Khadija Amin: del silencio impuesto en Kabul a la voz encendida en Madrid
Entrevista realizada el sábado 23 de agosto en el verano madrileño, en exclusiva para PERFIL.
El 15 de agosto de 2021, Khadija Amin se levantó como cualquier día en Kabul. Presentó el noticiero de la mañana en la televisión nacional y salió a grabar entrevistas para un nuevo reportaje. Tres horas después, ya no tenía trabajo ni futuro.
“Mi jefe me llamó y me dijo: Khadija, no vuelvas. Los talibanes están entrando. No podemos arriesgarnos por vos. Cuando regresé, la redacción estaba vacía. Ese fue mi último día como periodista en Afganistán”, recuerda Amin.
Ese mismo agosto la evacuaron en un vuelo organizado por el Ministerio de Defensa de España. El contraste aún la emociona: “En mi país me echaron, en España me recibió la ministra de Defensa en el aeropuerto. Me abrazó y me dijo bienvenida. Ese día entendí lo que significa ser reconocida como persona y no como un peligro".
Hijos que 'pertenecen' al padre
Khadija habla de su exilio con serenidad, pero su voz se quiebra al mencionar a sus hijos.
“En Afganistán, por ley, los niños son propiedad del padre. Así lo dicen, con esa palabra: propiedad. Si tienen más de siete años, la madre ya no tiene derecho a hablar con ellos. Yo intenté todo: abogados, colegios, vecinos. Pero desde noviembre no consigo comunicarme. Es la injusticia más grande: que una madre sea privada hasta de una llamada".
Esa pelea la enfrentó incluso a su propia madre y a otras mujeres de generaciones anteriores: “Yo le decía a mi madre: ¿por qué ustedes no lucharon antes? ¿Cómo es posible que en una partida de nacimiento figure solo el nombre del padre? Gracias a la lucha de muchas mujeres logramos que en 2020 se incluyera también el nombre de la madre. Pero gran parte de la sociedad —incluso muchas mujeres— se oponían. Decían que era vergonzoso que se conociera el nombre de su madre. Para mí fue un símbolo de dignidad ganado con sangre".
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El islam y los talibanes
En Occidente suele confundirse islam con terrorismo. Khadija, firme, rechaza ese estigma.
“Yo sigo siendo musulmana. Mi religión me da fuerza. El problema no es el islam, sino quienes lo manipulan. El Corán permite estudiar, trabajar, participar en política. Lo que hacen los talibanes no es religión, es opresión. Afganistán siempre fue un país musulmán, y durante veinte años tuvimos ministras, diputadas, periodistas. Los talibanes nos quieren borrar, pero eso no es el islam".
Una escuela clandestina en la nube
En Madrid, Khadija fundó la asociación Hope of Freedom. Su objetivo: ofrecer a las niñas lo que en su país les niegan.
“Creamos una escuela online clandestina para que las chicas puedan estudiar sin exponerse. Y también proyectos de artesanía: bolsos, pulseras, pendientes. Diez mujeres trabajan desde sus casas, y lo que venden en Europa les da ingresos directos. Cuando una mujer tiene un salario, baja la violencia en el hogar. Dejan de ser tratadas como propiedad".
Además, ya trasladaron a 34 mujeres a España. Pero no alcanza: “Si ellas no pueden salir, llegamos nosotras a sus casas, aunque sea de forma virtual. La educación y el trabajo son nuestra resistencia".
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Una patria reducida a una bandera
La periodista se emociona al recordar la noche en que salió de Kabul.
“No me llevé nada. Solo la bandera de mi país. Esa bandera es todo lo que me queda de Afganistán. Al principio me sentía culpable de haberme ido, pero ahora entiendo que desde aquí puedo hacer más por las mujeres que si me hubiera quedado”.
Sus palabras dejan flotando un sueño imposible y, a la vez, vital: “Me gustaría volver y hacer política. Siempre digo: ojalá una mujer sea presidenta de Afganistán. Tal vez yo. Una mujer puede cambiar lo que 40 años de guerra no cambiaron nunca”.
Epílogo
En Madrid, bajo el sol del verano, Khadija insiste en lo mismo que la hizo salir del anonimato: hablar. “Si dejamos de hablar de Afganistán, la tragedia se normaliza”.
El día en que los talibanes la expulsaron, Khadija se transformó en símbolo. Hoy, cuatro años después, sigue recordando que su historia no es solo suya: es la de millones de mujeres silenciadas. Y ella, a diferencia de tantas, todavía tiene voz.
HM/ML