Al reaparecer Elisa Carrió, estalló el gallinero de Juntos. La misma explosión que se produce en el vestuario del Frente, un cabaret como un jugador alguna vez definió a Boca, cada vez que Cristina escribe una carta.
Dos señoras dominantes, complicadas, que en una semana han vuelto a demostrar su capacidad para hacer la vida imposible en ambas coaliciones, lavarse de cualquier culpa y enchastrar a sus socios: una fustiga y esmerila a su elegido Alberto Fernández y varios de sus ministros, la otra hostiliza a Horacio Rodríguez Larreta, alinea a golpes a Mauricio Macri y lesiona a los radicales. Si uno quiere entender parte del fenómeno, habrá que escuchar al radical Mario Negri, un amigo de Lilita, a quien ella halagó en la fiesta de su chacra al tiempo que le deslizaba un reproche personal: “Menos mal que no me dijo chorro”, reconoció satisfecho. Patético. En esa celebración, a la cual ella invitó como una pérfida anfitriona, en la que obsequiaba manjares y al mismo tiempo atacaba a sus convidados, objetó al generoso con ella jefe de Gobierno porteño por mantener compromisos sospechosos con Sergio Massa y, en particular, su amistad con un sector corrupto del radicalismo encabezado por Enrique Nosiglia (más Martín Lousteau, claro). Al ex presidente ingeniero, también en primera fila, lo acarició porque “casi nunca me ha mentido”, al tiempo que lo enviaba a la parrilla al sostener que “yo sé lo que esconde”. Se atribuyó la propiedad de un secreto de Macri, sin distinguir si se trata de una cuestión menor o de una falta grave que no se la puede contar a la policía. Cuestionó a Ritondo, a los que hicieron la campaña, se olvidó de Santilli y cruzó la raya al exponer sobre sus socios de la UCR, a los que considera una gavilla de corruptos encabezados por el “Coti”. Aludidos o no, todos sonrieron en la celebración, suponían que era correspondiente con el lugar. 48 horas después apenas hubo un par de respuestas tibias, atemorizadas (Tetaz y Yacobitti) desde el partido de Alem. Aunque, en la trastienda de su rabia, casi todos bromean con una gracia: suelen decir que a Lilita habrá que hacerle una autopsia el día que se muera. Para saber al menos de qué murió, porque nadie sabe de lo que vivió.
Misma picardía odiosa y futurista le cuelgan a Cristina en la conjunción presidencial, alelados con sus cartas o tuits, siempre cargados de críticas, a pesar de que antes hablan por teléfono. Igual que Lilita en el universo Juntos. Ambas extorsionan, reclaman cambios, obtienen cargos, nunca están contentas y dicen no ser responsables de nada. La viuda de Kirchner afirma que Alberto es el dueño de la lapicera, que él decidirá lo del FMI y la economía, olvidándose que ella impidió que Guzmán despidiera a Basualdo, que varias veces le tomó examen al ministro, que nada sucede en YPF ni en energía –por ejemplo– sin su autorización y que en el Gobierno todos viven pendientes de sus mohines ante cualquier decisión. Las dos mujeres son las dueñas del pulgar, como un emperador romano, aunque ambas se sienten en la cofradía griega de las diosas. No importa si una tiene robusto capital propio, como Cristina, o Lilita por su cuenta no puede sumar más de una cifra en una elección: adoptan siempre conductas semejantes. Extenuantes, sin un marido al que amonestar, apelan todo: finalmente son abogadas y “exitosas”. Menos mal que no son amigas ni juegan en el mismo equipo.
El escándalo de la Carrió superó las plácidas costumbres de Juntos y debió luego montarse un periplo para que Rodríguez Larreta –en busca de una mujer que lo ablande ante la audiencia, como hizo Juliana Awada con Macri– y el ingeniero la visitaran un par de días después del festejo, aterciopelados ambos, proponiéndole un descenso en la temperatura interna.
Una exaltación no solo a la cruz, también a la divinidad. Más importante se siente Lilita. Hubo poroteo sobre el saldo y los cargos que deparó el último comicio, al intendente su tropa lo reprende que, por mantener la unidad tras su persona, entregó más de lo necesario a los rivales internos. Todo sea por la postulación presidencial, obsesión del alcalde, quien le ha comentado a Macri lo siguiente: sos el único que me puede ganar en el 2023, según las encuestas. Ni una palabra brotó de su interlocutor, quien jura que solo quiere armar e impedir divisiones, que su único objetivo es vencer al kirchnerismo, aunque comenta lo feliz que se encuentra ahora, cuando sale a la calle y la gente lo saluda o aplaude. Como ocurrió hace horas en Mar del Plata, a pesar de que el intendente (Montenegro) era uno de los que disponía de un martillo para cerrar con clavos su cajón mortuorio. Claro que antes, en La Feliz, un personaje como Lombardi preparó la cancha y cortó el césped.
Por su parte, la vice se interna en su entorno legislativo, ahora sin el club de amigas en el Senado (perdió tres de sus favoritas legisladoras), aliviada hasta la marcha de hoy por una repercusión tenue ante el fallo de dos magistrados que se negaron a que sea juzgada. Doble consuelo: la liberaron de un trámite público y comprometido, mientras la sociedad, en repudio, parece que se compensa con un acto en la plaza.
Al mismo tiempo, Cristina prepara a su Astorgano –el diputado más servil de Evita–, el Parrilli de turno, por cualquier eventualidad y para ofrecer alguna explicación si es necesario. Escueta, mínima, claro. Raro: Alberto Fernández se abstuvo de brindar su opinión especializada, justo él que siempre comentó cualquier dictamen, por considerarse un presunto experto en Derecho.
Aguarda Cristina también novedades de la visita técnica de una misión del FMI la semana próxima, para distinguir por dónde ingresa al Parlamento el futuro plan plurianual que anticipó Alberto. Por su Senado o por Diputados, siempre con la maza en alto por si al Presidente se le ocurre pagar con el hambre del pueblo.
Igual que Lilita. Hay una curiosidad entre las dos mujeres: muchos creen que Cristina desde el oficialismo duda sobre aprobar o no el acuerdo, aunque debe conocer los términos del proyecto, mientras su adversaria y opositora ya ha dicho que aprobará cualquier ley, inclusive lo que desconoce. Singularidades de ambas, todopoderosas, narcisistas, intimidantes, versadas en provocar inestabilidad interna o externa, siempre dispuestas a romper y siempre dispuestas a quedarse.
Dos divas cortadas por una misma tijera.