Los próximos pasos de los manifestantes en Serbia
Las protestas generalizadas contra Aleksandar Vucic parecen estar llegando a un punto de inflexión. Pero para derrotar al régimen en las urnas, la oposición debe desarrollar formas efectivas de contrarrestar la manipulación electoral, esbozar una visión convincente para el futuro de Serbia y desarrollar lazos más estrechos con los líderes europeos.
El pasado noviembre, el derrumbe de una marquesina en la estación de ferrocarril de Novi Sad, la segunda ciudad más grande de Serbia, causó la muerte de 15 personas (otra persona falleció en marzo a causa de las heridas sufridas en el accidente). La reticencia del gobierno serbio a pedir cuentas a los responsables de la chapucera construcción -que muchos achacan a la corrupción generalizada y a la falta de transparencia- desencadenó masivas protestas lideradas por estudiantes que continúan hoy en día y que recientemente se han tornado violentas. Decenas de manifestantes han resultado heridos en enfrentamientos con la policía y los leales al Presidente serbio Aleksandar Vucic, mientras que otros cientos han sido detenidos.
A pesar de que en un principio se mantuvieron alejados de la política, los manifestantes estudiantiles exigen ahora elecciones parlamentarias anticipadas. Mientras que Vucic y su Partido Progresista Serbio (SNS) solían ver en unas elecciones anticipadas una salida a la crisis, ahora se oponen activamente a la idea, plenamente conscientes de su pérdida de apoyo entre el electorado -según una encuesta reciente, el SNS queda por detrás de la oposición liderada por los estudiantes entre 12 y 15 puntos porcentuales-.
Pero Vucic y el SNS parecen estar accediendo poco a poco a las demandas de los estudiantes, y varios medios de comunicación serbios han informado recientemente de que podrían celebrarse elecciones a finales de año. Para prepararse para esa posibilidad, la oposición debe cambiar su planteamiento: prevalecer en la arena electoral no es lo mismo que movilizarse en las calles.
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En primer lugar, los manifestantes tienen razón en que las elecciones en Serbia no son ni libres ni justas. Pero esperar que Vucic cree unas condiciones equitativas, que algunos en la oposición consideran una condición previa para participar en las elecciones, es delirante. Los actores occidentales carecen cada vez más de voluntad y capacidad para promover la democracia en el extranjero, una tendencia que se ha intensificado con el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca. Vucic se enfrenta así a poca presión para mejorar la integridad electoral, e influir en el resultado -como muchos esperan que haga- es poco probable que dañe la legitimidad internacional de su régimen.
Por tanto, la oposición debe desarrollar formas creativas y eficaces de contrarrestar la manipulación electoral del régimen. Para ello, deberían aprender de las elecciones de 2000 en Yugoslavia, cuando el descubrimiento y la documentación exhaustiva por parte del partido de la oposición de los esfuerzos del régimen por amañar el resultado contribuyeron al derrocamiento del hombre fuerte serbio Slobodan Milošević. Para garantizar que las próximas elecciones sean lo más competitivas posible, los manifestantes deben colaborar con las organizaciones de la sociedad civil para denunciar pronto y con frecuencia las violaciones electorales.
En segundo lugar, la oposición debe esbozar una visión convincente para el futuro, en lugar de limitarse a hacer hincapié en las deficiencias del régimen de Vucic, que se ha mantenido en el poder desde 2012 en gran medida gracias a la apelación del presidente al etnonacionalismo. Vucic se presenta a sí mismo como el salvador y defensor de una nación serbia en peligro, mientras que describe a los manifestantes como traidores que llevan a cabo una "revolución de color" en nombre de potencias extranjeras.
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Ignorar esta narrativa sería un grave error. Pero la oposición cometería un error aún mayor si tratara de "demostrar" su patriotismo haciéndose más etnonacionalista que Vucic, como ha intentado hacer en varias ocasiones recientes. En su lugar, los manifestantes deberían desarrollar su propia narrativa patriótica, una que se base en valores inclusivos y reclame los símbolos nacionales a Vucic y al SNS.
Dichos símbolos han tenido un gran protagonismo en las manifestaciones. Pueden utilizarse justificadamente en la lucha contra Vucic, siempre que representen a una Serbia que defiende el Estado de derecho y el pluralismo, y no respalden la visión de Vucic de una Serbia victimizada por las potencias occidentales y unos vecinos hostiles.
En tercer lugar, la oposición debe prepararse para la posibilidad de que tenga que defender su victoria electoral en las calles. Eso significa empezar ya a hacer campaña en las capitales europeas para asegurarse de que los aliados democráticos de Serbia no reconocen unas elecciones robadas. Las opiniones de los funcionarios europeos tienen un peso significativo entre el gobierno y los líderes empresariales serbios, porque su economía depende en gran medida del comercio y la inversión de la Unión Europea.
Esto es especialmente importante porque los líderes europeos no respaldarán automáticamente a la oposición serbia, que incluye partidos que se han opuesto enérgicamente a la integración en la UE. Y a pesar de sus frecuentes acusaciones de que los países occidentales intentan derrocar a su gobierno, Vucic tiene muchos aliados en la UE, a diferencia de Milošević, un paria internacional en 2000 que murió en La Haya mientras se le juzgaba por crímenes de guerra que se le acusaba de haber cometido en Kosovo, Bosnia y Croacia.
Manteniendo viva la relación transatlántica
Cuando la Presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, visitó Belgrado el pasado octubre, elogió a Serbia, uno de los países del mundo que más rápidamente se "autocratiza", por sus progresos hacia la adhesión a la UE. Dado que el enfoque de la política exterior del bloque se guía ahora más por sus intereses geopolíticos y económicos que por sus valores, cabría imaginar que reconociera los resultados de unas elecciones robadas por Vucic, suponiendo que el fraude electoral no fuera demasiado flagrante. Las preocupaciones sobre los estándares democráticos pueden dejarse de lado para evitar que Serbia abrace a Rusia, o para asegurar el acceso a sus reservas de litio.
Mientras los líderes de la UE se resisten a los intentos de Trump de vender Ucrania, harían bien en no adoptar un enfoque igualmente cínico con Serbia. Para recordar al bloque su apoyo a las normas democráticas, los manifestantes estudiantiles serbios deberían empezar ya a establecer vínculos con los líderes europeos y, llegado el momento, documentar claramente cualquier caso de manipulación electoral. Este acercamiento, unido a una visión política que promueva el Estado de derecho y el pluralismo, podría decidir el destino de la oposición serbia, y su tenaz campaña contra un régimen autocrático y corrupto.
(*) Filip Milacic, investigador principal de la oficina "Democracia del Futuro" de la Fundación Friedrich Ebert, es profesor visitante en la Universidad Centroeuropea de Viena e investigador afiliado al Instituto de la Democracia de la Universidad Centroeuropea de Budapest. / Project Syndicate
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