COLUMNISTAS
la mirada DE ROBERTO GARCIA

Apuro sanitario

De la venganza al diálogo, de la traición a la caridad. De profundizar el “modelo” a la apertura del “modelo”, del premeditado “silencio hospital” al cartel de “atención al público día y noche”. Del no cambio de figuras al cambio de figuras. Todo en menos de siete días y al mismo precio.

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De la venganza al diálogo, de la traición a la caridad. De profundizar el “modelo” a la apertura del “modelo”, del premeditado “silencio hospital” al cartel de “atención al público día y noche”. Del no cambio de figuras al cambio de figuras. Todo en menos de siete días y al mismo precio, sólo para ganar tiempo y estabilizar el Airbus. Ya que, por falta de un plan alternativo –o B, como diría Cristina– y la propia galladura para enfrentar la derrota, el Gobierno se desgrana repentinamente como un choclo. Entonces, a improvisar, como advirtieron los ministros en el viaje de vuelta en el avión de Tucumán, cuando ella empezó a referirse al diálogo que iba a convocar, a los términos de esa futura agenda del consenso. Hasta ese momento, ninguno disponía de una pista previa, de una información. Navegaban a ciegas: las decisiones están en otra parte del Gobierno.

A su vez, del otro arco político, opositor, lo de siempre: primero vacaciones por el triunfo, desconcierto y aturdimiento por ese fenómeno impensado, el realismo de no contar con equipos ni muchas ideas, de ahí que encajara idealmente la excusa: “Acompañamos cualquier propuesta de diálogo porque queremos que la Presidenta complete el mandato” (mensaje futuro de todas las cámaras empresarias del país). Cuando, en verdad, políticos y empresarios hablan de la capacidad de resistencia en el cargo de la esposa de Kirchner, de una posible transición con Julio Cobos, estudian la ley de acefalía y hasta discurren sobre José Pampuro, heredero de la línea constitucional, también derrotado su delfín en Lanús, quien llevaría como jefe de Gabinete a Roberto Lavagna para que lo auxiliase en en la crítica transición. Palabras, sólo palabras, quizás respuestas a otras evidencias.

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Premios y castigos

Ocurre que fue patético Néstor Kirchner en su descalabro: apeló al insulto de traidor para calificar a ex compañeros de ruta en su Administración, intendentes, funcionarios y gobernadores. Hasta, a través de un jefe comunal bonaerense considerado “pesado” (Mario Ishii), hubo amenazas de escraches o de castigos físicos frente a sus propias casas. Registros de otros tiempos, nefastos, cuando la democrática renovación cafierista –por ejemplo– empapelaba los afiches de Angel Robledo con el marbete de “traidor” para alejarlo de cualquier postulación. Ahora, trascendían listas para una ordalía punitoria cuando el propio Kirchner –en estos momentos de crepúsculo– ni siquiera era capaz de afrontar la tierna presión del sindicalista Hugo Moyano, quien para no pasarse de club le aumenta la prima y le extirpa más cargos en el Estado.

Otro dato para la arrogancia patética: el día en que cerró Kirchner su campaña política de candidato en Buenos Aires, en un acto largamente preparado con la pompa folclórica, junto a su esposa presidenta, al gobernador y ministros, un voluntarioso de la política tildaba en un papel los nombres y el número de los intendentes bonaerenses que asistían a ese encuentro: sólo diez alcaldes peronistas acompañaron ese epílogo, una muestra de que ya se había disuelto el crédito político de la pareja gubernamental en ciertos sectores.

No había que esperar hasta el domingo a la noche para conocer el resultado, y la ausencia de los intendentes confirmaba el fracaso venidero, no la deslealtad: ellos, cuyo techo es la intendencia, quienes nunca progresarán a cargos superiores, simplemente protegían sus límites territoriales: habían repartido su boleta junto a la de Kirchner (el mismo que los benefició con apoyos económicos), pero los vecinos rechazaban la parte del apellido santacruceño en las boletas. En consecuencia, para no descapitalizarse en su distrito, facilitaron el corte de boleta, ya que al dúo –como bien hubiera parafraseado un viejo dirigente de la provincia– se lo podía acompañar hasta la puerta del cementerio. Entrar, jamás.


Moreno, pero no tanto

Después, aparecieron las descarnadas señales de los aficionados mandantes: despegaron a Massa por “traidor” –antes, el tigrense ya había puesto distancia con el matrimonio–, despacharon a Jaime por licencioso (advirtiendo que en el Gobierno sólo ellos pueden ostentar) y, para demostrar normalidad, hasta volvieron al fútbol en la quinta de Olivos, sin Massita para pegarles patadas, sólo víctimas propicias (el obeso Scocimarro, el veloz Aníbal Fernández, como él mismo se autocalifica en su rol de wing, o la resignada custodia). Apenas se acepta en ese círculo que, en el 2011 podemos perder, pero volveremos en el 2015. Como si lo hubiera dicho Perón o McArthur.

