El martes 10 de mayo inauguró "Juan Carlos Distéfano, La memoria residual" en el Museo Nacional de Bellas Artes, una muestra que reúne una selección de esculturas y estudios previos del artista argentino pertenecientes a colecciones privadas y del museo, con la curaduría de la crítica e historiadora María Teresa Constantin.
“Esta es una muestra que pensamos junto a Juan Carlos y María Teresa Constantín que es realmente una perla, porque no tiene la presión de ser una retrospectiva y ni siquiera una antológica” expresó Andrés Duprat, director del Museo, durante la presentación de la muestra para la prensa especializada.
“Es una elección que hicieron Juan Carlos y la curadora de algunas piezas que tienen que ver con el imaginario de Distéfano y con sus influencias, tanto de artistas europeos de la historia del arte como de artistas argentinos más recientes”.
Algunas obras homenajean a pintores argentinos como Lino Enea Spilimbergo, Ramón Gómez Cornet y Enrique Policastro, en tanto que otras parten de referencias a pinturas europeas de la Edad Media y del Renacimiento alemán o de los Países Bajos como Matthias Grünewald, Luca Signorelli, Pieter Brueghel o el Greco, entre otros.
Tanto el director del museo como la curadora insisten en las fuentes artísticas del pasado en las que abreva el escultor, como en el carácter íntimo de la muestra, en donde se develan secretos del artista. Ante la obra de Distéfano se puede creer que hay imágenes que perduran de manera subconsciente en la memoria hasta que salen en forma súbita e imprevista ante un estímulo, como un estallido, y se transforman en escultura.
“Yo traté de ser pintor, pero cuando uno pasa a la tercera dimensión y toma la arcilla, creo que nunca más se puede dejar, por el placer que resulta” reflexionó Juan Carlos Distéfano durante la presentación de la muestra.
“Es extraordinario trabajar la arcilla, es tocar carne y hago lo que puedo con eso. Es un recorrido y quién sabe por qué se me dio por hacer los bultos. Y cuando empiezo a hacer uno no puedo dejar. La sensualidad que tiene tocar la arcilla o la cera es totalmente distinta”.
A veces Distéfano define a sus obras con una frase breve y concisa. “La historia de un fracaso” dice para explicar a Ícaro, una obra realizada en Barcelona en 1978 en la que el personaje mitológico cae desnudo y humillado. En otro momento el artista había encontrado un vínculo entre esta escultura y el desmoronamiento de las ilusiones de un país y una vida mejores tras el golpe cívico militar de 1976.
En otros momentos se explaya sobre el origen de una escultura. Tal es el caso de Portadora de la palabra, inspirada en una situación que vivió cuando vio a una mujer que con una Biblia en la mano y un perro a sus pies gritaba sin voz en medio de plaza Constitución. Las imágenes impresas sobre su cuerpo le dan distintos significados que el artista prefiere dejar a la interpretación de los visitantes.
En un sentido similar, Distéfano explica el origen de las monedas que pavimentan el piso sobre el que se yergue La Urpila en Buenos Aires (homenaje al pintor Gómez Cornet). Los padres del artista eran comerciantes y trataban de conservar las monedas para dar cambio. Después de que fallecieron, el artista las encontró ya devaluadas y las integró en la escultura.
“Pero no es que tengan que mirarla de esa manera. Cada uno de ustedes tiene que mirar si le interesa, qué le pasa viendo eso”, pide a los visitantes. Antes, en la misma presentación para prensa, ya había planteado con respecto a otra de sus obras: “ustedes verán y sacarán las conclusiones, yo puedo simplemente hablar de técnica”. El escultor confía en el espectador y deja en él la responsabilidad de descifrar los enigmas -a veces bastante evidentes- que encarna cada una de las piezas exhibidas.
La mayoría de las obras puede relacionarse con diferentes aspectos de la historia reciente de nuestro país aunque en sí puedan o no haber sido pensadas con ese sentido.
“Vivo en la Argentina y añoro a la Argentina cuando estoy afuera” explica el artista para ayudar a entender esta perspectiva. “Me salen estas cosas, tienen cierta sensibilidad (...) un pintor inglés no puede imaginar eso”.
En tanto, el trabajo con texturas y colores sobre las esculturas otorga intenciones diferentes a dos versiones de una obra. Se trata de “Emma traviesa. Homenaje a Lino Enea Spilimbergo” en donde da un carácter único y personal a cada uno de los trabajos.
El impacto emocional de la técnica nunca fue ajeno a Distéfano, quien además de haber pasado por la Escuela de Bellas Artes Manuel Belgrano se desempeñó como diseñador gráfico y experimentó desde sus inicios con texturas, materiales y transparencias.
En la actualidad mantiene el interés en trabajar sobre las imágenes sin atarse a ideas preconcebidas sin dejar de valorar cada instancia en el proceso creativo.
“Yo no tengo ideas, tengo imágenes, que es lo primero que sale. Después con esas imágenes comienzo a trabajar” afirma el artista, para dejar claro sobre qué ejes se apoya su obra.
“Sobre todo me importa cuando hay errores . Yo estoy muy atento al error y si hay algo bueno en el error se abre un camino que yo no imaginaba. Aparece la aventura. Esa aventura es lo mejor que hay en cada uno de mis trabajos, no es racional”.
En ese sentido, casi como en un manifiesto, Distéfano exclama “La idea es traicionera. Seguir una idea es traicionero. Creo en la imagen”.
Constantin afirma que el Bellas Artes es el lugar de Distéfano, y esta muestra parece darle la razón. Quizás en otro lugar, en otro país, esta exposición no pueda despertar en el espectador las mismas emociones que surgen al recorrer el espacio que la institución le dedicó.
“Juan Carlos Distéfano. La memoria residual” se podrá visitar hasta el 31 de julio en el Pabellón de exposiciones temporarias del Museo Nacional de Bellas Artes de la ciudad de Buenos Aires, Av del Libertador 1473, de martes a viernes de 11.00 a 20.00 y los sábados y domingos de 10.00 a 20.00 con entrada libre y gratuita.