COLUMNISTAS

Agenda mediática

Por Jorge Fontevecchia. Está comenzando el año electoral y hablamos muy poco de cómo será el próximo presidente. Investigamos poco a Scioli, a Macri y a Massa

HOTESUR fue el tema obligado del último mes. El kirchnerismo sigue ocupando el centro de la escena también porque le es funcional para quienes lo odian.
| Cedoc

Llevamos más de un mes de Hotesur y dos años de Báez. Hotesur me recuerda a la bodega de Menem en su último año de gobierno. La agenda mediática se ha vuelto recurrente y aun con la disculpa de que es muy difícil sustraerse de la potencia propaladora audiovisual que despierta en la audiencia interés en aquello que escucha repetirse, a PERFIL también le cabría el llamado de atención.

Está comenzando el año electoral y hablamos muy poco de cómo será el próximo presidente. Investigamos poco a Scioli, a Macri y a Massa. El kirchnerismo ocupa siempre el centro de la escena no sólo por mérito propio sino también porque es funcional seguir hablando del kirchnerismo para quienes lo odian. Un cambio de agenda podría ser generacionalmente disruptivo para algunos.

Dentro de diez meses Hotesur, Báez y Boudou pasarán a segundo plano y la agenda mediática no podrá divorciarse del futuro. Pero el futuro ya llegó: ¿son realmente tan parecidos Scioli, Macri y Massa como lucen sus propuestas públicas gradualistas, que prometen mantener lo bueno de la era K y corregir no traumáticamente lo malo? ¿Dirán eso porque es lo que indican las encuestas que la sociedad hoy desea pero al llegar a la presidencia harán aquello que los represente? ¿Quiénes son realmente? ¿Serán tan faltos de una profunda fuerza revolucionadora como parecen?

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Cada presidente que llegó nos sorprendió siendo distinto a lo que creíamos que era, tanto para bien como para mal. Muchas veces no los vemos de verdad, y cuando los vemos esa comprensión ya nos sirve sólo para autopsias.

El libro David y Goliat de Malcolm Gladwell es una obra maestra que ayuda a comprender cómo tendemos a concebir mal el mundo que nos rodea y a hacer lecturas erróneas sobre lo que es débil y lo que es fuerte. Hace 3 mil años que nos cuentan la historia de un pequeño pastor que venció al más grande y mejor entrenado gladiador de los filisteos que invadían Palestina. Un gigante a quien nadie se animaba a enfrentar, que medía más de dos metros, provisto de un grueso casco, armadura de bronce y las más largas jabalina, lanza y espada que se pudieran portar, capaces de atravesar cualquier escudo.

Cuando el pastor dijo que lo enfrentaría, el rey de Israel, resignado porque ninguno de sus soldados se animaba, le ofreció a David sus propios escudo y espada, pero el pastor los rechazó para pelear con el arma que utilizaba para defender a sus ovejas de los depredadores: su hondera, y de un solo disparo a la frente del gigante lo tumbó para luego cortar su cuello con la propia espada del filisteo.

¿Era débil David? El experto en balística de las Fuerzas de Defensa de Israel Eitan Hirsch explica que “una piedra de tamaño medio lanzada por un experto tirador con hondera a una distancia de treinta y cinco metros habría impactado en la cabeza de Goliat a treinta y cuatro metros por segundo, velocidad más que suficiente para perforar el cráneo del rival y dejar a éste inconsciente o sin vida, velocidad equivalente a la fuerza de un revólver moderno”.

El historiador Robert Dohrenwend escribió que “las posibilidades de Goliat ante alguien como David eran las mismas que las de un guerrero de la Edad de Bronce con una espada frente a un oponente armado con una pistola automática calibre 45”.

El escepticismo del rey de Israel ante David fue consecuencia de medir el poder por la potencia física, y Goliat era enorme. Pero no veía realmente a David, esperaba una tradicional lucha cuerpo a cuerpo, entre profesionales de la guerra, y no podía imaginar una forma diferente de combate. Tampoco casi nadie vio bien a Néstor Kirchner, ese desgarbado personaje con problemas de dicción.

El libro de Malcolm Gladwell toma el ejemplo de David y Goliat para recorrer decenas de ejemplos donde lo que creemos que son obstáculos y desventajas son en realidad fortalezas que no estamos en condiciones de apreciar. Hace un censo de todas las guerras descompensadas de los últimos dos siglos, en las que se enfrentaron países muy grandes contra otros muy pequeños, donde las fuerzas del primer grupo fueron por lo menos diez veces mayores que las del segundo grupo. Y el resultado es sorprendente porque los más grandes sólo vencieron 71% de las veces, y los que no deberían haber vencido nunca, los más pequeños, triunfaron en casi un tercio de los casos. Eso cuando el más débil enfrentó al más fuerte con sus mismas armas y estrategias, pero cuando el más débil renunció a luchar con las mismas herramientas del más fuerte y apeló a técnicas poco convencionales –como hizo David–, los más débiles ganaron el 63% de las veces. Vietnam es el ejemplo más conocido, o Lawrence de Arabia contra el ejército turco, pero hay 32 ejemplos más en situación de guerra y miles en el campo deportivo y empresarial.

La miopía de proyectar siempre el pasado al presente, sumada a nuestras emociones, odios y amores, no nos permite ver de verdad. El kirchnerismo, los jueces, los medios, lucen alternativamente como Goliat; la historia nos enseña qué fácil es equivocarnos. En pocos meses lo veremos.

Feliz 2015, lector.