rescate celebrado

Un escritor argentino llamado Tulio Carella

Hay nombres que el tiempo y la memoria van borrando. Carella. Tulio Carella. ¿Italiano? ¿Argentino? ¿Era escritor? ¿Qué escribía? Y sin embargo, tal como lo demuestran dos necesarias ediciones de editorial Mansalva a cargo de Gonzalo León y de Federico Barea, el nombre de Tulio Carella en algún momento significó algo para la literatura argentina. Entre 1940 y 1970, escribió novelas, poesía, ensayo y teatro. También tradujo y colaboró en decenas de revistas. Carella vivió, amó y escribió. ¿Cómo se vuelve a un nombre perdido que nos convoca desde el fondo del olvido?  

Foto: cedoc

El título original de Carella, de Gonzalo León, era La desaparición de Tulio Carella. Justamente esa es la pregunta que narra esta biografía novelada o novela biográfica: ¿por qué desapareció ese nombre, ese significante? ¿Por qué Carella hoy no nos dice nada? 

“Yo tenía en mi biblioteca El Palacio de los Aplausos, de Arturo Carrera y de Osvaldo Lamborghini y no lo había leído. Lo empecé, fue entre 2014 y 2015, y me encontré con un epígrafe de Tulio Carella: ‘La crítica contribuye a la decadencia’. En ese momento pensé que Carella era un poeta romano”, cuenta León mientras toma su café en un bar de Almagro. “Luego, me conseguí Tango. Mito y esencia y ahí entre en la obra de Carella, que es como ventanas abiertas, ¿no? Yo creo que Carella tuvo mala suerte. Su obra es muy diversa, pasa con su narrativa y con sus ensayos. Incluso con su poesía: escribió églogas católicas y, luego, un poema como ‘Los mendigos’ donde aparece el comercio homosexual callejero. ¿Dónde estaba Carella? ¿Dónde se lo ubica? Me parece que eso contribuyó al olvido, a la desaparición”.

Entre las páginas de Carella, un escritor conversa con un periodista sobre su libro sobre Tulio Carella, un investigador entrevista a Tita, la mujer del crítico y poeta, un Carella aporteñado aparece y desaparece de distintas zonas de la ciudad, en distintos encuentros. Nace el 14 de mayo de 1912 en Buenos Aires y muere el 30 de marzo de 1979, y una buena parte de esa vida es reconstruida con los artificios de la ficción en las páginas de Carella. León trabajó con materiales: lee sus libros de crítica y ficción, pero también sus traducciones; se asoma a cartas y entrevistas; habla con testigos y amigos. “Es muy difícil reconstruir una vida silenciada como la de Carella. Hice una investigación, hablé con gente, el archivo de Raúl Veroni me sirvió mucho. También la charla con Mario Tesler, un amigo suyo. Y luego empezar a leerlo como reseñista, por ejemplo, en la revista Ficción. Carella era un tipo muy situado. Ahí encontré el vínculo con Gianuzzi…” cuenta León.

En el borde entre realidad y ficción, el autor de Carella imagina y revive a Federico García Lorca, para suponer una escena mítica de fogoso encuentro; a Tita Merello, para subrayar el ambiente tanguero y teatral que envolvió al Carella de los años 40-50; a Joaquín Gianuzzi, para revelar las conexiones entre la búsqueda poética y quiénes leían a Carella, cuando todavía existía. En el final de su libro, León escribe: “Opté por una novela y no por una biografía, porque como escribió E. M. Forster en Aspectos de la novela, ‘el conocimiento perfecto es una ilusión. Pero en la novela podemos conocer a las personas perfectamente’. Pese a mi investigación, sentía que me faltaban datos para reconstruir la vida de Carella y la novela me dio la posibilidad de interpretar esos datos e inclusive intuirlos, formándome a un Carella incompleto pero propio”. Es un acierto de Carella usar la ficción para volver a dar vida al autor de Las puertas de la vida y a ese mundo perdido de la Buenos Aires de los años 50 o de la Recife de los años 60, un recurso que ya había probado León en su libro Serrano (2017). 

