Un país y un mundo desequilibrados
Un repaso del primer año de la segunda presidencia de Donald Trump muestra cómo decisiones internas y externas alteraron reglas, alianzas y equilibrios que parecían consolidados, y dejaron a Estados Unidos ante un escenario de incertidumbre política e institucional.
NUEVA YORK – Escribir sobre el año 2025 desde una perspectiva estadounidense es fácil y difícil a la vez. Es fácil porque hay mucho donde elegir. Y es difícil por la misma razón.
En el ámbito nacional, incluso una lista breve incluiría: el cierre gubernamental más largo de la historia; una deuda nacional que supera los 38 billones de dólares; una inflación persistente, junto con un aumento del desempleo y la desigualdad en medio de un crecimiento económico acelerado impulsado por la inteligencia artificial; una violencia política creciente; los esfuerzos por cerrar la frontera sur a la inmigración ilegal, junto con deportaciones masivas; el despliegue de tropas de la Guardia Nacional en Los Ángeles y otras ciudades estadounidenses; los ataques a las universidades y a los programas destinados a promover la diversidad; la imposición de aranceles masivos a las importaciones; la reducción del empleo en el sector público, incluida la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional; y una considerable reducción de la financiación de la investigación científica.
Los acontecimientos en materia de política exterior no fueron menos trascendentales. Estados Unidos se unió a Israel en el lanzamiento de ataques armados contra las instalaciones nucleares iraníes, lo que retrasó su programa de armamento varios años. La presión diplomática estadounidense no logró la paz en Gaza, pero sí consiguió la liberación de los rehenes israelíes y de miles de prisioneros palestinos, así como un alto el fuego precario e incompleto. Otra iniciativa diplomática para poner fin a la guerra entre Rusia y Ucrania tampoco ha logrado hasta ahora la paz, pero sí ha conseguido alinear a Estados Unidos con Rusia y distanciarlo aún más de Europa.
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Más cerca de casa, se reunió una gran presencia militar estadounidense frente a las costas de Venezuela y se atacaron más de 20 barcos que supuestamente transportaban drogas, además de bloquear parcialmente las exportaciones de petróleo, para presionar al Gobierno de ese país a ceder el poder. La soberanía de Canadá, Groenlandia, Panamá y Colombia se vio amenazada por el presidente Donald Trump en algún momento u otro. Estados Unidos se retiró de la Organización Mundial de la Salud y de los esfuerzos mundiales para combatir el cambio climático. Al mismo tiempo, promovió la producción de combustibles fósiles y recortó el gasto en energía eólica y solar. Los esfuerzos destinados a promover la democracia y los derechos humanos en otros países se interrumpieron en gran medida.
¿La consecuencia? En 2025 surgieron importantes desequilibrios de poder tanto en el país como en el extranjero.
En el país, el primer año de la segunda presidencia de Trump se destacó por su excesiva afirmación de la primacía ejecutiva. Trump firmó cientos de órdenes ejecutivas y miles de indultos, despidió a funcionarios públicos destinados a ejercer un juicio independiente, presionó a otros para que se plegaran a su voluntad y persiguió represalias legales contra sus supuestos enemigos políticos. La repentina demolición del ala este de la Casa Blanca para dar paso a un gran salón de baile y el abrupto cambio de nombre del Centro Kennedy fueron emblemáticos del rechazo de Trump al decoro, al debido proceso y a la supervisión.
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Tan llamativo como la afirmación del poder por parte de Trump fue la falta de voluntad de los republicanos del Congreso para controlar al presidente y la deferencia que le mostró el Tribunal Supremo. Desde Franklin Delano Roosevelt, ningún presidente había acumulado tal grado de control, pero a diferencia de FDR, que podía señalar la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial como justificaciones para sus acciones, Trump no heredó ninguna emergencia. Simplemente hizo cosas, y los demás lo aceptaron.
La presidencia sin restricciones de Trump está en contradicción con la tradición política estadounidense. Un elemento central del gobierno y la democracia estadounidenses es la noción de controles y contrapesos: que los tres poderes del gobierno federal deben gobernar conjuntamente y garantizar que ninguno de ellos domine por sí solo. Esto ha fracasado por completo: Trump actúa y pocos reaccionan.
En el extranjero, Trump prestó una atención sin precedentes al hemisferio occidental —que puede entenderse como una extensión de la seguridad nacional, un ámbito en el que se cruzan las preocupaciones sobre las drogas, la inmigración y el comercio— y a la promoción de los intereses comerciales en todas partes. Esta estrategia supuso alejar a Estados Unidos de sus aliados y amigos en Europa y Asia y acercarse a Rusia y China. Como resultado, el equilibrio de poder se desplazó a favor de países que, hasta hace poco, se consideraban adversarios reales o potenciales.
De cara al futuro, será revelador ver cómo se pronuncia el Tribunal Supremo sobre la afirmación de Trump de que sus poderes de emergencia justifican su prolífico uso de los aranceles, su política económica estrella. Igualmente revelador será ver si los republicanos del Congreso muestran una mayor disposición a distanciarse de Trump, lo que podría ocurrir si consideraran que se está convirtiendo en un lastre político.
Aún más importantes serán las elecciones de mitad de mandato de noviembre de 2026. La historia sugiere que, dada la baja popularidad de Trump, el partido que no está en el poder —en este caso, los demócratas— ganará escaños y obtendrá el control, al menos, de la Cámara de Representantes. Con ello vendría la capacidad no solo de frustrar la legislación que busca la Casa Blanca, sino también de investigar a la Administración. Trump está ansioso por evitar ese resultado. La cuestión no es simplemente si los demócratas prevalecerán en unas elecciones libres y justas, sino si las elecciones serán libres y justas, una prueba inesperada para la democracia estadounidense pocos meses después de cumplir 250 años.
En el extranjero, el énfasis de Trump en el hemisferio occidental y en derrocar el régimen de Nicolás Maduro en Venezuela significa que se prestará menos atención a Europa y Asia, y se dedicarán menos recursos a equilibrar a Rusia y China. Este resultado será aún más pronunciado si Trump redobla el uso de la fuerza militar contra Venezuela para lograr sus objetivos.
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Esto, por supuesto, plantea la cuestión de qué está dispuesto a hacer Estados Unidos con respecto a Rusia y China. No hay indicios de que la Administración Trump vaya a proporcionar a Ucrania el apoyo militar, económico y diplomático que necesita para convencer al presidente ruso, Vladímir Putin, de que el tiempo no está de su parte y que más guerra no dará más resultados. Pero eso es precisamente lo que se necesita para mantener el equilibrio de poder y disuadir a Rusia de seguir con su agresión en Europa.
Del mismo modo, existen dudas sobre la voluntad de Trump de apoyar a los amigos y aliados de Estados Unidos en la región Asia-Pacífico, en particular a Taiwán. Su viaje previsto a China en la primavera de 2026 podría demostrar si su deseo de reducir el desequilibrio comercial de Estados Unidos prevalece sobre el mantenimiento del equilibrio de poder en una región fundamental para el futuro del mundo.
Los sistemas desequilibrados tienden a evolucionar hacia un mayor desequilibrio o hacia un nuevo o renovado equilibrio. Lo que Trump esté dispuesto y sea capaz de hacer determinará en gran medida esta evolución y, con ella, la historia de esta época. Por ello, 2026 promete ser un año crucial para Estados Unidos y el mundo.
* Presidente emérito del Consejo de Relaciones Exteriores, es asesor sénior de Centerview Partners, distinguido académico de la Universidad de Nueva York y autor del boletín semanal Home & Away de Substack.
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