Una cita
El propio Siegmund Ginzberg advierte, en Síndrome 1933, que no se trata en absoluto de establecer causalidades mecánicas, ni tampoco de forzar transposiciones en el tiempo para suponer que la historia se repite (ni como tragedia, ni como comedia, ni como tragicomedia). Dice que su propósito consiste en tratar de entender cómo llegaron a pasar ciertas cosas, antes tenidas por inconcebibles, o bien, con otras palabras, cómo fue posible que pasara lo que pasó. Y a partir de eso, prestar atención, en todo caso, a aquello que, en el afán de comprensión histórica de su análisis, puede llegar a resonar en el presente. No se trata entonces de equiparar u homologar automáticamente personajes o circunstancias, sino de detenerse a considerar ciertos indicios para pensarlos en el ahora (no hay por ende razones para que el Estado active ariscamente su aparato represivo, como ya ha hecho, intentando amedrentar voces con el recurso a la intimidación judicial y así sofocar la libertad de expresión).
Repasaba todo esto mientras leía Sobre el fascismo de Georg Lukács, un ensayo debatido pero notable (o notable y debatido) que se publicó precisamente en 1933 (y el año pasado, tradujo la editorial Las Cuarenta). En un pasaje de la primera parte de ese libro, titulada “¿Cómo surgió la filosofía fascista en Alemania?”, Lukács escribe: “La profunda desesperación y el sentimiento de vivir en una situación sin salida que se apoderó de amplias masas, especialmente de la pequeña burguesía, la inseguridad y la falta de perspectivas de los fundamentos materiales, morales y espirituales de su existencia habitual, la pérdida de confianza en los dirigentes tradicionales (…) produjeron en estas masas una ideología de la desesperación. En parte como aferramiento desesperado a los viejos ‘valores’ religiosos y morales; y en parte –lo que es importante aquí– como una búsqueda desesperada de una nueva fe a cualquier precio. La relativa estabilización detuvo este proceso solo episódicamente, solo temporalmente, solo en la superficie. Con el estallido de la crisis aguda, estas corrientes irrumpieron con renovada fuerza (…). En particular, la fe en los llamados dirigentes económicos, que en ciertos sectores de la pequeña burguesía ha crecido hasta el punto de la confianza ciega”. A continuación menciona asimismo “la histeria de masas, la inaudita credulidad y disposición a las supersticiones más descabelladas incluso de los llamados cultos”, y el hecho de que “la influencia de masas puede lograrse mediante la charlatanería más torpe”.
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