Gesto

La ética del clic

Me gusta. El clic se convierte en la única forma de reconocimiento. Foto: shutterstock

Por mucho o poco que nos pese, y de un buen tiempo a esta parte, el clic parece haberse convertido en el gesto emblemático de la sociedad digital, en su paradigma inclemente, una microacción que condensa toda la lógica del tecnocapitalismo, no un simple movimiento mecánico, como podría parecer a primera vista, sino un auténtico dispositivo de poder que reconfigura por completo nuestra experiencia existencial, y esto en tanto que el clic representa la culminación de un proceso de reducción de la rica complejidad humana a una caprichosamente impuesta decisión binaria: sí o no, like o dislike, incluir o excluir.

Así, la vigente ética del clic suprime cualquier zona de indeterminación, la elimina por completo, pues la negatividad, ese profundo espacio de reflexión y duda, queda erradicada en favor de una inmediatez absoluta e irrestricta, en la que cada clic es un acto de consumo instantáneo, una forma de comunicación que prescinde de la profundidad del lenguaje: no se trata de comprender, sino de reaccionar; no de dialogar, sino de seleccionar.

De este modo, en las cada vez más omnipresentes redes sociales, el clic se convierte en la única forma de reconocimiento dado que la existencia digital, la única que cuenta, se mide en clics, likes, shares, y el sujeto digital no existe propiamente si no es validado por esta rigurosa e implacable economía de la atención: la identidad se construye como un perfil permanentemente optimizado.

Como consecuencia de todo lo anterior ocurre que la rapidez del clic imposibilita y hasta destruye cualquier esperanza de contemplación. Así, la información no se procesa, se consume, y el tiempo de la reflexión termina sustituido por el tiempo del rendimiento, en el que cada segundo no productivo es una pérdida, productividad asociada a la conciencia de que el clic permite la ilusión de una participación total, de una conectividad sin límites, mientras que en realidad produce un vaciamiento de la experiencia.

La intimidad también fue colonizada por la ética del clic. Las relaciones se reducen a decisiones instantáneas sobre la deseabilidad del otro, desde el momento mismo en que el amor se vio convertido en un algoritmo, en una serie de elecciones binarias en las que la complejidad del encuentro queda completamente eliminada, eclipsada: fiel a los principios de la mercantilista productividad, la seducción fue reemplazada por la selección eficiente.

Sin embargo, y frente a todo lo anterior, cabe proponer una ética alternativa del clic, una mirada que requeriría recuperar la interrupción, la capacidad de des-automatizar nuestra experiencia digital, no para eliminar el clic, sino con el objeto de devolverle su potencial crítico, su capacidad de generar distancia, un clic que no sea un acto de consumo, sino un momento de suspensión, de extrañamiento ante lo dado.

De este modo, el verdadero clic no sería una decisión, sino una pregunta; no un acto de selección, sino de apertura, un clic que nos permita reivindicar la complejidad de lo real, que interrumpa el flujo de la información instantánea para permitirnos pensar con profundidad por un momento, suspender el tiempo, y dejarnos existir luminosamente más allá de la lógica binaria del materialista rendimiento digital.

*Profesor de Ética de la Comunicación de la Escuela de Posgrados en Comunicación de la Universidad Austral.