Esa presunta normalidad era falsa: se abrió la válvula, vino la inundación, hubo más pedidos de cambios, y aflojaron los victoriosos de 20l5. Apenas en minutos, varios ministros afuera aunque se mantenían las convicciones del “modelo” conservando al pintoresco Guillermo Moreno como si este personaje menor fuera un símbolo de una causa nacional. Extraño desvío esta responsabilidad extraordinaria que la sociedad en su conjunto le otorgó a Moreno, quien hasta el lunes, quizás, se dedique simplemente a competir en forma poco leal con otras empresas de papel desde su liderazgo en la intervenida Massuh, demandando para su traumática fábrica al sector privado asistencias financieras que no le darían a otro o vendiendo papel a quienes no lo necesitan por el imperio de su abusivo poder.

Pero ni Moreno, al que absurdamente se le imputan todos los males del kirchnerismo (a él, a quien en los primeros tres años de gobierno Kirchner, con el presidente apenas si habló algún día por teléfono), se quedará en los despachos oficiales esta semana. ¿Se irá del cargo sin hablar, sin ejercer una legítima defensa, mudito el hombre como un sacrificado soldado de la fe? Si se discute su continuidad es por otra razón técnica: nadie sabe aún cómo se empalmará, si se cambian las estadísticas del INDEC, los datos reales con los maquillados. No se puede decir borrón y cuenta nueva como presumiría cualquier neófito, hay que explicar el pasado, volverlo a retocar, protocolizar, asumir el engaño y tal vez pagar.

La elección de sucesores en la Administración demostró la falta de banco, por utilizar un término futbolístico:

1) El hijo de un abogado laboralista allegado a Moyano, un joven tambien laboralista, para dirigir una compañía en crisis como Aerolíneas Argentinas. Al margen de las performances individuales, ¿se supone que en el resto del mundo se designa con esa ligereza a los funcionarios, sin concursos de antecedentes siquiera?

2) El nuevo titular de ANSES, esposo de una ex secretaria de la Presidenta, quizás talentoso el joven, pero que un día –como Boudou– deberá explicar en tribunales si les hizo ganar o perder plata a los jubilados.

3) También el ascenso de Julio Alak es un trance del apuro sanitario de los Kirchner: Néstor lo recuperó para sí el año pasado luego de mantenerlo en la congeladora, con el propósito de que se convirtiera en presidente de Racing –ya que su hijo le reprochaba, con razón, una falta de interés por el club de sus presuntos amores–, y así construyó un equipo junto al experimentado hincha y abogado García Cuerva. Se dedicó a ese enjundioso cometido, le puso empeño, citó a otros fanáticos –aunque los odiase– para darle categoría al emprendimiento (lo que no hizo en su gobierno), pero le apareció el problema de Aerolíneas y a esos dos elegidos para el fútbol los derivó para ocupar el aire o una parte del espacio aéreo (mientras, Racing casi se va al descenso). Como si fuera lo mismo un cocido que un fregao.

Ahora, después de una breve estancia en la intervención de la empresa, Alak fue designado para ocuparse del Ministerio de Justicia y Seguridad. Ni él debe entender su estrella, como el promovido Boudou, que ahora pilotea la cartera económica porque dictó una cátedra en una universidad privada de Econmía. O, como Aníbal Fernández, alojado en el fondo de la cacerola ministerial, con pronóstico de despido, ahora elevado a jefe de Gabinete. Ni un gramo de pensamiento en esas decisiones, apenas la búsqueda personal para salir de un trámite engorroso: total la responsabilidad se mantendrá en una sola cabeza. Herida, pero única.


Nada cambia

Como nunca, por esas nominaciones llovieron las críticas en todo el país bajo la obviedad literaria de Lampedussa: nada cambia, aunque parezca cambiar. Encima, por temor a futuras exacciones –por ejemplo, los banqueros aluden al “manotazo”, obligar a que las entidades transformen 40% de los depósitos de particulares en papeles públicos–, el sector empresario montó en cólera. Mal presagio difundido en la prensa que forzó, sobre la marcha, el cambio de piel de lobo a cordero: llamar al diálogo político, sectorial, social, histórico, deportivo, hasta con organizaciones filatélicas si es necesario; entregar los superpoderes; estimular con 40 años de atraso un pacto telúrico de la Moncloa; compartir el impuesto al cheque; impulsar la boleta única y las internas partidarias para las próximas elecciones; jurar que no habrá más candidaturas testimoniales; impulsar a que los ministros concedan reportajes, a que se reúnan como si fueran un cuerpo, que se aceite la comunicación del Gobierno con el periodismo (interesante para descubrir si tienen voz los Zanini, los Núñez, los Parrilli, tarea de casi imposible cumplimiento ya que estos funcionarios han sido militantes de la oscuridad oral, por lo menos). Y etcéteras de un vasto listado de corrección, promesas de buenas formas y costumbres que, en un inicio, calmarán las angustias pequeñoburguesas de la Cámara de Comercio, la Bolsa, la UIA y hasta de AEA, por no hablar de los dirigentes de la oposición, cuyas declaraciones a favor de un nuevo ciclo se empezarán a sumar este fin de semana.

