opinión

El mar en la literatura argentina

La centralidad de la llanura en la literatura argentina podría corresponderse con la hegemonía de Buenos Aires y de las provincias del centro del país en la conformación de la cultura nacional. Más allá de ese espacio hay otros paisajes y el del mar transcurre en esa estela marginal pero persistente. Un análisis profundo de las obras de quienes se han atrevido a navegar nuestras aguas.

Con una mirada narrativa puesta más en el río que sobre el mar, son pocos los autores y autoras argentinos que han hecho del gran océano su cultivo literario. Foto: pablo temes

Exploradores, aventureros, científicos, piratas y personajes de toda condición surcaron sus aguas. El Mar Argentino, como se llama al sector del Océano Atlántico extendido desde el Río de la Plata hasta la Isla de los Estados y desde la costa hasta los doscientos metros de profundidad, está presente de manera ostensible en la Historia, en la economía y en los procesos sociales que conformaron al país. Su proyección cultural parece menos importante, porque no ha sido tan observada: escritores navegantes, cronistas viajeros y poetas embarcados integran una de las tradiciones secretas de la literatura argentina.

“Sin tener la preponderancia que ha tenido la pampa en la literatura argentina, o incluso el litoral y los ríos, el mar ha tenido y tiene bastante más presencia en nuestra literatura que en nuestra cultura considerada en general”, afirma Juan Bautista Duizeide, compilador de Abordajes literarios, cuentos del mar (2020) y autor de Kanaka (2004) y Noche cerrada, mar abierto (2018), entre otros títulos de una obra en la que la presencia del mar resulta determinante.

Pero la Argentina tiene literatura gauchesca, no de marineros ni de piratas. La ausencia de un género específico no tiene que ver con la falta de textos sino de lecturas críticas y de conciencia por parte de los escritores, dice Duizeide: “Existe una gran cantidad de textos de gran calidad relacionados con el mar, pero sus autores sólo ocasionalmente escribieron en relación con el mar, no se leyeron y se contestaron entre sí como ocurre en la tradición anglosajona, y en líneas generales no fueron leídos como un corpus”.

Entre diversos recorridos por la narrativa y la poesía universal, Abordajes literarios incluyó fragmentos de Los navegantes, de Bernardo Kordon, y de El náufrago de las estrellas, de Eduardo Belgrano Rawson, relatos que son ya referencias en la tradición nacional, y otros menos citados, como Semblantes de bestias, de Jorge Goyeneche, o las memorias de Vito Dumas. Y a poco de navegar, destaca el compilador, la literatura argentina se hace a la mar a través de autores tan centrales como Borges, Roberto Arlt, Rodolfo Walsh y Sara Gallardo.

Definir las características de la literatura argentina del mar es una tarea pendiente, pero Duizeide arriesga una notable: la forma en que transgreden modelos de la literatura anglosajona, una voz histórica de autoridad en el relato de viajes, descubrimientos, naufragios y conquistas. “Por ejemplo, el esquema narrativo básico del viaje desde la metrópolis a la periferia y el regreso del héroe enriquecido simbólica y/o materialmente”, dice, y cita los cuentos “La viuda Ching pirata”, de Borges, y “Los buques suicidantes”, de Horacio Quiroga. Otra diferencia sería que en los escritores nacionales “suelen ser centrales las preguntas por el lenguaje mientras que en la anglosajona solía primar la cuestión de quién narra, de quién tiene derecho a narrar, sea el viejo marinero de Coleridge, el joven Jim Hawkins de La isla del tesoro o el Marlow de Conrad”.

Diarios de navegación y de aventura. “Hugo Foguet recorrió el mundo como marino mercante” es una frase repetida en las biografías del gran escritor tucumano (1923-1985). Pero se sabe muy poco a propósito de esa faceta del autor de Pretérito perfecto (1983) y menos de la influencia de esas travesías en su escritura.

