crítica

Música para tres

El libro es el diario de ese periplo en scooter en medio de la nieve infinita, el frío mortal.

El logo de Editorial Perfil Foto: Cedoc Perfil

Recuerdo de memoria –no tengo el libro a mano– en La fuga de Siberia en un trineo de renos, de León Trotsky, un momento en el que Trotsky dice algo así como que el tiempo no estaba malo, porque “solo hacía 10 bajo cero” (o 20, o 30, no me acuerdo bien de la frase). Creí que había escrito sobre esa frase, pero como de costumbre en mí, solo hice promesas que no cumplí: mi columna del 31-7-2022 (llamada “Cuaderno de frases”) va hilando frases que me interesaron de libros que había leído recientemente, para terminar así: “Tenía una de Trotsky, de Fuga en Siberia en un trineo de renos, pero me quedé sin espacio. La dejo para otro cuaderno”. Por supuesto eso nunca ocurrió. No obstante, no importa, porque este domingo no pensaba versar sobre el libro de Trotsky, sino solamente usar esa frase sobre el frío intenso de Siberia para ponerlo en relación con un libro que acabo de leer, un texto breve, intenso y hermoso: Polar Noise. Diario de una gira ártica, de Alan Courtis (Mansalva, octubre de 2025). Courtis, miembro de Reynols, músico experimental de reconocimiento global, que viajó por medio mundo dando recitales, es invitado a dar un concierto en una ciudad Noruega (aunque las peripecias terminan en Rusia) en pleno Círculo Polar Ártico, en marzo de 2009, es decir, al final del invierno, con temperaturas de treinta bajo cero durante un viaje que dura nueve días. El libro es el diario de ese periplo en scooter en medio de la nieve infinita, el frío mortal, por ciudades (algunas desiertas, casi sin habitantes, y otras con menos de mil) con nombres como Longyearbyen, Pyramiden o Barenstburg, donde se realiza el concierto más importante (porque no fue la única tocada de esa gira). En la introducción, Courtis cita a Wilde y Byron para prevenirnos acerca de lo que vamos a encontrar: “La realidad a veces tiene la extraña capacidad de llegar aún más lejos que la ficción”. Aquí un resumen del dress code del viaje: “Me voy vistiendo con varias capas como una cebolla: boxer largo térmico, pantalones, camisa térmica, remera, camisa, una polera de lana negra y dos pares de medias gruesas (…) me pongo la campera. Pero para salir nos dan unos trajes espaciales que van arriba de toda la ropa. Parecen trajes de astronauta, solo que negros, para distinguirlos de la nieve. Tienen varios cierres, bandas reflectivas en las piernas, brazos, hombros y también en la espalda. Arriba traen una capucha con piel bastante abundante. Dos pares de guantes, botas de goma grandes y un casco completan el traje”. Y de allí, a los scooters, nueve en total (eran varios los viajantes), para llegar a cada pobladío, el primero, Pyramiden: “Con las remodelaciones la ciudad llegó a tener una población de 3.000 personas. Hoy solo tiene tres”. Y luego: “A la tarde están planificando los ‘conciertos’. Con lo inhóspito del viaje ya casi nos olvidamos que veníamos a tocar música (…) los tres cuidadores nos miran azorados. Nunca va nadie a darles un concierto”. Después llega a Barenstburg, ciudad rusa, donde toca para unas noventa o cien personas, “casi el 25% de la población”. Y también: “Todo empieza con una interpretación de poesía sonora (…) Me toca un dúo de guitarra con John, que es noruego. Veo que salen algunas chispas de los amplificadores rusos”. El libro contiene unas fotos increíbles, del archivo personal de Courtis sobre el viaje.