deseo

La voluntad

Ellos. En Kureishi y Bauby se impone la voluntad de escribir. Foto: cedoc

Hace dos años Hanif Kureishi sufrió un accidente en Roma. Mínimo en apariencia, hasta un poco torpe quizás, pero catastrófico en su consecuencia ya que devino una tetraplejía de la que se recupera muy lentamente. Según cuenta en A pedazos, su último libro, viendo un partido de fútbol el día de San Esteban sintió un leve mareo y puso su cabeza entre las piernas con el fin de irrigarla. No recuerda más de aquel momento, solo que, minutos después, cuando al despertar, con el cuerpo torcido, en una postura grotesca, ya no podía moverse. Cayó con tal mala fortuna de la silla que provocó una torsión del cuello que le produjo la tetraplejía que padece desde entonces. 

El paso lento de los días desde aquella tarde se refleja en el libro, una suerte de dietario. “Te sientas a cenar y la vida que conocías se acaba”, escribe Jean Dion en El año del pensamiento mágico, o te sientas en el living a ver un partido con una cerveza en la mano. Igual da. Recuperar lo que se acabó es la tarea que emprende Kureishi, hilvanando retazos de su vida con la descripción minuciosa de la rehabilitación que tiene una dinámica no mayor que la de la hierba al crecer, pero la misma voluntad de alcanzar la luz. 

Kureishi se enfrenta al insomnio desplegando ideas en su cabeza, una tras otra, cuenta, hasta llenar a través del pensamiento una pizarra tapada de apuntes y, en medio de la oscuridad, intenta encontrar conexiones para conseguir un marco, un patrón conceptual que haga válida la búsqueda. Una noche, escribe, el trabajo se complica porque su cuerpo queda encajonado entre la cama y la pared y no saldrá de allí hasta el amanecer, con la visita del primer enfermero del día.

Peor aún, aunque parezca difícil, le sucedió a Jean-Dominique Bauby, un editor y escritor francés, quien sufrió un ataque cerebrovascular que lo dejó totalmente paralizado y, aún en ese estado, consiguió escribir un libro, La escafandra y la mariposa (Le Scaphandre et le Papillon), que Julian Schnabel adaptó al cine con Mathieu Amalric como protagonista. Bauby solo podía comunicarse con el parpadeo de un ojo, la mariposa, único músculo que le respondía en todo su cuerpo al que él describe como una escafandra. En su libro, apunta que en un momento de la internación, cayó en la cuenta de que, además del ojo, había dos cosas más que no estaban paralizadas: la imaginación y la memoria. Con la ayuda de una logopeda, letra a letra, identificadas a través del parpadeo del ojo, consiguió construir las palabras necesarias para levantar su libro. 

Los episodios de la vida de Kureishi cobran interés en la medida que son recordados entre los reflejos de una suerte de caleidoscopio que es la situación clínica del narrador y las peripecias de su vida, como los días en Hollywood con su novia cuando fue nominado al Oscar por el guión de Ropa limpia, negocio sucio (My Beautiful Laundrette) de Stephen Frears, no tendrían ningún interés si no fuera porque se hace desde la reflexión retrospectiva de quien escogió allí un camino. Kureishi podría haberse quedado a escribir guiones en Los Ángeles, pero decide volver a Londres para convertirse en escritor, el que hoy es capaz de hacer crecer este libro mientras le ponen un enema o mira la imagen de la Virgen María que preside el cuarto. Como en el poema de Frost, haber tomado el camino menos esperado hizo la diferencia. 

En el libro de Kureishi, al igual que en la obra de Bauby, se impone por encima de todo, la voluntad de escribir. La pulsión por la vida que, aún cercenada, fluye cuando el mundo que conocemos, de repente, se acaba.

*Escritor y  periodista.