“Foguet era jefe de máquinas del barco y es cierto que como tal recorrió buena parte del mundo -explica Soledad Martínez Zuccardi, profesora de literatura argentina en la Universidad Nacional de Tucumán e investigadora del Conicet-. También es cierto que en torno a esa condición de marino se construyó –probablemente con demasiado énfasis– su figura de autor, su mito de autor raro: un escritor navegante que proviene de una provincia tan lejana del mar como Tucumán. Se dice incluso que le gustaba escribir en los buques, al calor de los ruidos de la sala de máquinas, pero a su carrera literaria la desarrolla en Tucumán”.

La experiencia de la vida en el mar y en los barcos no está tanto en Pretérito perfecto, “su novela emblemática”, como en el resto de la obra, destaca Martínez Zuccardi: “Uno de los primeros cuentos que publica en su juventud Foguet, en los 50, en el diario La Gaceta, está protagonizado por un grupo de oficiales de un buque y la acción trascurre en un camarote. Para su entrada en escritura, su ingreso en el campo literario, elige un tema y un escenario ligado al mar”. Otro cuento de ambiente marino, “Naufragios”, “difícilmente podría haber sido escrito sin esa experiencia directa del mar que tuvo Foguet, no sólo por el tema, por los sutiles detalles que hacen a la navegación o a las actitudes y los gestos de los personajes, sino también por el lenguaje que está atravesado por precisiones y términos que son de ese discurso del mar y de los barcos”.

Otro gran escritor poco valorado en el canon actual, Bernardo Kordon (1915-2002), llegó al mar a través de otras rutas. “En Kordon el viaje es una forma de encarar la aventura -afirma el escritor Ariel Bermani, que prologó la antología Un poderoso camión de guerra (2015)-. El mundo que recorren sus personajes, en Buenos Aires o en Pekín, donde sea, es un mundo en el que tienen que buscar la manera de sobrevivir. No casualmente su último libro publicado en vida se titula Historias de sobrevivientes”.

Si el espectáculo de los trenes de carga, en la infancia, fue el primer llamado a la aventura, Kordon plasmó su atracción por el mar en la nouvelle Los navegantes (1972). “El texto está acompañado por cuatro relatos cortos, de la línea más realista de su obra. Lo interesante, especialmente, es el trabajo con las voces, los narradores, las pequeñas historias independientes. Narran el maquinista, el primer oficial, el capitán, el contramaestre y Fidelia, que se casa con Esteban y finalmente, después de un tiempo de apatía y silencio, le da el dinero que él necesita para irse, en un barco”, dice Bermani.

La influencia del mar en Kordon se observa además en la recurrencia a imágenes y términos de la navegación. En el relato “Tripulante de Buenos Aires” aborda el duro aprendizaje de un joven entrerriano que se emplea en una librería de la calle Corrientes. La historia contrapone la personalidad sensible y honestamente interesada por la cultura del personaje a un gerente brutal que lo insta a poner al descubierto a un jubilado que roba libros. El protagonista comprende que el ladrón “finalmente era igual que él, un pobre tripulante de Buenos Aires. La ciudad lo moldeaba, les enseñaba a vivir a su modo. Ni amigo, ni ladrón, ni nada. Dos tripulantes de Buenos Aires”. Kordon, según Bermani, es “un antropólogo que hace literatura” y también “un escritor que nunca deja de analizar, de manera suave, narrando, sin explicar nada, solo contando lo que ve, el modo en que sus personajes tratan de convivir, o de escaparse, con un marco histórico y geográfico siempre presente, pero lejos, debajo de los acontecimientos”.

Las publicaciones recientes muestran un conjunto en crecimiento. “En la Argentina se escribieron en las últimas décadas grandes novelas ambientadas casi totalmente en el mar o con partes muy importantes relacionadas con la navegación”, dice Duizeide, y puesto a ejemplificar menciona “un libro entero de cuentos del mar como Convergencias, de Hugo Foguet” además de El entenado, de Juan José Saer; El náufrago de las estrellas, de Belgrano Rawson; La Tierra del Fuego, de Sylvia Iparraguirre; Inglaterra, de Leopoldo Brizuela; y Trasfondo, de Patricia Ratto. “El mar sigue siendo, para la literatura, conflicto concentrado. Conflicto entre las personas, conflictos sociales, conflictos bélicos. Y también sigue siendo el gran reservorio de misterios”, puntualiza.

