En el ámbito político y diplomático todos tenemos alguna anécdota sobre la “inminencia” de la firma de un acuerdo comercial entre la Unión Europea (UE) y el Mercosur, que dio su primer paso en 1995, tuvo otro “casi, casi” en 2005, renovó las frustraciones en 2019 y ahora vuelve a la postergación en Bruselas.
En estos 30 años, muchos hemos escrito también sobre cuánto y cómo fue cambiando el mundo desde entonces, con sucesivos vuelcos del escenario geopolítico y geoeconómico que expone al acuerdo que se firme ahora a ciertos desajustes y, según algunos críticos, a volverlo un instrumento poco relevante.
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La gran oposición en la UE proviene de Francia y sus agricultores, que como los de Polonia y Hungría temen verse perjudicados en el intercambio de materias primas del Mercosur y bienes finales comunitarios, como los que sí producen y exportan Alemania y países nórdicos. Eso explica la constante ola de “tractorazos” que llegó esta semana a Bruselas, donde los 27 países del bloque debaten el acuerdo.
Desde el Mercosur, distintos autores con los que hemos debatido el asunto -Juan G. Tokatlian, Bernabé Malacalza, Carlos Quenan, Julieta Zelicovich- enfatizan que un acuerdo abrirá el mercado de bienes básicos, sobre todo de alimentos, pero que la gran batalla regional sigue siendo evitar que el comercio con la UE o con China acentúe la primarización y frustre, en realidad, un desarrollo industrial y moderno.
La actual guerra comercial global, consecuencia de la división del mundo en “esferas de influencia”, une ahora a la UE y al Mercosur -más que nunca- en la búsqueda de “salvavidas” que abran o amplíen mercados.
Esta vez fue Italia, aliada con Francia, la que forzó una enésima postergación “hasta enero” de 2026. Pero si finalmente el acuerdo vuelve a caerse, el Mercosur debería pasar página y tirar otras líneas en otros destinos porque estamos ante un “juego de la silla vacía” que castigará especialmente al que se distraiga.