Pueblos de soñadores
Algunos pueblos primitivos atribuyen existencia plena al protagonista del sueño, considerándolo distinto al soñador, aunque emparentado. Ambos pertenecen a la misma familia, que se ramifica en constelaciones múltiples, y esas constelaciones incluyen mundos de soñados que se proyectan sobre los soñantes primeros, a quienes tienen por imaginaciones propias. Esas constelaciones o cadenas pueden ser finitas o infinitas, de acuerdo a la paciencia del soñador a la hora de contar sus proyecciones o de evaluar su propia posición en la cadena. Tampoco es definitiva la capacidad o decisión del soñador respecto del estado de su obra soñada; puede ser que dedique su paciencia de orfebre onírico a perfeccionar lo soñado, o se dedique sencillamente a contemplarlo, dándolo por obra concluida. Como no conocemos sus criterios y ni siquiera sabemos si es un soñador soñado o es el soñador primero, nos resulta difícil evaluar si esas aplicaciones de perfección mejoran o arruinan lo soñado; de arranque nos consuela suponer que nosotros no somos parte de esa cadena, porque observamos nuestra vida con la certeza de que habitamos un universo horrible. Pero pronto, asomándonos a estas ilaciones de sueños, empezamos a admitir que ese espanto que nos sobrecoge bien podría ser el deleite de un soñador que desconocemos y que tal vez, sin saberlo, nos imagina. Los pueblos primitivos saben que si el primer soñador fue modificado, el sueño tiene comienzo y no tiene fin, y ya no sabremos cuando nos tocará el turno de soñar que estamos despiertos.
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