Hay una invitación a volver a Carella en estos libros publicados por Mansalva. Ahora bien, ¿con qué leerlo? ¿Con quién?  Uno de los recientes comentadores de su vida y obra ha sido el profesor y crítico Daniel Link quien en el año 2011 le dedicó una columna en este mismo diario. “Ahora entiendo mejor la diferencia entre Manuel Puig y Tulio Carella (más allá de los veinte años que los separan en el tiempo y más allá del parecido de sus retratos): el primero estuvo destinado desde el primer momento a convertirse en el novelista más importante de la literatura argentina; el segundo se condenó a la desaparición” escribió en aquella ocasión Link, respondiendo a su modo las preguntas planteadas. Podría leerse a Carella con Puig. 

En el caso de León, cuando hace unos meses conversábamos al respecto, él se explayaba: “Yo diría que el vínculo con lo gay Carella lo toma de lo popular, de lo callejero, del tango y el sainete. A la manera de Carlos Correas o de Renato Pellegrini. Sebreli rescata ese vínculo y creo que tiene razón. Como si los tres hubieran vivido una experiencia literaria similar”. Entonces, Carella con Puig, sí, y también con Carlos Correas y con Renato Pellegrini. No parece casualidad, entonces, las resonancias de Los reportajes de Félix Chaneton o de Asfalto, recientemente reeditada por la editorial De Parado, que puede encontrar el lector de Orgía. 

Pero en las páginas de Carella, León redobla la apuesta para poner al autor de Picaresca porteña con un autor veneciano, un dramaturgo del siglo XVIII: Carlo Goldoni. “La reflexión de Carella es muy interesante: él dice ‘lo popular en algún momento fue alta cultura’. Él ve en el sainete la presencia de la Comedia del Arte italiana o en el tango versos traficados de Horacio. Como sucede con la telenovela latinoamericana, uno nota ahí elementos del teatro de Shakespeare” afirma León entre los vericuetos de la obra de Carella y las voces que circulan en el bar de Avenida Rivadavia y Gascón. El mismo León dedicó su último ensayo a pensar la obra del bardo genial: El mal inglés. Shakespeare & el romanticismo. Leer a Carella con Goldoni y el teatro italiano del siglo XVIII, leerlo con el sainete y el tango, sus dos grandes pasiones, es también escuchar a Carella en distintos tiempos. Volverlo anacrónico para que retorne al presente.  

Un libro cochino. A propósito de Orgía, la historia es realmente asombrosa: en 1968 la colección de literatura erótica brasileña dirigida por Hermilo Borba Filho publica la novela de Carella en portugués. Algunos ejemplares llegan en los años siguientes a la Argentina: lo lee su editor Raúl Veroni; Fernando Noy cuenta que la conoció en un ejemplar que había pasado por las manos del tucumano Juan José Hernández; Néstor Perlongher la cita en su ensayo La prostitución masculina en 1993. La obra comienza a adquirir un halo de novela de culto. Sin embargo, como su autor, el libro se desvanece con el paso del tiempo y el portugués también levanta una valla para alcanzar a más lectores argentinos. Recién en 2011 una nueva edición de Orgía, nuevamente en portugués, reaviva el nombre de Carella y llega, por ejemplo, a Daniel Link quien le dedica la columna en Perfil Cultura. Curiosamente en esa reedición un error pone en tapa a un joven… ¡Manuel Puig!

“El carácter único del libro me motivó a retraducirlo, no conozco un caso similar. Ya había retraducido algunos poemas de reynaldo mariani y algunas declaraciones de Arlt para una entrevista, todos textos en portugués cuyos originales en español no se encuentran. Pero en el caso de Carella, es una novela, es otra cosa, otro trabajo ¡y algo que no creo que vuelva a hacer en mi vida!” cuenta verborrágicamente Federico Barea por audio, retraductor de Orgía para la nueva edición de editorial Mansalva lanzada este año. Efectivamente, los originales en castellano que Carella alguna vez escribió supuestamente se perdieron, se destruyeron. No existen. 

