opinión

Turquía y la guerra frente al mar Negro

Estrecho. Un buque ruso de guerra atraviesa el Bósforo rumbo al mar Negro. Foto: afp

Ante el cercano conflicto entre Rusia y Ucrania –dos países con costa sobre el mar Negro–, Turquía adoptó una posición, aparentemente, intermedia. Por un lado votó a favor de la condena de Rusia en la asamblea general de la ONU (Organización de las Naciones Unidas), y determinó que el conflicto es efectivamente una “guerra”, lo que le permite cerrar el estrecho del Bósforo –por la convención de Montreux de 1936– a toda nave de guerra, y principalmente a las rusas, beneficiando así a Ucrania. Por el otro, no se unió a las sanciones económicas a Rusia, ni tampoco cerró su espacio aéreo a las aeronaves rusas. Además, Ankara hasta promovió negociaciones de paz entre Rusia y Ucrania en la ciudad mediterránea de Antalya. Esta posición intermedia, que algunas naciones acusan de ambigua, puede ser explicada por una compleja combinación de varios factores: las históricas y las presentes relaciones con Rusia, la membresía de Turquía de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte), la compleja relación con Occidente –particularmente entre Europa y EE.UU.–, y por las potenciales consecuencias económicas. 

Turquía siempre tuvo históricamente un rol protagónico en el mar Negro. Posee una ubicación geográfica de suma importancia geopolítica, porque controla los estrechos del Bósforo y de Dardanelos, que unen al mar Negro con el Mediterráneo, y tiene como Rusia un pie en Europa y otro en Asia. En tiempos del Imperio otomano tenía un rol dominante en el mar Negro, de tal manera que hasta el siglo XVIII, el mar Negro era en efecto un “lago otomano”, controlado totalmente por este imperio. Solamente en 1774 Rusia logró adueñarse de la zona frente al mar de Azov, y de Crimea, en detrimento de los otomanos. Y de Besarabia –al sur de Rumania– en 1812. Así, la relación entre los turcos y Rusia fue intensa y compleja durante siglos. Rusia y los turcos pelearon en 13 guerras desde el siglo XVI, y como consecuencia negociaron 13 acuerdos de paz, lo que permitió un profundo conocimiento mutuo y una profunda interacción.  Rusia –que se consideraba la “tercera Roma”– llegó hasta a cumplir el rol de defensor de los ortodoxos cristianos dentro del Imperio otomano, de carácter musulmán. 

Con el tiempo, tanto Rusia como las potencias europeas, lucharon para que el mar Negro pase de ser un “lago otomano” a convertirlo en un mar neutral, aunque Turquía preservó su influencia. Así, mantuvo la potestad –por la mencionada convención de Montreux de 1936– de controlar militarmente los estrechos del Bósforo y de los Dardanelos, y el mar de Mármara. Esto le permite no dejar pasar buques de guerra por estos estrechos,  en ninguna dirección, en caso de conflicto militar, aunque asegurando siempre la libre navegación de navíos no-militares. Por otra parte, con clara importancia simbólica, el nuevo aeropuerto de Estambul fue construido sobre el mar Negro, cuando el anterior –conocido como Atatürk Havalimani– estaba sobre el mar de Mármara. A su vez, el presidente Recep Erdogan mencionó al mar Negro como parte clave de la “Patria Azul” turca.

Turquía es, además, el pilar oriental de la OTAN a partir de su alianza con EE.UU. en 1945 –final de la Segunda Guerra Mundial–, convirtiéndola en un miembro clave. Así, hay bases de la OTAN en Incirlik (con cincuenta armas nucleares), Esmirna y Konya, y una estación de radares en Kürecik –a 500 kilómetros de Irán–, permitiendo una proyección militar sobre el mar Negro, los Balcanes, el Cáucaso y Medio Oriente. Pero la inclinación turca hacia EE.UU., muy fuerte, tradicionalmente entre las élites militares y laicas pro-occidentales, se vio seriamente afectada a causa del fallido golpe de Estado de 2016, donde el gobierno del presidente Erdogan sospechó del accionar de Washington. Por eso fueron apartados 24 mil oficiales de orientación pro-OTAN. Sin embargo y con cuidado, Turquía sigue demostrando su pertenencia a la OTAN, pero evitando molestar a Rusia–, el principal potencial enemigo de la OTAN–, y por ello, sufrir represalias económicas. Además, recientemente Turquía pudo demorar el acceso de Finlandia y Suecia a la OTAN, y sólo accedió a cambio de los compromisos escritos de esos gobiernos de evitar el apoyo a lo que Ankara denomina terroristas kurdos, y el levantamiento del embargo de armas.

