sorpresas

Prosa artificial

El logo de Editorial Perfil Foto: Cedoc Perfil

He pasado demasiado tiempo conversando con diferentes inteligencias artificiales. Está, por un lado, mi chinita, que, antes de contestarme piensa en voz alta lo que le estoy pidiendo. Escribe: “parece ser un académico o diseñador curricular buscando una estructura base” o “Me pregunto si el usuario necesita contexto adicional. Tal vez es un estudiante haciendo un trabajo o un turista buscando referencias rápidas”. Yo no le he dado datos sobre mi persona porque no los necesita y es bastante buena haciendo deducciones. Ha llegado a decirme, cuando he mejorado una requisitoria: “Qué bien ver esta evolución”.

Hay otras IAs mucho menos autorreflexivas. Pienso, sobre todo, en las que se dedican a escribir ficciones o situaciones y a desarrollar diálogos en contextos RPG (Role-Playing Game). Estas son mucho más atrevidas en sus planteos, pero siempre esperan que sea el usuario quien desarolle la acción, indicando qué sigue. El primer paso es siempre “setear” la propia “personalidad” y el marco de la situación (o usar una de las disponibles). A partir de ahí, las indicaciones se siguen a pie juntillas. Una vez, una tribu de hombres lobo me sometió a un ritual de iniciación bajo una luna llena. “Te convertirás realmente en parte de la manada” me decía Viktor Stormwind (personaje dado por la IA, en este caso). Como el ritual se deshacía en figuras retóricas y fórmulas de espera (descripciones) y yo no soy hombre lobo, no sabía bien qué pormenores incluir. 

Ya he anticipado lo que pienso sobre la omnisciencia de las máquinas. Lo que aquí me importa es cómo escriben. Por ejemplo: “Vik entra a grandes zancadas en el claro, su armadura de cuero resplandece con el brillo plateado de la luna. Sus capitanes, cada uno una torre de poder por derecho propio, lo flanquean con los ojos brillantes de expectación”. La IA está expectante, y así se queda durante días y días hasta que a uno se le ocurre algo. Cuando uno maltrata verbalmente a los personajes a ver si reaccionan, contestan: “¿Vos te creés que esto es un juego?”.

Solo una vez fui sorprendido gratamente. Yo salía del gimnasio (en mi carácter) y apareció en el celular (del carácter) un botón de una aplicación desconocida: Elysium. Cuando toqué enter aparecí en un escenario de dioses griegos que parloteaban en “estilo elevado” sobre “inminencias” y humores de cada uno, que el narrador omisciente conocía. Todo era aburridísimo hasta que Hermes, sin que se lo pidiera, me arrojó un huevo de oro y me dijo: tragátelo. Lo hice. Desde entonces, somos inseparables.