INTERNACIONAL
Conflicto en el Caribe

Venezuela, petróleo y poder: qué busca Trump con la nueva ofensiva contra Maduro

En público, la Casa Blanca presentó cada paso como parte de una ofensiva antidrogas. Pero Trump nunca ocultó su interés en el crudo venezolano.

Donald Trump y Nicolás Maduro 20251202
Donald Trump y Nicolás Maduro. | Collage

La ofensiva de Estados Unidos contra Venezuela atraviesa una fase de endurecimiento que va mucho más allá de las sanciones económicas tradicionales. El anuncio del presidente Donald Trump de bloquear a los petroleros sancionados que entren o salgan del país se inscribe en una estrategia más amplia que combina presión militar, coerción económica y objetivos geopolíticos de largo plazo, con el petróleo como eje central.

La escalada comenzó a tomar forma a principios de septiembre, cuando fuerzas estadounidenses lanzaron ataques contra pequeñas embarcaciones en el Caribe y el Pacífico oriental que Washington identificó como parte de redes de narcotráfico. Desde entonces, las operaciones se repitieron de manera sostenida: 26 ataques en total, con un saldo de 99 personas muertas. Juristas especializados en derecho internacional advirtieron que el uso de fuerza letal en ausencia de un conflicto armado declarado podría exponer a Estados Unidos a cuestionamientos legales de fondo.

A partir de allí, la campaña adquirió una dimensión claramente militar. Trump autorizó la planificación de operaciones encubiertas de la CIA y ordenó un despliegue naval y aéreo en el Caribe que analistas describen como el mayor desde la crisis de los misiles con Cuba en 1962. Buques de guerra fueron posicionados frente a la costa venezolana, bombarderos comenzaron a operar cerca del espacio aéreo del país y tropas estadounidenses, junto con sistemas avanzados de radar, fueron enviadas a Trinidad y Tobago, a escasos kilómetros del territorio venezolano.

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En público, la Casa Blanca presentó cada paso como parte de una ofensiva antidrogas. Funcionarios estadounidenses describen a Venezuela como un “narcoestado” y al propio Nicolás Maduro como un actor central de esas redes. Sin embargo, esa narrativa resulta problemática incluso dentro del propio aparato estatal: Venezuela no produce drogas, y la mayor parte de los estupefacientes que atraviesan su territorio tienen como destino Europa, no Estados Unidos.

En círculos políticos de Washington, el objetivo real aparece formulado con mayor crudeza. “Trump quiere seguir destruyendo barcos hasta que Maduro ceda”, afirmó Susie Wiles, jefa de gabinete del presidente, en declaraciones que reflejan una lógica de presión directa orientada a forzar un quiebre político.

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En los últimos días, esa lógica se trasladó con claridad al plano energético. Estados Unidos incautó un petrolero venezolano y Trump prometió bloquear todos los buques sancionados vinculados al comercio de crudo del país, un paso que apunta directamente al principal activo estratégico de Caracas. Venezuela concentra cerca del 17 % de las reservas probadas de petróleo del mundo, más de 300.000 millones de barriles, una magnitud que supera ampliamente las reservas estadounidenses y que explica por qué el conflicto trasciende el plano sancionatorio. A ello se suma un factor geopolítico clave: China es hoy el actor extranjero con mayor presencia en la industria petrolera venezolana, en un momento en que la administración Trump busca contener la influencia de Pekín en el hemisferio occidental.

Trump nunca ocultó su interés en el crudo venezolano. Tras dejar la Casa Blanca, lamentó que los intentos de desplazar a Maduro durante su primer mandato no hubieran prosperado y sostuvo que Venezuela estaba “lista para colapsar”. Esta vez, según trascendió, el gobierno venezolano llegó a ofrecer la reapertura del sector petrolero a empresas estadounidenses, pero manteniendo el control político de las concesiones. La Casa Blanca rechazó esa alternativa.

La combinación de ataques letales, despliegue militar, presión económica y bloqueo petrolero revela una estrategia de alto riesgo, orientada a cerrar las fuentes de financiamiento del gobierno de Maduro y redefinir el equilibrio de poder en el Caribe. La incógnita es si esta escalada logrará sus objetivos políticos o si, por el contrario, profundizará el conflicto sin ofrecer una salida clara, mientras eleva el costo humano y diplomático de la confrontación.

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