En ese idilio, la pareja oficial introducirá reservas técnicas para morigerar las demandas: ¿quién pagará la baja de retenciones exigidas?, ¿cómo se financiará el deteriorado Estado si comparte el Impuesto al Cheque con las provincias? Multitud de objecciones que, en verdad, encubren la falta de un plan financiero, si así se quiere llamar a lo que reclaman gobernadores, intendentes y cualquier ciudadano no demasiado avezado: ¿de dónde saldrá la plata para enfrentar las contingencias actuales, la dilapidación de recursos que acentuó como nunca esta Administración y cuya manifestación más conspicua de desconfianza se revela en la brutal huida a los activos externos? Con “manotazos” –se sabe– no alcanza y, debido a que no abundan los prestamistas de última instancia, las restricciones de este año son enormes.

Tal vez insalvables. Con inflación que no mengua, suba de precios inevitable porque caducó el pedido oficial de que no hubiera incrementos hasta después de las elecciones, caída de inversión, falta de demanda y la paradoja social de que los gremios reclaman 25% de aumento salarial y las empresas en blanco negocian la suspensión de turnos, el adelanto de las vacaciones y hasta eventuales planes de despido. Nadie sabe aún si este proceso devaluatorio del Gobierno se detendrá con los progresivos cambios (Julio Cobos, dicen, ahora no estaría dispuesto a recibir “ninguna papa caliente”, a pesar de que para preservarlo en la sucesión sus colegas radicales impidieron que alguien del PRO, Pinedo, o del peronismo disidente, Solá, fuera a reemplazar al titular de la Cámara de Diputados).


La traición

El Kirchner varón, además de la depresión, padece el escarnio de quienes le eran subordinados al máximo: es público que Fernández llegó por descarte a la Jefatura de Gabinete, ya que Jorge Capitanich rechazó el convite: no consideró apropiado inocularse la gripe oficialista cuando todavía la secuela de los escándalos de su esposa no han terminado. Si hasta puede temer que alguno recuerde que él introdujo en aquel discurso histórico de Eduardo Duhalde –seguramente a instancias de un economista de apellido Frenkel– la inolvidable y burlona frase: el que puso dólares, recibirá dólares.

Suma además Kirchner tropiezos a una política persecutoria: ya no prende la hostilidad personal sembrada contra cualquier personaje, al que no alcanzaba con echarlo de su función, en el sector público o en el privado: también se alentaba para que no volviera a trabajar. Como se hizo con la ex titular del INDEC (le hicieron ese pedido al gobierno uruguayo), con más de un periodista o con el ahora jefe de la Policía Metropolitana de Mauricio Macri, Jorge Palacios, quien después de perder su puesto no pudo ingresar en dos compañías –por lo menos– ya que desde el área de Julio De Vido se les desaconsejó esa determinación a los empresarios privados. Descenso del poder maccarthysta de quien, dual y contradictorio, todo lo podía: resabios de ese poder perdido ha sido su lánguida queja porque el mandatario uruguayo Tabaré Vázquez se atrevió a revelar una conversación anodina con su colega, la señora Cristina, quien para agregarle levadura al pan inexistente de su política exterior, lo quiso embarcar en su avión para la gira “a ninguna parte” por el conflicto de Honduras.

Se queja Néstor cuando él, sin hesitar, antes había incluido un diálogo privado y telefónico en los considerandos de un decreto y, en público, para sacar transitoria ventaja en una discusión, hizo enrojecer a De Vido por negociar en secreto con algún dirigente agropecuario (Biolcati), deslealtad con su amigo y ministro agravada por la certeza de que él mismo lo había enviado para consumar una transacción. Si hasta debe soportar en la caída, lo que le resulta alérgico –comprensiblemente–, las clases de sensatez y pudor democrático que exhibe su ex jefe de Gabinete, Alberto Fernández, en todos los medios, especialmente en los afines a Clarín.

En este caso, no es su tirria por el grupo periodístico lo que lo enardece, sino algunos de los contenidos que expresa su ex ladero, quien sostiene que hubo un Kirchner bueno (cuando él estaba en la Casa Rosada) y otro malo (¿enloqueció?, es la definición) a partir de su deserción. Justo él, maldice el santacruceño, que les impidió ganar eventualmente con Jorge Telerman en la Capital casi por prejuicio discriminatorio, que hacía apuestas de que jamás Mauricio Macri sería jefe de Gobierno porteño, quien aún tiene colaboradores observados por la Justicia, el que armó el publicitado traspaso de Borocotó para aportarle un verbo inolvidable al castellano. Y quien, para completar la maravilla del paisaje, les explicó a los argentinos las bondades institucionales de Néstor Kirchner (cuando estaba a su lado, claro), presidente que para su verba letrada no aspiraba a esas sórdidas pretensiones reeleccionistas de otros antecesores, llegado del Sur con infinita modestia despojándose de ambiciones personales para instalar una nueva era que satisficiera el espíritu republicano de la Constitución, propiciando formas alternas de gobierno. Así le explicó al país que Cristina era la sucesora de Néstor.