Mientras la mayoría discute por el primer plato, hay otros que ya van por el postre. Ejemplo: Martín Insaurralde, jefe de Gabinete bonaerense, un cargo que supone intermedio entre el feudo que aún domina (Lomas de Zamora, distrito clave de la provincia de Buenos Aires) y el tercer escalón al que aspira, la gobernacion. Viejo albur que se enterró en el 2013 cuando Cristina era única e indiscutida presidente, lo alistaba con traje y corbata para vencer en los comicios legislativos y hasta lo llevó en una visita al Papa en Brasil para consolidar en la interna su candidatura peronista.
Ningún esfuerzo alcanzó, ni la voz de la tierra, tampoco la celestial: Sergio Massa, entonces figurita de promisión, triunfó por más de 5 puntos, doblegándola a ella y al mismo Santo Padre, quien jamás dejó de odiar al hoy titular de la Cámara de Diputados y nunca aceptó recibirlo en una audiencia (le atribuye la participación en un complot junto a Néstor Kirchner para voltearlo cuando era cardenal y se llamaba Jorge Bergoglio). Eran tiempos en que Francisco le obsequiaba escarpines a la viuda para su primer nieto, Iván. Ahora ni pregunta por el padre, Máximo.
Insaurralde comparte con Máximo la obsesión por sus respectivas campañas 2023
Se apagó con la derrota el destino kirchnerista de Insaurralde, pero ahora se recupera con votos y de la mano del vástago supremo. Ambos comparten obsesiones: Máximo embarcado en su propia campaña presidencial 2023 y el otro imaginándose delegado de los intendentes en esa misma fecha para instalarse en La Plata.
Los dos son una pareja, de sintonía para intereses comunes como el juego on line aprobado en tiempos de María Eugenia Vidal (se entiende que no impedirán tampoco el nacimiento de un casino bingo en Puente La Noria). Ahora empieza el esplendor de ese instrumento lúdico, fortunas interminables por venir según fuentes especializadas, a las que la política –sin distinciones partidarias– ya le brindó una feliz bienvenida: empresas y dirigentes con nombres y apellidos, todos amigos previos como exige el capitalismo subdesarrollado. Una forma de sustentar la democracia de estos tiempos, pagarles a los jubilados o maestros. Luego de haberlos esquilmado, claro.
Insaurralde dispone de expertise: asistió en todos sus menesteres a un devoto de Duhalde en materia de maquinitas y juegos de paño, Jorge Rossi, lo reemplazó en la intendencia y, por si fuera poco, a la hora de encontrar esposa encontró a un celestino que le presentó a Jesica Cirio, su actual compañera. Al fornido empresario del juego Mautone le atribuyen esa conciliación romántica.
Sin onda. Tantas amistades prósperas de Martín no se combinan con el gobernador Kicillof, al que los intendentes sostienen que habla en chino y en exceso. Menos alternativas de relación mantiene con un ministro de La Cámpora, Larroque. Difícil convivencia. Ese alfil de Cristina hasta tropieza con Máximo, no demasiado entusiasmado con una sectaria línea interna en su facción, más radicalizada y menos propensa a dialogar con otras expresiones. Es una división mas que en ciernes en ese instituto de avanzados cuarentones. El jefe de Gabinete casi no lo habilita a Larroque siquiera a conversar.
Con Kicillof la situación es diferente: el gobernador, como diría Cristina, es el dueño de la lapicera e Insaurralde requiere de ese utensillo para diversas tareas. Por lo tanto, Martín carece de armamento y se disipa en la pretensión de cambiar al ministro de Medio Ambiente, obtener una secretaría o pelear por una vicepresidencia segunda. Sí puede, como es obvio, cuestionar a Axel por su falta de capacidad de gestión para ejecutar el Presupuesto, del que efectivamente aplicó un escaso porcentaje. Dicen, como ejemplo, que el Banco Provincia es superavitario pero no hay créditos para maquinarias, ni siquiera con la excusa de crear un fondo anticíclico.
Hay otras cuestiones que afean el panorama. Empezando con la anécdota de Máximo y su presunta asuncion en el PJ el proximo 18, objetivo que, entre otros, cuestionará Fernando Gray (Esteban Echeverrìa), una picadura de mosquito que le ha provocado fiebre más de una vez. A Gray ni lo contemplan en su furia: lo ubicaron en los últimos lugares para la obra pública y, en el reparto de “fondos de libre disponibilidad” antes de las elecciones, ni apareció en la lista. Ni el diez de “la platita”, como diría el doctor Gollan, que recibió Mayra Mendoza en Quilmes.
Todos los intendentes, oficialistas u opositores, quieren ir a la reelección
Reelecciones. Tema más espeso, en cambio, es la revisión de la norma que prohíbe la reelección de los intendentes. Algunos, como Insaurralde, ya optaron por la trampa de pedir licencia y volver dentro de dos años como forma de salvar el impedimento. Lo han seguido varios, como Jorge Macri de la oposicion, inclusive se sumaron dos más la semana pasada.
Aunque muchos creen que habrá otras soluciones menos hipócritas, como prometieron Alberto Fernández y Kicillof en una reunión en Olivos, casi pública. Hay quienes objetan la inconstitucionalidad de la norma porque el requisito de la no reelección solo figura en la Constitución para el gobernador. Otros piensan que este mes, en una sorprendente madrugada, se acordará una nueva ley para admitir más renovación de mandatos.
Todos la quieren, sin excepciones de oficialismo u oposición. Aunque declaran en público lo contrario. Evitan expresarlo porque ellos mismos compraron la versión de que es lícito y altruista quedarse en el poder 20 años (como Kohl o Merkel en Alemania), pero es pecaminoso y vergonzante hacerlo en los distritos bonaerenses. Como diría el filósofo D’Elía para defender a la dinastía Ortega en Nicaragua.