Fue el presidente Alberto Fernández. Lo dijo al encabezar un acto del Frente Contra Todos en Tecnópolis. “No voy a traicionar a Cristina, no voy a traicionar a Máximo, no voy a traicionar a Massa, ni a ninguno de ustedes, no voy a traicionar al pueblo que me votó”, aseguró.
Es cierto que la frase que soltó tuvo como puntapié un tuit del ministro de Desarrollo de la Comunidad de la provincia de Buenos Aires, Andrés “Cuervo” Larroque, que rezaba: “No nos confundamos, lo que el poder no le perdona a @alferdez es no haber traicionado a @CFKArgentina”. ¿Qué lo llevó al Presidente a decir esto con tono gritón y voz destemplada? La respuesta es simple y unívoca: si los ánimos no estuvieran tomando un tinte casi de ruptura, AF no hubiera reparado en ese mensaje para reafirmar su “lealtad”. Donde hubo ya una traición por parte del jefe de Estado es a los millones de ciudadanos y ciudadanas que lo votaron creyendo que cumpliría con su promesa de acabar con la grieta. Es una traición flagrante que representa una oportunidad perdida –otra más– para la Argentina.
“Es una coalición compleja sí, pero que sabe que tiene que trabajar para mantener la unidad”, señala una voz del oficialismo. En esas aguas se hizo un gran esfuerzo para leer de manera taxativa el tuit de Larroque, atribuyendo las interpretaciones “a la subjetividad de quien opina”. Tras cumplir con ese momento de “sarasa”, no hubo más remedio que reconocer que el Gobierno atravesó el peor momento de su mandato. “Según nuestros sondeos hace seis días se frenó el drenaje que veníamos teniendo y de a poco comenzamos a levantar otra vez”, detalló un funcionario con despacho en la Rosada respecto a la intención de voto para las PASO del próximo domingo.
El Presidente ha quedado vaciado de liderazgo político dentro de su propio espacio político.
Sin embargo, puertas adentro de la Casa de Gobierno la realidad es otra. En ese ámbito tóxico hubo quienes no fueron tan generosos en la evaluación de lo que está sucediendo al interior del Frente Contra Todos y revelaron que la sangría anímica no para. Es que “el albertismo más laburante, ‘bancador’ y representativo” dentro y fuera del gabinete está “dolido y desilusionado” con su jefe. “Después de lo del Olivosgate hubo ministros que se chocaron contra una pared a los que se les cortó su carrera política. Hubo otros que salieron a poner la cara sin saber la verdad, a los que el Presidente envió a mentir sin importarle las consecuencias, porque se sentía tan impune que nunca creyó que esas imágenes se filtrarían”, dijo con la voz quebrada un miembro del entorno cercano.
He aquí un punto clave del cual, evidentemente, AF no ha tomado o no ha querido tomar conciencia. El episodio de la Fiesta de Olivos y el Vacunatorio Vip han impactado negativamente dentro mismo del oficialismo porque exhiben situaciones de privilegio en desmedro del ciudadano común que no pudo celebrar cumpleaños, no pudo despedir a sus familiares fallecidos ni pudo acceder a las vacunas en tiempo y forma.
El Presidente ha quedado vaciado de liderazgo político dentro de su propio espacio político. Los comentarios acerca del disgusto de Cristina Fernández de Kirchner son diarios y expresados en alta voz. De los cambios de ministros y de un nuevo gabinete se habla con total naturalidad en más de un despacho oficial.
“La unidad se mantiene porque no nos queda otra. El resultado de las elecciones determinará todo. Sabemos que del otro lado de la coalición – el kirchnerismo– vienen por nosotros y nos van a eyectar por cosas en las que no tuvimos nada que ver. Nosotros creímos”, concluyó la fuente. El destinatario de estas palabras es el Presidente.
En ese grupo de desilusionados y quebrados militan, entre otros, el jefe de Gabinete, Santiago Cafiero; el ministro de Desarrollo Productivo, Matías Kulfas; la vicejefa del Gabinete de Ministros, Cecilia Todesca; el ministro de Educación, Nicolás Trotta; el ministro de Obras Públicas, Gabriel Katopodis; y el ministro de Turismo, Matías Lammens. Todos estos, más el ministro de Economía, Martín Guzmán, gozan de la antipatía creciente de la ex presidenta en funciones. Por eso, el Dr. Fernández debería estar más preocupado por contener el ánimo de los propios que por jurarles lealtad a CFK, Máximo y Sergio Masa. Acaso, tal vez, ya no le quede otra opción.
En el Instituto Patria afinan la lapicera. “Se mandó todas las cagadas – el preciosismo en el lenguaje es otra de las carencias del kirchnerismo– juntas. Está claro que hay que hacer un cambio o varios. Falta casi medio mandato y ya perdió todas sus fichas”, afirman con la certeza de que ya nada ni nadie puede señalarlos de duros, halcones o desestabilizadores.
En el transcurrir de esta campaña de la nada, todo lo que hay es estrépito. En el Gobierno había alegría por la alusión al goce sexual hecho por Victoria Tolosa Paz. “Saca del foco el Olivosgate”, afirmaron varias voces del oficialismo envueltas en una nube de irrealidad. A este devenir, la oposición también se ha esmerado en hacer su aporte. María Eugenia Vidal exhibiendo un accionar desangelado que no deja de sorprender. Sus frases sobre el porro fueron tan malas que la obligaron a reconocer que había cometido un error. Horacio Rodríguez Larreta hablando de Diego Santilli como “candidato de la Ciudad”. Diego Santilli que, como propuesta de campaña, invita a “subirse a la Santileta” que el jueves tuvo un desperfecto en el embrague y terminó en el taller mecánico. Facundo Manes, que ha despertado el enojo de más de un dirigente radical de peso, y cuyo principal aporte son sus frases vacías de contenido que le aportan material diario a Ariel Tarico para sus geniales imitaciones.
Tampoco escapan a esta regla Javier Milei –la polémica que mantuvo con Leandro Santoro los mostró a los dos tan retumbantes como irrelevantes–, José Luis Espert y el grotesco que protagoniza en su alusión al increíble Hulk, y Florencio Randazzo, cuyo aporte más significativo de la semana –en verdad, el único– fue hacernos conocer a su mamá, Gladys.
Es lo que hay. Es como si todos estos dirigentes hubieran conformado una Sociedad de las Ideas Muertas.