La expresidenta Cristina Fernández de Kirchner siempre ha tenido un pie en el balcón y el otro en Mercurio. En sus volátiles dos periodos en el cargo, peleó con la industria agrícola, el Fondo Monetario Internacional, el imperio mediático Clarín e incluso el ídolo Darín, reservando para los argentinos sus peores crisis. Ahora, justo a tiempo para las elecciones nacionales, la voluntariosa peronista vuelve a sembrar desorden.
Se esperaba que Fernández preparara un regreso a la política desafiando al actual presidente, Mauricio Macri, quien tras un doloroso retroceso fiscal está luchando contra una deuda y una inflación crecientes, además de índices de aprobación en caída. En cambio, sorprendió a leales y rivales por igual anunciando su candidatura como vicepresidente, en una fórmula liderada por su antiguo jefe de gabinete y luego duro crítico Alberto Fernández, con quien no tiene ningún parentesco. La maniobra desconcertó al establecimiento político y al excitable ciclo noticioso argentino. ¿Retrocedió Fernández de Kirchner ante la realidad de que es una figura muy divisiva para regresar a la presidencia? ¿Se trata de una artimaña en la que Kirchner representa el Vladimir Putin del Dimitri Medvedev que sería Alberto Fernández? ¿O sería un intento de distraer a los argentinos de sus problemas legales —su juicio por cargos de corrupción en serie inició el 21 de mayo— pocos meses antes de las elecciones?
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Los votantes tendrán la última palabra en octubre, pero quien gane esta elección tendrá las mismas opciones de política cada vez más cerradas e incluso menos oportunidades de improvisar que Macri. Aunque una cosecha récord proyectada inyecta algo de esperanza en la débil economía, el producto interno bruto del país se encogió 2,5% en 2018 y ha caído 6,8% desde hace un año. La reticencia de los inversionistas ha socavado el peso, el cual perdió la mitad de su valor en 2018 y sigue siendo una de las divisas más vulnerables en los mercados emergentes, de acuerdo con Oxford Economics. En una tierra esclavizada por el dólar, un peso debilitado alimenta la inflación, que ahora llega a un 50% devastador para los salarios.
La recaída de Argentina ha sido extraordinaria. Hace apenas dos años, la economía de US$637.000 millones parecía reponerse de una década y media de mal gobierno de los vaporosos Kirchner (Néstor, de 2003 a 2007, y luego su esposa Cristina de 2007 a 2015), quienes convirtieron al segundo mercado más grande de Latinoamérica en un paria de las finanzas internacionales. Luego de llegar a acuerdos con los enojados tenedores de bonos —o buitres de la deuda, como los llama Fernández—, Macri levantó los controles a la divisa y comprometió la nueva aura del país con la credibilidad y los préstamos en moneda dura: a mediados de 2017, presentó exitosamente un "bono centenario" con un vencimiento nunca antes visto de 100 años. Los inversionistas se lanzaron y Argentina parecía en camino a volver a ser un "país normal", en palabras de Macri. No fue así.
Una inundación récord en el cinturón de los cereales tuvo consecuencias en 2018. También lo hicieron errores no forzados, como una política monetaria desacertada (el Banco Central bajó las tasas de interés aun cuando la alta inflación persistía) y comunicaciones fallidas del gobierno de Macri. Luego vinieron la guerra comercial entre EE.UU. y China, las crecientes tasas de interés en EE.UU. y una desbandada de los mercados emergentes. Para principios de este año, los mencionados bonos centenarios se habían convertido en material para memes.
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Parte de la culpa puede ser del FMI, que en seis décadas ha llegado a 22 acuerdos con Argentina, la mayoría de los cuales han terminado en desbandadas. El préstamo de US$50.000 millones del año pasado es el más grande que ha otorgado la entidad en toda su historia; después de que ni eso lograra mejorar la confianza de los inversionistas, el FMI añadió otros US$7.000 millones. Macri pudo haber usado ese impulso para cancelar deuda o construir reservas en moneda dura; en cambio, compró pesos, escribió recientemente el antiguo director ejecutivo del FMI, Héctor Torres, ahora socio sénior del Programa de investigación en innovación en Derecho Internacional de Centre for International Governance.
