Mi última columna como ombudsman es carta de despedida y compromiso
Esta columna del ombudsman de los lectores es la última, tras diez años de continuidad a mi cargo. Por lo tanto, se trata de un texto de despedida, tan triste como toda despedida y tan movilizadora como todo alejamiento de un oficio que ocupa 64 de mis 82 años de edad.
Tengo mucho que agradecer a esta profesión, sin dudas el mejor oficio del mundo, como lo afirmó Gabriel García Márquez. Me permitió ser testigo de bellos y terribles acontecimientos, viajar por buena parte del mundo, entrevistar a personajes que están en la Historia, asistir a cambios de gobiernos brutales como las dictaduras argentinas desde los años 50 y transiciones democráticas como las que vivimos desde 1983. Podría extenderme ad infinitum en detalles que no tienen ahora sentido: simplemente, soy feliz de haberlos vivido y compartido con la palabra y en una búsqueda constante de la verdad como objetivo y misión.
Los lectores son (siempre lo fueron) los destinatarios naturales de mis incontables artículos, reportajes, entrevistas, relatos, columnas de opinión. No fue siempre fácil: la censura dictatorial, las limitaciones naturales en cada medio en el que trabajé, fueron condicionantes que me llevaron, muchas veces, a vestir con subtextos lo que en verdad quise decir. No se trata de reconocer una falta ética sino de transmitir al lector cómo debemos los periodistas esforzarnos para que nuestras propuestas puedan llegarle, no importa cuánto se ponga enfrente.
Cuando asumí esta responsabilidad, invitado por Jorge Fontevecchia para reemplazar al gran Andrew Graham-Yooll, lo hice con la enorme satisfacción de saberme privilegiado, distinguido por mis años de vida y de profesión. Le agradezco esa elección y entiendo que hoy deba poner fin a mi gestión por razones que me exceden. He sido respetado por directivos y compañeros de la redacción, aunque haya debido criticar más de una vez títulos, textos, intenciones. He sido, soy, un molesto moscardón en la búsqueda de la excelencia y la defensa de los principios fundamentales que rigen nuestro oficio, mal que les pese a los amanuenses del poder en estos tiempos y en otros del pasado.
Ser periodista es ser un sujeto ético, un buen administrador de la información, un buscador incansable de esa utopía llamada verdad, un admirador del buen uso del lenguaje. Un hincha fanático de este oficio.
Uno de mis maestros a la distancia fue el escritor y periodista polaco Ryszard Kapuscinski, que murió sin despedirse de la vida ni del periodismo, tal vez porque uno no se retira nunca de esta pasión. Escribió en su libro Los cínicos no sirven para este oficio: “Creo que para ejercer el periodismo, ante todo, hay que ser un buen hombre, o una buena mujer: buenos seres humanos. Las malas personas no pueden ser buenos periodistas. Si se es una buena persona se puede intentar comprender a los demás, sus intenciones, su fe, sus intereses, sus dificultades, sus tragedias. Y convertirse, inmediatamente, desde el primer momento, en parte de su destino. Es una cualidad que en psicología se denomina empatía. Mediante la empatía, se puede comprender el carácter del propio interlocutor y compartir de forma natural y sincera el destino y los problemas de los demás”.
Pienso en el mismo sentido. Y así quise ser durante toda mi vida profesional. Es lo que vivo, lo que experimenté y lo que procuré transmitir a generaciones de periodistas que ayudé a formar como docente. Nunca me caractericé por tener un humor desbordante, nada de eso. Por el contrario, muchas veces el rigor me acercó peligrosamente al filo del conflicto con mis pares. Sin embargo, no me arrepiento de ello. Esa conducta facilitó un mejor trabajo, un mejor artículo, un título casi perfecto, una continua militancia por la congruencia, por la coherencia, por la entrega a los lectores con un buen ejercicio de la profesión, con respeto y con convicciones firmes.
Recurro, para concluir con esta, mi columna de despedida, a otra frase de Kapuscinski: “Nuestros lectores, oyentes, telespectadores son personas muy justas, que reconocen enseguida la calidad de nuestro trabajo y, con la misma rapidez, empiezan a asociarla con nuestro nombre; saben que de ese nombre van a recibir un buen producto”.
Espero haber cumplido con mi tarea. Lectores de PERFIL: hasta siempre.