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Restablecimiento de los contratos sociales de Europa

Lejos de "elevar a todos los barcos", la globalización ha dejado a muchos hogares europeos hundiéndose rápidamente. A medida que la riqueza se ha concentrado cada vez más y la clase media se ha vaciado, cosas que las generaciones anteriores daban por sentadas, como poder permitirse una vivienda con un salario a tiempo completo, están fuera del alcance de muchos, especialmente de los jóvenes. La movilidad social ascendente se parece cada vez más a una quimera.

European Central Bank Cuts Rates Again to Help Economy Withstand Tariff Stress Foto: Bloomberg

BRUSELAS – La Comisión de Asuntos Constitucionales del Parlamento Europeo celebró recientemente un simposio de alto nivel sobre la "Búsqueda del Estado de Derecho". Académicos, juristas y profesionales se reunieron para un diálogo en profundidad sobre el significado y la implementación de este principio dentro de la Unión Europea. Pero el desafío por delante es más fundamental: el Estado de derecho está retrocediendo en Europa, poniendo en peligro la democracia misma.

Desde la Segunda Guerra Mundial, las democracias liberales han construido y mantenido sus contratos sociales sobre tres pilares que se refuerzan mutuamente: libertad, prosperidad y Estado de derecho. La libertad individual desató un dinamismo innovador; el Estado de derecho aseguró un campo de juego nivelado; y la prosperidad resultante reforzó la confianza en ambos. Esta dinámica moldeó la Guerra Fría y ha sido la principal fuente de legitimidad del proyecto europeo desde sus inicios.

Hoy, este sistema está en crisis. Lejos de "elevar a todos los barcos", la globalización ha dejado a muchos hogares europeos hundiéndose rápidamente. A medida que la riqueza se ha concentrado cada vez más y la clase media se ha vaciado, cosas que las generaciones anteriores daban por sentadas, como poder permitirse una vivienda con un salario a tiempo completo, están fuera del alcance de muchos, especialmente de los jóvenes. La movilidad social ascendente se parece cada vez más a una quimera.

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Sin una prosperidad compartida, la libertad se percibe como una farsa. Una sensación generalizada de que el contrato social se ha roto ha socavado la fe en el Estado de derecho –una función central del cual es limitar el poder– y ha alimentado la ira popular. Los políticos populistas, capitalizando esta creciente frustración y resentimiento en muchos países, a menudo han utilizado su poder para debilitar o politizar el poder judicial. Mientras tanto, las instituciones de la UE a menudo han demostrado estar demasiado fragmentadas o ser demasiado difíciles de manejar para actuar con decisión y eficiencia, incluso cuando se trata de defender el Estado de derecho.

El Estado de derecho representa más que reglas codificadas. Es el principio de que la fuerza debe someterse a la razón, la expresión más elevada de nuestro esfuerzo por vivir juntos en paz. En su ausencia, el poder se ejerce arbitrariamente, y la libertad, desconectada de la responsabilidad, se confunde con el deseo o la identidad. La gente exige el "derecho" a decir cualquier cosa, sin rendir cuentas por su veracidad o impacto, y presenta los llamamientos a la verdad como ataques a la libertad.

Los avances tecnológicos amenazan con reforzar estas tendencias destructivas. A menos que se diseñen e implementen las regulaciones adecuadas, es probable que la IA enriquezca a unos pocos afortunados, mientras limita las oportunidades para el resto. Además, delegar la gobernanza a los algoritmos no es una forma de revivir un contrato social, ni la legitimidad democrática que este sustenta. Si a esto le sumamos la creciente instrumentalización de la energía, los datos, la infraestructura y los flujos financieros, los desafíos por delante solo se intensificarán.

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Pero, lejos de buscar fortalecer el Estado de derecho para abordar estos desafíos, el Estado de derecho es visto cada vez más como el problema, y el modelo autoritario de China como la solución. Según el reciente libro de Dan Wang, Breakneck: China’s Quest to Engineer the Future, la indiferencia de China hacia los procesos legales le ha permitido convertirse en un "estado de ingeniería", capaz de "construir megaproyectos sin miedo", en contraste con la "sociedad de abogados" de Estados Unidos, que se interpone en su propio camino. "Estados Unidos ya no tiene el Estado de derecho", se lamentaba Niall Ferguson en un podcast de la Institución Hoover el mes pasado. "Tiene el Estado de los abogados".

En nuestro mundo de rápido movimiento, la gente quiere resultados instantáneos, no debates engorrosos y una maraña de reglas, y China parece ofrecer eso. Al Partido Comunista de China ciertamente le gustaría que pensáramos así, promoviendo su marca única de autoritarismo capitalista de estado como un modelo superior que otros deberían emular. China también ha buscado crear un marco alternativo para la cooperación internacional. En septiembre, el presidente chino Xi Jinping presentó una nueva Iniciativa de Gobernanza Global, que promete igualdad soberana, cumplimiento del derecho internacional, un enfoque "centrado en las personas" y la entrega de "resultados reales".

Pero detrás de una retórica tan atractiva hay una visión sombría, en la que la ley existe para servir a la autoridad y la libertad es prescindible. En un momento de creciente desigualdad y disminución de la rendición de cuentas, la democracia podría parecer un precio pequeño a pagar por la eficiencia y la prosperidad, y el apoyo a los políticos de extrema derecha sugiere que muchos europeos son susceptibles a esta lógica. Pero nadie debería subestimar la pérdida de derechos humanos que implica esta compensación. Tampoco debemos olvidar que los valores, sistemas y soluciones ganados con tanto esfuerzo, que se desarrollan y afianzan a través de procesos democráticos "engorrosos", son mucho más duraderos que aquellos que están sujetos a los caprichos autoritarios.

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Sin embargo, para resistir este canto de sirena, Europa debe convertir su experiencia regulatoria en capacidad de acción, entregando una arquitectura energética resiliente, sólidas capacidades de seguridad y defensa, y una política industrial que no penalice la innovación. También debe buscar una diplomacia que reúna a actores globales con ideas afines en torno a principios y estándares compartidos. Fundamentalmente, debe restaurar y reequilibrar los tres pilares de su contrato social.

Esto requerirá una economía que cree oportunidades para todos, una política que restablezca la rendición de cuentas efectiva y una cultura que reconozca la libertad como inseparable de la responsabilidad. Lejos de ser una cuestión de nostalgia, este es un requisito previo para la estabilidad y el progreso futuros. Solo tal renovación puede permitir que Europa prospere y continúe sirviendo como modelo de valores democráticos.


Ana Palacio, exministra de Asuntos Exteriores de España y exvicepresidenta sénior y consejera general del Grupo del Banco Mundial, es profesora invitada en la Universidad de Georgetown.