Durante el día en Antimano, una red extendida de viviendas precarias que trepan por las colinas de Caracas, el ritmo del barrio continúa siendo el habitual. Vendedores que pregonan yucas y plátanos. Hombres que fuman cigarrillos e intercambian historias frente a panaderías en su mayoría vacías. Largas colas serpenteantes en la calle a la espera de autobuses que pueden no llegar nunca.
Luego cae la noche. Los habitantes en lo alto y al pie de las colinas se precipitan a sus cocinas para buscar ollas y sartenes. Las golpean en una oculta y furiosa protesta llamada “cacerolazos”. Por primera vez, son en contra del presidente Nicolás Maduro.
Podrá ser el heredero de Hugo Chávez, campeón y defensor de los pobres como ellos, pero ahora, cuando aparece Maduro en televisión, el golpeteo se vuelve particularmente estruendoso. Parece un pequeño indicio de que las fuerzas lo van cercando.
“El pueblo está empezando a abrir los ojos”, dijo Pedro González, un conductor de autobús de 34 años, desocupado.
No los mueve el carisma de Juan Guaidó, el líder de la oposición que se esfuerza por destituir a Maduro y que ha concitado apoyo externo y actos como el que atrajo a miles de personas en la zona este de Caracas el sábado pasado. En los barrios pobres del lado oeste de la capital, la reacción es: “Todos están hartos”. “La gente está cansada”.
Cansada del hambre, del delito, de los cortes de luz, de la falta de agua, de las estanterías vacías en las tiendas. La destrucción de la economía con Maduro, el sucesor elegido por Chávez, ha desgastado a los más leales.
Los barrios más pobres de Caracas fueron bastiones de lealtad socialista. Carteles y murales deslucidos de Chávez cubren muros de cemento al frente de avenidas y callejones cubiertos de basura esparcida. Todos se muestran ansiosos por hablar de lo que Chávez hizo por ellos antes de morir en 2013, con los planes de ayuda que mejoraron el nivel de vida de los pobres. Ahí están las calles de tierra que fueron pavimentadas, las chozas construidas con restos de madera y chapa que se reconstruyeron con ladrillo y argamasa.
“Chávez era Chávez”, dijo Jaime Marín, de 23 años, camionero, de camino a la escuela llevando a su hijita. “Maduro es la ruina. Se hunde y nos arrastra a todos con él”.
Cuando Guaidó convocó a manifestaciones el 23 de enero, muchos de los barrios se sumaron. Eso no ocurrió en 2014, cuando olas de disturbios sacudieron a una gran parte del país. Incluso en 2017, cuando se desató otra revuelta, la zona oeste de Caracas se mantuvo en gran medida tranquila. Algunos habitantes no confiaban en los líderes de la oposición que captaban la atención en los distritos más acomodados hacia el este, dado que no confiaban en su interés por los pobres. Otros decían que no podían permitirse interrumpir su trabajo sólo para protestar.
Lo que cambió desde entonces es el nivel de desesperación. El país se halla sumergido en una crisis humanitaria generalizada. “Antes, teníamos el lujo de decir ‘Si no trabajo, no como’”, dijo Gonzáles. “Ahora, si trabajamos, a veces comemos”.