opinión

Tarjeta de aspirante

Encontré una vieja nota de Rafael Rojas, en El País de España, sobre la aceptación por el Estado cubano de la obra de Piñera.

El logo de Editorial Perfil Foto: Cedoc Perfil

Nos copamos viendo Las reinas del Shopping, en Hola TV, en las que las participantes compiten para ver quién tiene el mejor “Total Look”. ¡Yo también quiero tener un “Total Look”! ¡Un “Total Look” de escritor! Pero no, no es posible para mí, cada vez me parezco más a Minguito Tinguitella, un desastre… pero, al contrario, me gustaría tener un “Total Look” de escritor como el que tiene (complete aquí el nombre que corresponda.). En fin, al menos me ajusto al tema. ¿A qué tema? Al que pienso versar de ahora en más hasta el final de este entretenimiento dominical. El otro día, en el taller mecánico en el que trabajo (obviamente, además, de en este bisemanario) encontré una vieja nota de Rafael Rojas, en El País de España, sobre la aceptación por el Estado cubano de la obra de Virgilio Piñera. Silenciado y relegado por el gobierno revolucionario, aconteció hace ya años un proceso de reivindicación oficial de su figura y su obra. Famosa es la anécdota en la que Piñera (que en los días inmediatos a la Revolución participó junto a Cabrera Infante en Lunes de Revolución, una revista oficial y crítica a la vez, que duró lo poco que puede durar esa paradoja) en una reunión de escritores y artistas con Fidel, le explicó lo que muchos de ellos sentían frente a la idea de un arte dirigido por las autoridades: “Miedo”. Marginado por disidente y sobre todo por homosexual, ahora en La Habana se consiguen sus libros y nuevas generaciones de escritores cubanos retoman su herencia.

Rafael Rojas es un especialista en la relación entre poder y literatura en Cuba, o mejor dicho, en “el rol de los gobiernos en la administración de las literaturas nacionales”. El estante vacío es uno de sus libros clave, un recorrido impecable por la historia imposible de ese par (literatura/gobierno). Retrocediendo a su artículo en El País, para apoyar la hipótesis de que “la vuelta a Piñera es otra evidencia de que las tradiciones se reinventan por obra de las comunidades intelectuales y no de los gobiernos”, Rojas agrega una frase: “A Piñera lo ha favorecido, además, el desplazamiento de las poéticas latinoamericanas hacia los márgenes”. Después del Boom, la literatura latinoamericana, con un espíritu crítico mayúsculo, se escribe en los márgenes, como señala Héctor Libertella en Nueva escritura en Latinoamérica, publicado en 1977. Ahora bien, si ese proceso de desplazamiento estético de la literatura latinoamericana hacia los márgenes ya se ha concretado, ya se ha legitimado, desde hace al menos una década corre serios riesgos de volverse lugar común. Lo interesante del margen reside en, precisamente, escribir en el margen. Pero buena parte de la literatura latinoamericana reciente piensa al margen como un punto de partida para, inmediatamente desde allí, ser legitimada por el mercado en términos globales. Si la geopolítica y las ciencias sociales usan la curiosa expresión “sur global” (un oxímoron), también el mercado literario se despliega hoy en torno a un “margen global”, que escribe una literatura temática, que viene con el manual de instrucciones para ser catalogada en el estante de la recepción del sentido común de la academia y el mercado. Eso que supo ser disruptivo, se convirtió hoy en la tarjeta convencional de presentación del escritor (o la escritora) aspirante al “Look Total” de la consagración internacional.