Poder leer Orgía, como en el Carella de León, también precisa un ejercicio de ficción e imaginación. ¿Cómo habrá sido ese texto original? ¿Cómo escribió este diario novelesco Tulio Carella? ¿Cómo retraducirlo? “Fue muy arduo, me llevó muchos años, pero lo hice. El desafío fue reponer un lenguaje de los años 60. No podía usar un slang actual. Leí toda la obra de Carella e intenté retraducir Orgía al lenguaje de Carella, a su ética y sus formas. Intenté ponerme en sus zapatos a la hora de escribirlo” enfatiza Barea al ser interrogado al respecto. “Yo sabía que él era un tipo de la alta cultura, fino, que manejaba lenguas clásicas, un tipo sumamente intelectual. Y era homosexual a la antigua: como Mujica Láinez y Edgardo Cozarinsky. Y eso también tiene que leerse en las páginas de Orgía”.

Orgía es el diario de Lucio Ginarte, un argentino que, como el propio Carella, viaja a Recife a dar clases de teatro y abre en las calles y las piezas de pensión, en los bares y los baños compartidos las puertas de la vida sensual. La novela ha sido leía como un posible diario ficcionado de Carella, pero a medida que se avanza en sus páginas la acumulación de escenas, coitos y eyaculaciones es tan exagerado que parece más bien un homenaje a los periplos del Giacomo Casanova, el gran amante veneciano. ¡De nuevo, Venecia! No sorprende: el lugar donde la novela se desarrolla, Recife, magistralmente descripta por Carella en estas páginas, ha sido bautizada como “la Venecia de Brasil”. ¿Cómo sería un Casanova que en vez de apilar mujeres apilara negros y mestizos al calor americano?

Carella sexualiza todo lo que ve, inventa nombres e historias, imagina incluso a uno de los memorables personajes de Orgía: King Kong, un negro rubio y blanco, un joven sarará muy bien dotado. Entre los apuntes impresionistas del diario de Ginarte, que exigen paciencia ante un ritmo que como habitantes del siglo XXI acostumbrados a la ansiedad, velocidad y fugacidad vamos perdiendo, el encuentro sexual con King Kong se graba en la memoria y merece relecturas. También lo merece la noche con Anforita. Como en un poema del Girondo de Veinte poemas para ser leídos en un tranvía, entre Río de Janeiro y Venecia, la ciudad chorrea libido y en Orgía se lee. El alterego de Hermilo Borba Filho lo condensa con sencillez en la novela: “La literatura pornográfica son cuentos de hadas para adultos”. 

En una carta de 1968 recientemente exhumada por Barea, Carella confesaba: “Además me han pedido un libro de Brasil, para editar allá en portugués; y quieren un libro cochino, tipo Sade, Masoch, Genet, Freud, Princesa Rusa (no te irás, carajo) y yo me puse a escribir como un loco ya que para loco no me falta nada, y está saliendo un libro que si no es genial, será una mierdita”. Orgía es un libro genial, y Barea encaró la retraducción con confianza: “Creo que Orgía es un ladrillo que faltaba en el muro de la literatura nacional. Estuvo exiliada de nuestra cultura. Va en contra de cierta pacatería de aquella época y describe Brasil de una forma hermosa y, por contraste, habla de la Argentina. No estoy seguro de que sea un libro fundamental, pero sí creo que con esta obra Carella se cuela al centro, lo amplía y demuestra que no está cerrado y que, en todo caso, depende de nuestras lecturas”. Si así es, si depende de nuestras lecturas, la llegada de estos dos libros abre las puertas de la literatura argentina para que resuene nuevamente un nombre: Tulio Carella.

 

Fragmento de Carella

Cuando Tulio Carella salió del bar aquel día de invierno de 1968, las nubes de tormenta y granizo se fueron moviendo como el pronóstico del servicio meteorológico había anunciado, cubriendo la ciudad con un manto espumoso que se lo tragaba todo: los edificios, la avenida principal que cruzaba de sur a norte con sus autos alocados dirigiéndose a sus hogares, los semáforos, las calles llenas de gente que iban y venían, caminando frenéticamente. ¿Adónde iban? ¿De dónde venían? No importaba. La ciudad entera estaba metida en una especie de túnel. De pronto recordó una frase que había escrito en una novela que había salido recientemente en Brasil: “Tiene la impresión de que una inmensa boca se ha abierto para devorarlo”. No, pero esto era otra cosa. Parecía que, por el color gris oscuro de esas nubes, alguna erupción volcánica, algún ataque terrorista se hubiera precipitado sobre Buenos Aires. Además no hacía frío como hubiera sido lo lógico en esa estación del año, sino que era como un día de verano cualquiera, con humedad y alta temperatura. 

