Anarquismo judicial

Liberarse de sí

Película. El desdichado de Gollum en El señor de los anillos. Foto: cedoc

En 1819 el filósofo franco-suizo Benjamin Constant publicó uno de los textos más leídos en la historia del pensamiento político, De la libertad de los antiguos comparada con la de los modernos, cuyas ideas principales serían retomadas en 1958 por sir Isaiah Berlin en Dos conceptos de libertad. A juicio de Constant, la libertad de los antiguos era una libertad eminentemente positiva, una “libertad para”, sobre todo para participar de los asuntos públicos, en la vida de la polis o el foro, mientras que la libertad de los modernos es fundamentalmente una libertad negativa, una “libertad de”, en especial la condición de ser libres con respecto a cualquier tipo de coacción o violencia.

Estas dos libertades, la antigua y la moderna, pueden verse completadas con un tercer modelo, una mirada posmoderna si por posmoderna entendemos la superación de la racionalidad instrumental y tecnocrática propia de la modernidad y no el pensamiento débil y decadente al uso: la libertad de sí.

Esa libertad moderna, donde modernidad significaba el predominio epocal del sujeto, es ahora, en tanto que posmoderna, el espacio existencial desde el que ese sujeto se libera, pero no en la forma de la negación de un yo que no quiere verse reducido a mismidad clausurada (sobre sí misma), o no solo eso, sino un yo que se concibe como un “sí mismo como otro”, por decirlo en palabras de Paul Ricoeur, en la liberación del yo en cuanto individuo solitario y hasta solipsista, en tanto que individuo tan solo preocupado por el poder, político o económico, científico o técnico, autodispensado de cualquier reflexión atenta sobre los demás.

Paradójicamente, y por extraño y extraordinario que resulte, solo liberado de sí el yo da más de sí, la identidad personal se convierte en esa demasía que solo atesoran los regalos. Sin embargo, como afirmaba Adorno melancólicamente, y destaca el pensador español Higinio Marín, “los hombres han olvidado lo que es regalar”, que es lo mismo que decir que se han olvidado de que el yo posee destino y que su afirmación es oblicua, en el desprendimiento que precede al dar y lo posibilita.

Liberarse de sí es, pues, una afirmación gozosa de quien ha descubierto que la entrega es más poderosa que la posesión como forma de tenencia, que inicia más mundos, que hace posibles más realidades, que adensa el tiempo hasta convertirlo en relato propio y genuino al volver la vida verdaderamente original, esto es, poseída en el origen y desde el origen, avanzando hacia él.

Frente a quienes predican que todo lo que se da se pierde, liberarse de sí implica haber comprendido precisamente lo contrario, que lo único y tal vez lo mucho que se pierde es lo que no se da, lo que uno guarda cual un tesoro maléfico que lo atormenta y maldice, como al desdichado Gollum en El señor de los anillos.

Liberarse de sí es abrir una puerta tal y como deben abrirse las puertas de las casas y el mundo hogareño, hacia adentro, hospitalarias, como el modo humano de dar respuesta al hecho irrefutable de que “hay otros”, otros que tal vez aguardan un espacio que sería imposible entregar si estamos repletos de nosotros mismos y que solo se abre cuando el yo se vuelve apertura pues, en el fondo, el yo no se libera de sí para algo, sino para alguien, y el ergo sum de Descartes es ahora felizmente ergo cum, revelador del más verdadero quién que somos cuando nos liberamos de todo lo que no nos deja ser.

*Profesor de Ética de la Comunicación de la Escuela de Posgrados en Comunicación Universidad Austral.