Cuando las historias familiares se tensan
La infancia que se comparte con hermanos no despierta la misma nostalgia, y a veces ni siquiera un recuerdo común. Esa perspectiva diferente de la historia familiar hace que cada uno crezca por su propia rama. Hasta que surgen los conflictos, tarde o temprano.
En tiempos donde lo familiar se sacude, el vínculo entre hermanos reaparece con una fuerza tan particular como inesperada. Lo compartido no siempre une, y lo simbólico, a veces, duele tanto como lo real.
En las últimas sobremesas o charlas al paso con amigos —no sé si por sugestión o casualidad— surgieron historias sobre hermanas y hermanos de sangre con quienes aparecieron conflictos, distancias o cuestionamientos sobre su comportamiento en el último tiempo. Los motivos eran varios y variados, pero todos coincidían en algo: esas tensiones emergían cuando algo importante sacudía la escena familiar.
En Mazel Tov, la nueva película de Adrián Suar, ese tema resurge. La trama vuelve a poner en evidencia que, cuando en una familia ocurre un evento significativo, lo que alguna vez funcionó, ya no alcanza. Lo que no se dijo, se vuelve urgente. Y todos nos vemos obligados a reubicarnos en los roles conocidos o a reformularlos.
Las familias son como ecosistemas: todos están conectados, aunque no lo parezca, aunque sea a través de hilos invisibles. Y, dentro de ese ecosistema, el de los hermanos es, quizás, el lazo más enigmático.
Está la necesidad de callar para no alterar lo que parece funcionar, y también la tensión acumulada"
Existe una idea romántica de paridad: nacimos en la misma casa, fuimos al mismo colegio, estuvimos en las mismas mesas familiares. Pero la infancia compartida no garantiza una mirada compartida. Ni siquiera un recuerdo común. Cada quien creció en una versión distinta de la misma historia, y eso moldea el lugar que cada uno termina ocupando casi sin darse cuenta. Quién cuida, quién calla, quién se rebela, quién sostiene. Uno pone el cuerpo; quizá otro, la distancia.
Pero cuando llega un temblor —como la muerte de un integrante de la familia, una traición, una herencia, o una decisión inesperada—, puede simplemente reforzar las dinámicas existentes o, aún mejor, transformarse en un sismo que lo sacude todo: remover placas profundas, habilitando nuevas voces, la memoria, el conflicto.
Los que hasta entonces parecían vínculos inamovibles pueden comenzar a resquebrajarse. Se rompen estructuras, se desplazan afectos, se acercan distancias que parecían definitivas o se abren abismos entre quienes siempre estuvieron cerca.
Cómo surfear problemas familiares
"Todas las familias felices se parecen unas a otras; cada familia infeliz lo es a su manera", diría Tolstói.
Lo que se ve en la película de Suar interpela desde la risa, y un poco sobre las lágrimas. Porque está la necesidad de callar para no alterar lo que parece funcionar, y también la tensión acumulada que, en algún momento, explota.
¿La buena noticia? La familia no siempre tiene por qué romperse con el temblor. A veces, incluso, se vuelve a dibujar. Y lo que queda después, lo que logra sobrevivir, muchas veces cobra otra forma. Incluso cuando los roles se agotan, las reglas cambian o cuando hace falta duelar una parte de la imagen que teníamos del otro para poder construir una nueva. Porque lo que no se hereda, se roba. Y lo que no se enfrenta, con el tiempo se va rompiendo solo.
*Licenciada en Comunicación Social, con una maestría de Antropología Social
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