BLOOMBERG
#LAVIDAENCARACAS

Sudado, con mal olor y harto: la vida (sin agua) en Caracas

"La vida en Caracas" es una serie de historias cortas que busca capturar la calidad de vida surrealista en una tierra en total caos.

People line up to fill buckets with water from a nearby stream in El Cementerio, a slum in western Caracas.
People line up to fill buckets with water from a nearby stream in El Cementerio, a slum in western Caracas. | Photographer: Adriana Loureiro Fernandez/Bloomberg

Cuando tengo suerte, un hilo de agua fluye por las desvencijadas cañerías de mi edificio de apartamentos. Cuando tengo mucha suerte, dan 30 minutos seguidos de H2O. Eso es suficiente para llenar el tanque de unos 200 galones (unos 750 litros) en mi cocina y hacer una celebración. Voy a hacer algo loco y dejar correr el agua hasta que se ponga muy caliente antes de meterme a la ducha.

El tanque está conectado al sistema de distribución del edificio, por lo que no tengo que estar presente para recolectar el precioso líquido. En alquileres anteriores, no tenía red. Cuando el agua empezó a fluir misteriosamente de las tuberías, corrí a llenar cubos, ollas, tazas de café, cualquier cosa.

Cierto, en Caracas, vivimos sin acceso seguro a una extensa lista de elementos fundamentales para la vida, desde papel higiénico hasta pasta dental. Pero si me preguntan, los grifos secos son lejos lo más desagradable de la escasez épica.

Los platos se limpian y reutilizan, y la ropa no es algo que se lave regularmente, aunque, personalmente, no llego al extremo de usar varias veces la ropa interior o los calcetines. Les preguntas a tus amigos si está bien tirar la cadena. A menudo no. Estamos sudados y, sí, con mal olor, especialmente en la temporada de lluvias cuando la humedad puede superar el 80 por ciento. También estamos en riesgo, porque el agua estancada en las vasijas que las personas esconden alrededor de sus hogares atrae mosquitos; las tasas de malaria se han disparado.

Los más pobres, como de costumbre, son los que más sufren, aunque nadie se salva. Los hospitales y las escuelas, los barrios elegantes y los barrios marginales, todos se quedan sin agua, a veces durante semanas enteras, haciendo que esta sequía provocada por el hombre sin duda sea el desastre más igualitario que el gobierno socialista jamás haya logrado crear.

Hay solidaridad en nuestra existencia pegajosa, que nace de una infraestructura que se desmorona. No nos avergonzamos de pedirle la ducha a un conocido, y golpear las puertas a altas horas de la noche para avisar que el agua comenzó a fluir de repente no es molesto, sino que muestra que eres un buen vecino. En una nación profundamente dividida, manifestantes de todas las tendencias políticas salieron a las calles para bloquear el tráfico y levantar carteles que dicen "El agua es un Derecho".

Para los súper ricos, se encontró una solución bastante efectiva. Ahora cavan sus propios pozos. Personas uno o dos niveles por debajo de ellos pagan para que empresas que recogen agua de manantiales en las montañas cercanas les lleven diariamente el vital líquido en camiones. Los necesitados van por su cuenta a los manantiales. Cada fin de semana llenan viejos coches destartalados de niños y botellas y bañeras para hacer el viaje. Y una vez que los contenedores están llenos y los niños se han bañado, vuelven a casa.