Mirado con optimismo, todo indicaba que había ocurrido un gran desastre, y sin embargo, solo se trataba de la naturaleza, del tiempo como fenómeno climático pero también como paso inexorable de las horas, los días, la vida. No era algo inusual, pero lo rápido que el manto envolvió aquella ciudad sí lo fue. De sol y humedad a nubes y más humedad. Algunos tuvieron miedo y corrieron presurosos por las calles amortajadas, hasta que el alumbrado público devolvió la tranquilidad. 

 

Fragmento de Orgía

Voy a dar un paseo; nunca me atreveré a acercarme a este tipo. Como está lloviendo, no puedo alejarme mucho y pronto vuelvo al punto de partida. El hombre se está manoseando el sexo como si lo acariciara para consolarlo de alguna pérdida. La gente se empuja y nos acercamos al borde de la calle. Nuestras miradas se cruzan. Le pregunto si tiene hora. Me responde con una tontería: está esperando a un amigo que está en el Correo. Creo que no me escuchó y el miedo le dictó sus palabras: cree que soy policía. Es temeroso y desconfiado, pero cuando comprende que soy extranjero cambia y se muestra hablador, comunicativo, libre. No acepta un trago, pero me señala y quiere mostrarme las habilidades de un negro que come vidrio, traga fuego, y me lleva junto a la pequeña multitud que lo observa. Se coloca de manera que queda un poco detrás de mí, se apoya y, al mismo tiempo, recorre con su mano la curva de mi cintura, como por descuido. Todas estas ceremonias son precauciones para evitar el conocimiento de un individuo con sus mismos gustos. Acepta un café. ¿Argentino? No sabe bien de qué se trata. Trabaja en una empresa inglesa y conoce algunas palabras del inglés, que pronuncia con deleite y a duras penas. Lleva un anillo en el anular derecho: está comprometido. No es de Recife sino de un pueblo del interior. Recife le parece una de las ciudades más grandes y bellas del mundo. No conoce el Hotel Avenida y le gustaría que le enseñara dónde está, para poder conocer la ciudad en la que vive desde hace tan poco tiempo. Ha practicado la halterofilia y ha adquirido un cuerpo considerado perfecto entre los expertos. Debido a esto, a su estatura y a su fuerza, le dicen King-Kong. Caminamos hasta la esquina del hotel y charlamos sensatamente a una distancia respetable el uno del otro. El pueblo donde nació está cerca de Vitória de Santo Antão, donde se fabrica la cachaça más rica del país. En ese momento, el negro de la herida se acerca y me llama para pedirme cincuenta mil reales. La cantidad me parece fabulosa y me niego, pero luego entiendo que habla como los mayores que aún no se han acostumbrado a decir cincuenta cruzeiros. Siento no haber podido ayudarlo. King-Kong me lleva al puerto, donde la vida tiene una intensidad sombría, mucho más variada que la del centro. De hecho, se podría decir que la ciudad está dividida en dos partes: la hetero y la homosexual, el puerto y el centro. Me muestra los lugares más famosos donde la gente baila y juega. También hay un barrio para afeminados, cerca del puente giratorio, como en París. Nunca ha estado en París, pero conoce las costumbres sexuales de todo el mundo. Como no gana ninguna fortuna y sabe lo que cuesta un alquiler en el presupuesto mensual, está muy preocupado por mi situación. Es la primera persona que veo que comparte mis preocupaciones con diligencia: me lleva en ese momento a un hotel cuyo aspecto parece siniestro y lúgubre. Subimos una escalera sucia y maloliente. Afortunadamente, nadie contesta. King-Kong me lleva al puente Maurice de Nassau, nos sentamos un rato en la baranda, escucho el relato de sus logros deportivos. A fuerza de perseverancia, trabajó hasta que cada músculo adquirió su máximo y perfecto desarrollo. En el Nordeste, nadie puede compararse con él en cuanto a físico. Y, como suele ocurrir con muchos deportistas que viven para el cuerpo, siente una admiración desmedida por los intelectuales, cuyas proezas es incapaz de imitar. Cuando llega el momento de separarnos, no se resigna a que yo no conozca todas sus virtudes físicas y finge que tiene ganas de orinar.