Inolvidable

Shine On: Un viaje a las estrellas de Pink Floyd en el corazón de Núñez

La propuesta convirtió al Parque de la Innovación en un universo floydiano con puffs, luces, láseres y música en vivo. Ocho funciones agotadas y un público entregado a setenta minutos de hipnosis audiovisual. Se vienen más shows en septiembre.

Shine On The Sensorial Experience. Foto: Prensa Shine On

A metros del estadio Monumental, donde suelen vibrar goles y emociones, otra multitud de 1000 personas (250 por función) se reunió para entregarse a algo distinto: un viaje inmersivo a los universos sonoros y visuales de Pink Floyd. Bajo el nombre “Shine on: the sensorial experience”, esta propuesta agotó ocho funciones y convirtió al Parque de la Innovación en un templo efímero de luces, música y emociones.

Ya desde la entrada, la escena parecía sacada de un sueño floydiano. Una luna enorme e imponente flotaba sobre la fila de ansiosos, mientras un triángulo atravesado por un haz de luz, convertido en arcoíris de neón, recordaba al icónico prisma de The Dark Side of the Moon. Lásers en todas direcciones y música ambiental de Richard Wright, The Echelon Effect o Yogi Lang preparaban la atmósfera para lo que vendría. Inclusive, actores caracterizados de tapas de discos de Floyd caminaban entre los presentes, sin emitir palabra. 

El domo circular, que recuerda al Planetario porteño (donde esta experiencia ya había brillado en el pasado), era el corazón del espectáculo. En lugar de butacas, cientos de puffs gigantes invitaban a recostarse y mirar hacia la cúpula, que proyectaba imágenes incluso antes de comenzar. El logo de Shine On aparecía en el techo acompañado de colores, brumas y un aire ceremonial.

Entonces, la voz del locutor Ricardo “el Tero” Martínez Puente pidió silencio y entrega: “Si aquella persona que te introdujo a Pink Floyd todavía está a tu lado, cuando la veas, dale las gracias. Si ya no está, esta noche la encontrarás en las estrellas de esta cúpula”. El público, conmovido, entendió que lo que iba a suceder no era un recital más, sino un ritual colectivo.

La música comenzó a sonar en vivo desde un escenario 360 montado en el centro de la sala. La banda encargada de dar sonido al momento: Pulse, el icónico tributo argentino. Cada acorde respetaba la perfección milimétrica de los discos originales, pero con la potencia de lo inmediato. La elección estaba en manos del espectador: dejarse envolver por Wish You Were Here o por The Dark Side of the Moon. Y en ambos casos, al final, la recompensa era un plus de tres canciones extras, rescatadas discos que no habían sonado esa noche.

Las proyecciones sobre la cúpula eran un espectáculo en sí mismo. Formas estroboscópicas, geometrías imposibles, hongos gigantes, líneas de todos los colores y hasta un homenaje emocionante: decenas de rostros de músicos fallecidos iluminaban el techo mientras sonaba Wish You Were Here, logrando que el recuerdo se volviera parte de la experiencia.

Uno de los momentos más altos llegó con The Great Gig in the Sky. Tres coristas replicaron la inolvidable performance del concierto Pulse de 1994. Su potencia vocal puso la piel de gallina hasta a los más incrédulos: era como si la banda británica estuviera ahí, en carne y hueso, acariciando cada fibra del público.

Pink Floyd retiró su discografía desde 1987 de las plataformas de Rusia y Bielorrusia

Al salir del domo, la experiencia no terminaba. Stands con merchandising oficial ofrecían vinilos, remeras y souvenirs, mientras que quienes habían comprado entradas especiales encontraban un área gourmet con quesos, salames, café, bebidas y hasta canapés dulces. Un guiño que convertía el cierre en algo tan terrenal como disfrutable.

“Shine on” duró 70 minutos, pero dejó la sensación de haber habitado otro tiempo y otro espacio. Entre luces, puffs y canciones eternas, Pink Floyd volvió a demostrar por qué es banda de culto. Una noche inolvidable que no sólo se escuchó: se sintió, se vivió, se grabó en cada espectador como un viaje sensorial imposible de borrar.

TC