Predecir el pasado o el “animal narrans”
El ser humano, definido por Heidegger como “el animal que cuenta historias”, se revela por lo tanto en su esencia más profunda como “animal narrans”, tal y como lo denomina Byung-Chul Han en su obra La crisis de la narración, lo que sin ninguna duda implica que esta condición narrativa no constituye un mero ornamento cultural, sino la estructura ontológica fundamental que permite habitar el mundo: así, la narratividad opera como un continuo proceso hermenéutico que domestica el caos de la experiencia, transformándola en cosmos inteligible.
Ahora bien, esta compulsión narrativa trae consigo una paradoja temporal que no deja de resultar más que inquietante: vivir es también predecir el pasado. El presente se constituye mediante una operación hermenéutica que proyecta hacia atrás sus propias categorías interpretativas, colonizando retroactivamente el tiempo pretérito, por lo que el “animal narrans” de Han no simplemente recuerda, sino que más bien fabrica el pasado desde las coordenadas del presente, ejerciendo una violencia sutil, pero implacable sobre la temporalidad.
Ésta, por así denominarla, cronofagia narrativa termina por poner de relieve la negatividad propia de todo acto de narrar, y esto en tanto que cada relato aniquila infinitas posibilidades interpretativas, imponiendo siempre y a su modo, una configuración específica del sentido. En consecuencia, el pasado no “es” de manera objetiva: es constantemente re-creado, predicho desde el horizonte hermenéutico del presente y la memoria opera como profecía retrospectiva, adivinando misteriosamente lo que ya fue según lo que ahora somos.
Sin embargo, la digitalización contemporánea intensifica esta pulsión hermenéutica hasta volverla violenta pues, de hecho, el Big Data promete una narrativa totalizadora que alcance su clímax eliminando toda opacidad temporal, una transparencia absoluta que haría innecesaria la interpretación, por mucho que sepamos, o sospechemos al menos, que esta transparencia es ilusoria: no elimina la narratividad, sino que la automatiza, delegando la “predicción del pasado” a algoritmos que operan con una violencia aún mayor que la estrictamente humana.
De este modo, y muy a su pesar, el “animal narrans” de nuestros tiempos se encuentra férreamente atrapado en una temporalidad acelerada donde la velocidad de la experiencia impide la sedimentación narrativa, lo que equivale a decir que la hiperconectividad termina produciendo una devastadora crisis de la narratividad: demasiados datos, insuficiente tiempo para la elaboración hermenéutica, de ahí que el pasado se vuelva inaccesible no por su lejanía, como solía ocurrir, sino por la saturación informacional del presente.
Este escenario exige de manera definitiva una nueva ética de la narración, una ética según la cual aceptar que “predecir el pasado” es inevitable no implique resignarse a la arbitrariedad hermenéutica, sino que más bien demande una responsabilidad radical ante la en ocasiones, violencia interpretativa que ejercemos sobre la temporalidad, asumiendo plenamente y con humildad y tolerancia la imposibilidad de una narrativa definitiva.
*Profesor de Ética de la comunicación de la Escuela de Posgrados en Comunicación de la Universidad Austral.