Asuntos internos

Prohibido fumar en Turín

El logo de Editorial Perfil Foto: Cedoc Perfil

Hay muchas escenas memorables en Los Soprano, pero yo recuerdo especialmente una. El entrenador de soccer de su hija tomó la decisión de abandonar el trabajo y la ciudad, y Tony Soprano no deja de enviarle regalos a fin de que cambie de opinión. Hasta que por boca de Carmen, su esposa, viene a saber que ese entrenador tuvo una relación con una compañera de su hija, que la llevó a intentar suicidarse. Tony cambia radicalmente de actitud, interrumpe el envío de regalos y decide matarlo: manda a la casa del entrenador a dos killers que esperan dentro del auto la orden para entrar y eliminarlo. Pero Tony recibe la visita de un amigo, que enterado de sus planes trata de disuadirlo: es algo de lo que debe ocuparse la Justicia, no él. Discuten, Tony alega que él mismo puede hacer justicia. Finalmente Tony decide hacerle caso a su amigo, llama por teléfono a los killers apostados en fuera de la casa del entrenador y les dice que se vayan, que abandonen la misión, luego de lo cual se mete en un bar a emborracharse, que es lo que suele hacer la gente cuando está dolorida, arrepentida o deshecha. Vuelve a su casa muy tarde, apenas puede sostenerse en pie, se tira sobre la alfombra del living. Carmen acude a él, tiernamente extiende la mano y le toca el hombro, y Tony abre los ojos y le dice en un susurro: “Hoy no maté a nadie”.

El Salón del Libro de Turín se parece mucho a la Feria del Libro de Buenos Aires: los mismos pabellones, los mismos stands (discretos algunos, exuberantes otros), la misma gente deambulando como zombies sin rumbo por los pasillos. Solo cambia mi actitud: en la de Buenos Aires circulo esperando encontrar editoriales para mí desconocidas: aquí casi todo me es desconocido, lo cual me vuelve un poco zombie a mí también, porque todo me atrae, todo despierta mi curiosidad, quiero comprarlo todo, aunque naturalmente no puedo.

Odio el caos, por eso amo las reglas y las respeto. En Turín rige la prohibición de fumar al aire libre a menos de metros de otra persona no fumadora, pero en el SalTo solo se puede fumar en unos pequeños espacios techados, provistos de grandes ceniceros y unos bancos de cemento pintados de rojo.

Gran revuelo en el SalTo por la presencia de una librería, Il Libraccio, que vende libros nuevos y usados, muchos de ellos a mitad de precio. Ciento veintiséis pequeños sellos firmaron una carta a los organizadores del SalTo pidiendo la futura expulsión de semejante coloso que no edita, sino que vende, y que encima propone 60 mil libros a mitad de precio que los editores, a pocos metros, venden a precio de lista, una dinámica que representa lo que llaman una “competencia desleal”, mucho más dañina en un contexto económico en que el poder de compra de los lectores se ha visto reducido y el costo de la entrada es elevado (22 euros). Como si fuera poco, Il Libraccio opera en el stand más grande de todo el Salón, unos 350 m2.

Pero sobre todo vine aquí para asistir a unos jornadas de traducción, L’Autore Invisibile, que la traductora hispanista Ilide Carmignani organiza en el SalTo desde hace 25 años. Los traductores son canteras de historias interesantísimas (interesantísimas para otros traductores), y estos encuentros pueden ser (de hecho lo son) iluminadores: siempre se aprende algo nuevo.

El SalTo tiene, a pesar de su majestuosidad, dimensiones temporales más humanas: dura cinco días. Lo que hace que los que trabajan allí estén, durante toda la duración del evento, felices y de buen humor. Salvo por el affaire Il Libraccio, no se escuchan quejas, no se escuchan lamentos.

Hoy no compré ningún libro.