Oficialmente, el FMI no está de acuerdo con que los países desvíen préstamos para rescatar sus divisas en decadencia, pero las caídas en serie de Argentina desafían la ortodoxia. "En realidad, el FMI debería haberlo permitido desde el principio si su interés era rescatar a Argentina de sí misma", asegura Monica de Bolle, directora del programa para América Latina de la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados de la Universidad Johns Hopkins. "Con una economía tan dolarizada como la de Argentina, no hay mucho más que el Fondo pueda hacer si quiere mantener su participación, y en este punto, mantener su participación es obligatorio debido a las repercusiones políticas para la institución".
Argentina ha caído pero no ha regresado a las crisis seriales del pasado reciente. Se espera que la retrasada contención fiscal de Macri relaje la deuda bruta del gobierno (de 79% del PIB a 70% para 2020) y posiblemente elimine el déficit primario este año, de acuerdo con Oxford Economics. Y aunque mucho se ha dicho de los errores de Macri, ha ganado aplausos por evitar medidas populistas de remediación manteniendo el dinero limitado y buscando recortes de presupuesto. Anclada en el paquete de rescate del FMI revisado, se espera que la caída económica eventualmente se revierta.
No obstante, la austeridad continua no da señales de un alivio inminente para los argentinos desgastados por la crisis, quienes han visto el desempleo subir a 9% y tasas de interés que la Unidad de inteligencia de The Economist llama "paralizantemente altas". "Es como tomar antibióticos", dice el economista sénior de Goldman Sachs Alberto Ramos. "Eventualmente, las medidas fiscales tendrán efecto, pero es difícil verlo en medio de un doloroso ajuste".
La austeridad continua no da señales de un alivio inminente para los argentinos desgastados por la crisis.
Los oponentes de Macri cuentan con utilizar ese dolor para su beneficio en las urnas. Las campañas presidenciales son placas de Petri para las promesas grandilocuentes y populistas, pero gobernar es otra cosa. Solo pregúntenle a Jair Bolsonaro, el malhumorado líder de derecha de Brasil, quien a pesar de una economía deslucida y cinco difíciles meses en el cargo aún no ha salido del podio de campaña. "Con el beneficio de la retrospectiva, podemos decir que Macri debió haberse movido más rápidamente para ajustar la economía cuando tuvo la oportunidad y que, con la demora, ha hecho que el ajuste sea más difícil", me dijo el historiador económico Victor Bulmer-Thomas, profesor honorario del Instituto para América de University College London. "Pero es necesario distinguir entre la retórica y la realidad. Los peronistas podrían ganar tracción electoral con un discurso fuerte. Sin embargo, es difícil ver que lo hagan de otro modo. No es magia".
A Argentina podría irle bien sin magia. "El sentimiento del mercado es frágil. Hemos perdido grados de libertad para manejar la economía", asegura Ramos. "No necesitamos un cambio de política radical, solo continuar por el camino de la consolidación fiscal". Esa lógica podría revivir la decadente fortuna de Macri o impulsar la de una alternativa centrista convincente. "Esta generación de argentinos es diferente. Con todo y lo que les molesta la situación actual, recuerdan el trauma de la crisis de deuda y la desbandada monetaria de la década de 1980, y no quieren volver a pasar por eso", asegura Bulmer-Thomas.
Por tanto, los peronistas están de acuerdo con Alberto Fernández, un novato electoral quien no obstante es conocido como un conciliador y un pragmático de la política. "Si enmarca su candidatura como moderado, y el mercado cree que él —y no Cristina— estará a cargo, y que su presidencia convertirá a Argentina en un prestatario confiable, la fórmula podría tener un final feliz", asegura el analista jefe para América Latina de Oxford Economics, Carlos de Sousa. "Pero son muchas condiciones".
CP