La relación entre Turquía y Europa fue siempre muy compleja y con consecuencias externas e internas. Aunque el reconocimiento de Turquía como una potencia europea fue un objetivo constante de la política exterior turca, esto no se pudo conseguir, debido a la resistencia de algunos países europeos, utilizando como argumento las raíces cristianas de Europa. Esto llevó a Turquía a dejar de lado una estrategia atlantista para adoptar una orientada a Eurasia. Por otro lado, según el Premio Nobel de literatura Orhan Pamuk, un cierto sentimiento antiturco en Europa llevó al sentimiento antieuropeo en Turquía. Para colmo, las sospechas de una intervención occidental en el fallido golpe de 2016, lograron que Erdogan realice un giro nacionalista, islamista y antioccidental. Esto plantea una tensión con el ideal del fundador de la Turquía moderna, Kemal Atatürk, quien procuraba crear un país laico, moderno, e impulsado por la ciencia, conectado a Occidente, con mayores niveles de educación, y con un mayor protagonismo de las mujeres. En cambio, se vio a Erdogan apoyar el rol creciente del islam en la vida pública, y hasta construyó una enorme mezquita en la céntrica plaza Taksim, símbolo del Estambul laico.   

Desde el punto de vista económico, si bien Turquía es autosuficiente en materia de alimentos, no lo es en cuanto a los combustibles, donde el 50% del gas proviene de Rusia –vía dos gasoductos–, como también el 20% del petróleo. Por ello Turquía procura comprarle más combustibles a Azerbaiján y Turkmenistán.  También se nota la presencia de la empresa rusa da combustibles Lukoil en Turquía, mientras que la empresa Rosatom está construyendo una usina nuclear en Akkuyu, quien proveerá el 10% de la energía del país. Por otra parte, el turismo ruso juega un rol importante dentro de la estrategia turística turca, representando un ingreso de 5 a 6 mil millones de dólares por año. Así, las indicaciones en hoteles o en los menús, están escritas en turco, inglés y ruso, y la clientela rusa volvió en forma masiva a Estambul, Capadocia, y Antalya, luego de la pandemia del covid-19. El nuevo aeropuerto de Estambul, fue también una de las puertas de salida de los ciudadanos rusos hacia el exterior, en particular hacia Europa. 

En este contexto complejo y multifacético, el conflicto en Ucrania resultó un verdadero inconveniente para la relación entre Turquía y Rusia, porque puso en evidencia a la OTAN como el principal enemigo de Rusia, y Turquía es miembro de la OTAN. Pero la relación entre Erdogan y Putin, quienes comparten la aversión por el modelo occidental, siempre fue pragmática y oportunista. Y curiosamente, la expansión de la OTAN hacia el Este fue tanto una amenaza para Rusia como lo es para Turquía. Por un lado, la membresía de Rumania y Bulgaria introdujo a la OTAN en las históricas áreas de influencia turca. Por el otro, Turquía siempre buscó evitar que el mar Negro sea el escenario de un enfrentamiento entre Rusia y la OTAN, por lo que se opuso a las membresías de Ucrania y Georgia a esta última. Por su lado, Rusia demostró tener una gran paciencia estratégica con Turquía, dejando pasar hasta la limitada venta de hasta veinte letales drones Bayraktar TB2 a Ucrania, antes de la invasión rusa. Parte de esta paciencia estratégica puede originarse en la intención de venderle sistemas de defensa antiaéreos rusos S-400, como también al objetivo ruso de medio plazo de buscar separar a Turquía de Occidente.

*Especialista en Relaciones Internacionales. Autor del libro “Buscando Consensos al Fin del Mundo. Hacia una política exterior con consensos (2015-2027)”.