Argentina en Planolandia
“En política, la confianza popular es el recurso más valioso, difícil de construir y el más fácil de perder” dice el autor y analiza el relato oficialista unidireccional y la decepción de los ciudadanos. Ya se rompió el pacto sociedad-Estado.
Los casos de corrupción en áreas súper sensibles del Estado golpean el relato oficialista y reconfiguran el mapa político. El triángulo de hierro se reduce a una línea recta que concentra las decisiones y achata la realidad, mientras la confianza ciudadana se erosiona y crece el desencanto con el oficialismo.
La corrupción de alta magnitud no sólo se acumula en la memoria colectiva: se cristaliza, se incrusta. Cada episodio erosiona un poco más la credibilidad de la política. El caso ANDIS no compromete solo a burócratas, sino al corazón central del oficialismo y a su bandera moral. Lo que está en juego es más que un resultado electoral: es la posibilidad de sostener un pacto mínimo entre sociedad y Estado.
En política, la confianza popular es el recurso más valioso, difícil de construir y el más fácil de perder. Requiere del largo plazo para forjarse y de un segundo para destruirse. Toda democracia se sostiene sobre esa base intangible e inestable que hace que los ciudadanos crean que las reglas tienen sentido y, principalmente, que cada voto puede modificar la realidad.
Esto es lo que se pone en tensión con el caso ANDIS. No se trata sólo de quehan estrangulado de forma miserable el área que tiene a su cuidado a los más débiles entre los débiles, reduciendo las prestaciones y el presupuesto, vetando toda mejora y limitando la cantidad de Certificados Únicos de Discapacidad (CUDs), sino que, lo poco que dejaron en pie, se lo están repartiendo entre políticos y empresarios multimillonarios que realmente no necesitan de ese dinero para vivir, sino que lo hacen para sostener un estilo de vida obsceno, de lujos imposibles e impensables para la mayoría de los argentinos y de todos los mortales.
En este contexto se repite la geometría perversa de otros escándalos de corrupción de la era Milei: “El triángulo de hierro”, pero en esta oportunidad, la figura triangular parece transformarse en una simple línea recta que apunta fijo a una única dirección, Karina.
Un país en Planolandia
Resulta sugerente recordar en este lugar la metáfora que nos regala Planolandia, el célebre relato sobre la construcción social de la realidad de Edwin Abbott, en el que los habitantes de un mundo bidimensional -cuadrados, triángulos y círculos- creen que el universo se agota en líneas y figuras planas, sin siquiera sospechar la existencia de la tercera dimensión, la profundidad: no pueden concebir ni pensar que existen esferas o cubos y su sola mención es un delito y una afrenta al orden establecido. Una herejía que se paga con la muerte.
Del mismo modo, la política argentina corre el riesgo de encerrarse en una narrativa plana, construida desde un único ángulo de poder, excluyente de cualquier alteridad y amplificada por operadores mediáticos que, como un indicador fiable de la honda crisis desatada, comienzan a abandonar el barco del relato oficial antes de que naufrague en las turbulentasaguas de la penosa realidad.
Como en Planolandia, lo que no entra en esa geometría imaginaria es percibido como imposible, peligroso o falso. Pero la realidad social, compleja y multidimensional, siempre termina desbordando los relatos simplistas y maniqueos. Cuando la construcción discursiva choca con la experiencia cotidiana —inflación persistente, desigualdad creciente, corrupción visible—, la confianza se desploma y el voto como herramienta de transformación social pierde vitalidad y se repliega.
El discurso de pureza ética quedó herido de muerte por la contundencia y el carácter miserable de los audios revelados, y con él, la promesa de ser distintos a la “casta”. En un país donde la economía no ofrece alivio alguno, perder la bandera de la ética significa debilitar el núcleo mismo del proyecto político.
La menguada participación electoral sumará así un nuevo contingente de desencantados que engrosarán sus filas, ya que no hay nadie en el arco opositor capaz de capitalizar este desmadre. Hay que medir bien cuantos son. Algunas consultoras cercanas al gobierno hablan de una pérdida del 10% entre sus propias filas. Pero sean los que sean, a la inversa de lo ocurrido en las elecciones anteriores en, la desafección generada con este hecho inédito de corrupción impactará de lleno en las filas del oficialismo, no de la oposición. En un escenario de paridad técnica entre libertarios y peronistas, sobre todo en Provincia de Bs As, esto es determinante.
Ética y campaña
El mapa electoral se redefine entonces en torno a dos ejes: la economía y la ética pública. El primero golpea en la mesa de todos los hogares; el segundo cuestiona la legitimidad de todo el sistema político. La pregunta es si el oficialismo logrará recomponer su relato o si la oposición encontrará un lenguaje nuevo para interpelar a los nuevos viejos desencantados. Difícil en ambos casos.
El paso del triángulo de hierro a la línea recta sintetiza el dilema actual: un poder cada vez más concentrado, casi aislado, una narrativa cada vez más plana y una sociedad que percibe que las promesas no coinciden con los hechos. Como en Planolandia, el desafío es recuperar la dimensión perdida: lo estrictamente humano, lo comunitario, lo colectivo, la solidaridad social. ¿Impensable, no?
*Sociólogo, consultor
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