Un libro en cada puerto. El ambiente de los puertos, con su población de marineros extranjeros, fumaderos de opio, prostitutas y otros personajes del bajo fondo, fue un imán para poetas como Héctor Pedro Blomberg o Raúl González Tuñón en la primera mitad del siglo XX. De entonces hasta hoy el paisaje se vuelve más sombrío, asociado a inmigrantes africanos que llegan como polizones en buques de carga y a tramas criminales vinculadas con las exportaciones de soja, como lo plantea Juan Mattio en la novela Tres veces luz (2016).

Los puertos fueron una especie de hogar para Ariel Canzani D. (1928-1983), oficial y capitán de ultramar de la Marina Mercante y a la vez poeta y editor de Cormorán y Delfín (1963-1973). Canzani editaba su “revista internacional de poesía” virtualmente en alta mar (aunque la imprimía Losada), la distribuía en  puertos donde organizaba presentaciones y lecturas y solía fechar su correspondencia en el punto del océano donde lo encontraban las travesías.

Si se hiciera una antología de poemas marinos Héctor Viel Temperley (1933-1987) sería uno de los seleccionados. En la entrevista que le hizo Sergio Bizzio, la única que concedió, negó ser un poeta místico: “Hablo de marineros y de nadadores. Jesucristo aparece a través de un rufián, de un vago, de un bañero”, dijo. Enrique Molina (1910-1997) se enroló en la Marina Mercante durante su juventud y la carga de imágenes y términos marinos atraviesa su obra poética hasta alcanzar una culminación en “Alta Marea”, el poema que aborda aquello que sucede “cuando un hombre y una mujer que se han amado/ se separan” y lo sitúa en un hotel que “da al mar”.

El mar también está en la poesía de Hugo Foguet. “El libro que recoge su poesía, que también se titula Naufragios, como el cuento, se publica en 1985 -dice Soledad Martínez Zuccardi-. Como un navegante, el sujeto de los poemas de ese libro está en permanente movimiento. Es un sujeto viajero, cambia todo el tiempo de escenarios. La India, el lejano Oriente, Bombay, Suma Beach –la playa de Estambul– y las Islas Maldivas, son algunos de los espacios inscriptos y nombrados en los poemas. Esas geografías diversas y lejanas, ligadas al imaginario de la navegación y del mar, singularizan la obra de Foguet en el marco de la literatura de Tucumán y del noroeste de la Argentina”.

A la luz de estas obras, la centralidad de la llanura en la literatura argentina podría corresponderse con la hegemonía de la ciudad de Buenos Aires y de las provincias del centro del país en la conformación de la cultura nacional. Más allá de ese espacio hay otros paisajes y el del mar transcurre en esa estela marginal pero persistente. También porque la literatura supone otra forma de navegación, según lo explica Juan Bautista Duizeide: “Escribir no es para mí sólo una forma de seguir en el mar, sino una forma distinta de estar en él. En la época de los grandes descubrimientos marítimos, los desvíos, las derivas, eran parte necesaria del oficio. En la actualidad se trata de navegar por las rutas más seguras y rápidas sin perder tiempo. Escribir no sólo permite las derivas, sino que las tiene como condición necesaria”.

 

Entre la provincia y los mares del mundo

Soledad Martínez Zuccardi

Los viajes, la itinerancia, el conocimiento de puertos remotos, amplían la mirada y las fronteras de la literatura de Hugo Foguet. Se puede pensar que esa vida fuera de Tucumán le da una perspectiva para pensar la provincia y las tradiciones literarias locales. Por ejemplo Pretérito perfecto desafía abiertamente esas tradiciones. Es su obra fundamental, una gran novela, compleja, total, “grotescamente pretenciosa”, en la que todo cabe (él la llamaba “novela puchero” porque como en un puchero todo ingrediente viene bien). Una novela autoconsciente, de esas que exhiben sistemáticamente su condición de artificio, que todo el tiempo se pregunta cómo escribir una novela sobre Tucumán y en Tucumán, y de modo más general, cómo escribir una novela después de Joyce y de Proust.

