dice Stein, “tienen toda esa simplicidad clarividente para mirar la vida como es, la vida animal y social en los seres humanos tal como es, el calor monetario de la vida humana, social y animal tal como es, sin brutalidad o sin simplicidad.” El pasaje es típico Stein, simplísimo, repetitivo, juguetón pero ambiguo, como si girara en el vacío. Stein anota que una francesa le decía sobre un escritor norteamericano: “Es falso sin ser artificial”. Stein, que se pone a contar que las gallinas francesas no se detienen cuando cruzan la calle, podría ser el sujeto de esa frase, solo que en su caso importa menos el valor de verdad que el discurrir de una prosa que se aferra a sus propias coordenadas.
El libro, que empieza siendo jubiloso, va adquiriendo una tristeza progresiva a medida que la autora y sus vecinos advierten que los alemanes van a ganar la guerra, aunque para los habitantes de Bilginin ésta se termina en junio de 1940, cuando Francia se rinde ante Hi-tler y en el pueblo hay solo dos muertos en la movilización. Reaccionaria, enemiga de las revoluciones empezando por la francesa, Stein escribe que hay que ser absolutamente conservador para ser libre y la guerra resulta otra ocasión para mirar todo desde un punto de vista excéntrico, hoy borrado de las crónicas del siglo en nombre del heroísmo patriótico. El texto sobre el pintor fauvista Dufy es un epílogo que transcurre cuando Stein vuelve a París y recupera la belleza perdida de la ciudad, aunque hay un fondo sombrío en el relato, en el que se intuye el final de la época en la que París le podía dar el tono al siglo XX. Stein no llegó a vivir dos años después de sufrir esa desilusión secreta.
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