Asuntos internos

Las minucias del genio

El logo de Editorial Perfil Foto: Cedoc Perfil

Hay libros que no se leen: se miran, como si el tiempo se hubiera detenido, par apermitir que la mirada avance con ese sigilo arqueológico que exige el descubrimiento de una ruina íntima. Trois jours avec Joyce, de Gisèle Freund, es uno de ellos. Se trata de un libro breve, casi accidental, producto de una visita que podría haber pasado inadvertida en la biografía de cualquiera, salvo que el anfitrión era James Joyce y la visitante nada menos que la fotógrafa que supo convertir la observación en una forma de cortesía. Philippe Sollers, en el prólogo –que tiene la suficiencia de quien se siente heredero legítimo de un linaje invisible– afirma que Freund no sólo retrató a Joyce, sino que lo respiró. Y quizá tenga razón: pocas veces un libro tan escueto consigue transmitir la densidad atmosférica de un personaje.

Quizás lo más fascinante de ese encuentro es la manera en que Freund se mueve, casi sin intención narrativa, dejando que la fotografía hable por ella. No describe a Joyce con la metodología de quien apunta datos; más bien lo retoca, lo revela en un cuarto oscuro mental, donde la luz no viene de la verdad documental sino de la paciencia y la espera. Freund mira como si siempre estuviera a punto de presionar el obturador, y sin embargo no dispara: recolecta. Esa recolección silenciosa es lo que convierte esas páginas en algo más que un testimonio; es la insinuación de un retrato que va formándose mientras uno avanza mirando, como si el Joyce que vemos estuviera aún en proceso de fijarse en el papel sensible.

Pero lo verdaderamente insólito es que, entre la devoción y el temblor, Freund presta atención a lo que cualquier otro habría pasado por alto: la textura de lo cotidiano, el roce del tiempo en un cuerpo que ya no ve. En aquella casa parisina, donde Joyce vivía entonces, Freund observa un escenario sin protagonismos: el mobiliario discreto, las lámparas que ofrecen una claridad inestable, el silencio solo interrumpido por el andar de quien se sabe observado y, a la vez, indiferente. Allí Joyce aparece menos como el titán de la literatura moderna que como un hombre fatigado por su propia invención. Se lo escucha hablar, divagar, levantarse sin urgencia, leer utilizando una lupa, como si no terminara nunca de acomodarse en el mundo.

Y aquí viene lo que, leído hoy, produce el mismo efecto que un guiño secreto: durante esos tres días, Joyce jamás se cambió las medias. Freund lo registra sin estridencias, tal vez ignorándolo, casi con una inocencia documental. Habla de su traje correcto, de su pañuelo dispuesto con estudiada torpeza, pero las medias –esas medias obedientes a la humedad de un pie que ha caminado más de lo humanamente recomendable– permanecen inalterables. Sollers menciona el detalle al pasar, aunque no puede evitar convertirlo en metáfora: únicamente un escritor que ha modificado la estructura del idioma puede permitirse no modificar la de su vestuario.

Pero quizá la revelación sea otra. En la persistencia de esas medias está el Joyce que no aparece en las biografías: el Joyce que envejece, que no ve, que se aferra a lo que conoce por tacto más que por forma (un Joyce borgiano, bah). Casi doméstico, al borde de la tragedia personal, completamente ajeno a la monumentalidad que la posteridad le impuso. La fotografía, como recuerda Freund, no tiene la obligación de embellecer: sólo debe acercarse lo suficiente para permitir que el sujeto respire. Y Joyce respira ahí, en esas tres jornadas que parecen una sola, en esa ropa que no cambia, en ese tiempo que se estira y se contrae como una cuerda floja, y en ese París que no es postal sino refugio.

Quizá el libro impacta por eso, porque nos devuelve un Joyce posible, más humano que literario, más quieto que monumental. Freund lo mira. La fotografía lo registra. Y nosotros, lectores tardíos, descubrimos que a veces basta un detalle –unas medias usadas sin recato ni pudor– para comprender que el genio también tiene sus minucias, y que la eternidad empieza siempre por lo irrisorio.