Hay en Pretérito perfecto un afán fundante, de hacer tabula rasa de todo lo anterior y erigir el propio texto como el encargado de fundar literariamente la provincia. Y ahí Foguet, un poco enmascarado en el personaje de Furcade (que es quien está escribiendo una novela en la novela que leemos y que es la misma novela que leemos) y su grupo, impugna toda la literatura anterior: la poesía heredera del modernismo, o las novelas de Juan José Hernández y sobre todo de Elvira Orphée, ficcionalizada en el personaje de la Negra Fortabat. La visión literaria de la provincia de la Negra es objeto de burlas entre los personajes del texto. Estas pretensiones fundacionales de Pretérito perfecto pueden ser un poco injustas con las novelas “sobre Tucumán”, por decirlo de algún modo, que la preceden, como la trilogía de Julio Ardiles Gray, La ciudad de los sueños de Hernández, las novelas de Eduardo Perrone o, y sobre todo, Aire tan dulce, una novela extraordinaria de 1966, de una escritora originalísima como Orphée que escribe con una gran libertad y que, como Foguet, tampoco se limita a una tradición. La Negra/Orphée necesita ser rechazada como una contrafigura de escritor para que Furcade/Foguet emerja, por la fuerza del contraste y la oposición, como el fundador de la novela en Tucumán.

El afán de fundar la novela de Tucumán rechazando todo lo anterior puede tener que ver con la perspectiva que le da a Foguet su condición de estar y no estar en la provincia, de pertenecer a Tucumán pero también a los mares del mundo. Uno de los méritos de la obra de Foguet es esa apertura a lo nuevo o a lo distante, ese no limitarse a ninguna tradición y hacer ingresar a su obra un montón de geografías, de discursos, de citas, de referencias culturales.

 

Los marcos de la experiencia humana

O. A.

Si la literatura del mar como género está en trance de constitución para el caso argentino, Abordajes literarios, la compilación de Juan Bautista Duizeide, podría ser uno de los textos fundadores. Ordenada en once secciones, la antología reúne a clásicos insoslayables (Robert Louis Stevenson, Julio Verne, Marcel Schwob, Herman Melville) con descubrimientos menos previsibles (Leon Tólstoi, Emilia Pardo Bazán, el conde de Lautréamont) y, dentro de la literatura nacional, la selección incluye entre otros a Claudia Aboaf, Marcelo Carnero, Javier Guiamet, Patricia Ratto y Domingo Faustino Sarmiento.

“Pensé esta antología desde mi gusto por las antologías y mi gran respeto por esa tarea: Borges antólogo, Walsh antólogo. Disfruté muchísimo las pequeñas biografías temáticas que publicaba Jorge Álvarez bajo el título genérico de crónicas, heredadas de mis padres, y las antologías de literatura fantástica y de terror de Bruguera o de Rodolfo Alonso”, cuenta Duizeide. Abordajes literarios homenajea en principio a ese género, “pero también está pensada como una obra de montaje a partir de textos de otros, y por eso la siento como sumamente personal, no sólo por los textos míos introductorios a cada sección sino por ese montaje”.

Una antología, “sin necesidad de indicaciones un tanto extemporáneas y pedantes como las del inicio de Rayuela”, habilita lecturas salteadas y al azar. “Estará quien abra el libro en cualquier página y lea aquello que lo atrapa, y quien lea de la primera a la última página. Para posibilitar esas dos modalidades, traté de incluir textos diversos en épocas, en estilos, en lenguajes de origen, en lugares donde transcurran, y que abarcaran los diversos momentos de la experiencia náutica: la construcción del barco, la botadura, el viaje, la recalada, el combate, el naufragio. Siempre como marcos de la experiencia humana que es la que me interesa”, agrega Duizeide.