Cómo las crisis internacionales ayudan a los autoritarios

Si las ondas expansivas de la guerra de Ucrania sirven de indicio, es más probable que las crisis fortalezcan a los autócratas que debilitarlos.

Viktor Orban, primer ministro de Hungría. Foto: shutterstock Twitter @PM_ViktorOrban

ESTAMBUL – El feroz ataque del presidente estadounidense Donald Trump contra las instituciones de su país durante los últimos nueve meses es un síntoma particularmente mórbido del declive global de la democracia. Pero Trump simplemente ha capitalizado un proceso que ya estaba muy avanzado antes de su regreso a la Casa Blanca.

Varios factores han contribuido a este retroceso mundial. Los regímenes autoritarios consolidaron su poder perfeccionando sus métodos de control, desde la manipulación electoral y la vigilancia digital hasta el uso estratégico de los marcos legales e institucionales. Además, los autócratas suelen brindarse apoyo político y económico mutuo, como lo demuestra la estrecha relación entre el presidente chino Xi Jinping y el presidente ruso Vladímir Putin. Y las deficiencias de varias democracias prominentes —en especial Estados Unidos— han hecho que ese modelo resulte menos atractivo.

Sin embargo, lo que a menudo se pasa por alto es cómo los profundos cambios en el orden internacional han reforzado a los regímenes autoritarios. En el mundo cada vez más multipolar de hoy, el auge de los conflictos geopolíticos regionales ha sido una bendición para los sistemas autoritarios competitivos, que celebran elecciones pero inclinan el terreno político a su favor.

Un ejemplo destacado es la guerra de agresión de Rusia contra Ucrania, que ayudó a aumentar la legitimidad interna del primer ministro húngaro Viktor Orbán y del presidente turco Recep Tayyip Erdogan en la antesala de elecciones cruciales.

La invasión rusa de Ucrania se produjo poco más de un mes antes de las elecciones parlamentarias de Hungría del 3 de abril de 2022. Orbán martilló el mensaje de que solo él podía mantener a salvo al país. A diferencia de la oposición —a la que presentó como belicista e imprudente por querer apoyar la defensa de Ucrania—, prometió proteger a los húngaros de la guerra. Bombardeados por los medios progubernamentales, muchos ciudadanos empezaron a ver en Orbán al garante de la paz, e incluso algunos opositores temieron que un cambio de gobierno arrastrara a Hungría al conflicto.

Orbán también aprovechó la guerra en Bruselas, amenazando con bloquear los esfuerzos de la Unión Europea para ayudar a Ucrania a menos que la Comisión Europea liberara los fondos congelados para Hungría. En el plano interno, presentó esto como una victoria sobre las élites europeas ansiosas por gastar “el dinero húngaro en los ucranianos”. Los medios oficialistas repitieron la narrativa del Kremlin, culpando a las sanciones de la UE —y no a la invasión rusa— por los problemas económicos del país, y presentaron los vínculos de Orbán con Putin como prueba de su capacidad para asegurar energía barata. En contraste, alertaban que votar por la oposición podía significar escasez. La coalición liderada por Fidesz ganó dos tercios de los escaños, mantuvo su supermayoría parlamentaria y consolidó su control del poder.

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Dinámicas similares se repitieron en Turquía. En la antesala de las elecciones presidenciales de mayo de 2023, Erdoğan destacó su diplomacia personal durante la guerra de Ucrania, especialmente el acuerdo del grano del mar Negro. Enfrentado a un único rival respaldado por una amplia coalición opositora, se presentó como el único líder capaz de mantener a Turquía fuera del conflicto y, al mismo tiempo, elevar su influencia global. Los medios progubernamentales advirtieron que una victoria opositora significaría una alineación plena con el esfuerzo bélico de Occidente. La elección fue ajustada y requirió una segunda vuelta, pero Erdogan terminó imponiéndose.

En el plano económico, Erdogan sacó provecho de la negativa de Turquía a adoptar las sanciones occidentales: el comercio con Rusia se disparó; turistas y empresas rusas llegaron al país con dinero fresco; y el Kremlin permitió diferir millones de dólares en pagos de gas. En 2022, la corporación estatal rusa de energía nuclear transfirió 15.000 millones de dólares a una filial en Turquía para garantizar la continuación de la construcción de la central nuclear de Akkuyu, inaugurada apenas unas semanas antes de las elecciones. Todo esto ayudó a aliviar las presiones económicas derivadas de las políticas heterodoxas de Erdoğan y le permitió presentarse como indispensable para la prosperidad turca.

Además, los drones de fabricación turca desplegados en el campo de batalla ucraniano se convirtieron en símbolos de orgullo nacional y de destreza tecnológica. Como principal exportación de defensa del país, estos drones baratos y letales han sido centrales en la narrativa de política exterior de Turquía, junto con otro logro militar que Erdoğan destacó durante la campaña de 2023: el primer buque de asalto anfibio del país, diseñado para transportar drones y helicópteros.

Este énfasis en la defensa es anterior a la guerra de Ucrania. El apoyo militar de Turquía a Azerbaiyán durante la guerra de Nagorno-Karabaj de 2020 —que incluyó el despliegue de drones— fue ampliamente publicitado y también reforzó la legitimidad interna de Erdoğan.

Los desarrollos políticos en Hungría y Turquía tras la invasión rusa a gran escala de Ucrania dejan tres lecciones.
Primero, las crisis internacionales no necesariamente exponen las vulnerabilidades de un régimen autoritario; pueden, por el contrario, crear oportunidades para consolidar el poder, marginar a los oponentes y obtener respaldo externo.

Segundo, las actitudes públicas son importantes: la ausencia de un sentimiento antirruso fuerte en Hungría y Turquía permitió que Orbán y Erdogan, respectivamente, presentaran la cooperación con el Kremlin como algo pragmático y no como una traición. Cuando la opinión pública está dividida, los autoritarios pueden manipular más fácilmente las crisis a su favor.

Por último, los actores involucrados en los conflictos geopolíticos regionales son clave. La disposición de Putin a ofrecer concesiones económicas, transferencias financieras y apoyo propagandístico ayudó a Orbán y Erdoğan a sortear los desafíos internos.

Hungría y Turquía recuerdan que la evolución de las dinámicas globales puede influir en la supervivencia de los regímenes autoritarios competitivos. A medida que el mundo avanza hacia una mayor multipolaridad y las potencias medias ganan influencia, probablemente los conflictos regionales se multipliquen. Si las ondas expansivas de la guerra de Ucrania sirven de indicio, es más probable que estas crisis fortalezcan a los autócratas que debilitarlos.

Senem Aydın-Düzgit es profesora de Relaciones Internacionales en la Universidad Sabancı y directora del Istanbul Policy Center.
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