La pesadilla
Había algo ahí. En ese orgullo sembrado, criado. Un hervor de sapucay contenido. Boinas, sombreros, botas de caña alta, artesanías, talabarteros, pibitos sorprendidos, adultos asombrados, ponchos luciendo sus guardas, caballos peinados, monturas lustradas, vacas gordas, toros imponentes, máquinas formidables, humos de olores sabrosos, vapores de bosta tibia. Había algo callado dicho con firmeza, clavando los tacos, alzando una bandera.
El murmullo rumiante de la Feria de Ganadería e Industria en la Rural cobraba sentido. Sin razón, ni motivo aparente, el oleaje arrollador, enérgico, imparable, de peones, reseros, mejillas morenas, coloradas, resoplando amaneceres, mezclaba sus aguas terrosas con las del incesante rio turbio de palabras trabajadas que meses antes corre por los mismos pasillos durante la Feria del Libro.
Cebando mate, montados en su imaginación, escritores gauchos, tiran frases en los surcos del relato, plantan variedad de tramas en todos los campos. Esperan verlas florecer en poemas, cuentos, novelas. Entregan la cosecha a los editores. Aguantan juntos las piedras de la crítica, el granizo estatal, la inundación de deudas, atraviesan la sequía de ventas. Disfrutan al fin cuando ven a los lectores acabar de placer con sólo acariciar los lomos.
Había algo ahí, en ese enlace virtual de albergues transitorios. Pase, sea, recuerde, disfrute el reencuentro con los otros de nosotros. Forreados, olvidados, negados, sobre pasto seco, rehacen el secreto amor animal. Con la espalda apoyada sobre una pila de libro se fuman la realidad. Filosofan, coinciden, dudan. ¿Quién, cuándo, cómo? Náufragos de futuro, abrazan tradiciones, herencias, ideas, debates, reman contra la corriente, se mantienen a flote.
La mente que pasea en blanco, desatada de redes, sin pantalla, ni sonidos, desconectada casi hasta del propio cuerpo, poco a poco colorea, vincula imágenes, escenas aleatorias, hace relaciones incestuosas. ¿De qué padres serán hijas estas ferias hermanas que se revuelcan cada año en el mismo galpón con cualquier ciudadano que las mira embobado, mudo, tonto ante sus ojos?
¿Qué contiene la poción mágica del aire que se respira en ese amasijo multitudinario de maltratados, despechados, ignorados, resentidos, estafados, amantes todos de un país siempre posible? ¿Cuál es la fórmula de la misteriosa alquimia de valores que por unos días transforma insultos, odio, maltrato, en respeto, buena onda, ilusión, todo aquello que hace a una vida de personas dignas?
El efecto duró poco. Cerradas las listas de candidatos en la provincia de Buenos Aires, se conoció la exposición de antecedentes, prontuarios, traiciones varias entre las razas conocidas, alimentadas todas con recursos públicos, que se van a ofrecer durante la Feria electoral. Leones domados, corderos indómitos, sanguijuelas chupadoras de sangre sin reparos de factor, carroñeros conocidos. Acomodados en los corrales, los gallos de riña a la cabeza disputaran la representación del “pueblo”, los “trabajadores”, “los jubilados”, “la patria”. El tardío sueño despierto del crepúsculo se convirtió entonces en la recurrente pesadilla nocturna.
La fila de camiones recolectores de la demolición del tiempo se empequeñecía a medida que se alejaba hacia el pasado remoto. Parecían juguetes de lata. Había algo ahí. En ese vertedero abismal de escombros. Inútil revisar restos, buscar semejanzas, juntar astillas. Apagados, muertos, los restos ya no tenían memoria. Choferes fantasma pisaban el freno, giraban el volante, se revolvían temerosos quizá de que el final del recorrido fuera también para ellos.
Impasibles, los camiones retrocedían de culata, se detenían al límite del acantilado. Soltando un último suspiro, alzaban la caja. Se vaciaban de la carga recogida en las calles. Entre días quebrados, semanas partidas al medio, fragmentos de meses en espejo rotos, se veían pedazos de cuerpos, piernas que no hacían pie, brazos con manos abiertas que pedían socorro.
Había algo más ahí que tiempo perdido.
*Escritor y periodista.
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